Averno

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«Nadie te conoce, nadie sabe lo que haces».

La señorita O'Donnel le sonrió ampliamente a la mujer que pasó a su lado, como ese pequeño acto de cortesía que siempre se hace cuando entras a un lugar. Abrió la puerta con su oscura mano.

La amplia sonrisa se volvió una mueca de disgusto y se limpió la mano con el desinfectante que siempre traía en su bolso, no salía sin aquel pequeño potecito, siquiera sabía porque había saludado a esa mujer o había abierto la puerta con su mano y no con el codo, su preciada mano con la que solía tomar sus valiosas posesiones.

Sujetó su bolso con fuerza contra su pecho y caminó con prisa hasta su enorme casa; aquel lugar que se veía tan anticuado delante de todos esos elegantes y modernos edificios que llegaban hasta las nubes, esos edificios que ella pensaba que lograban confundir a las aves y hacer que chocaran contra ellos.

Pero la señorita O'Donnel no era alguien de apariencia descuidada o mayor; tenía un rostro angelical, con suaves rasgos propios de una jovencita de apenas quince años, su piel era tostada, justo como el dulce caramelo, pero su forma de vestir era totalmente anticuada y no estaba acorde a la época; con sus largos vestidos conservadores y extravagantes sombreros y peinados con los que recogía su rizado cabello chocolate, pero la señorita O'Donnel no era tema de habladurías en su moderno vecindario sólo por su apariencia y el extraño color azul de sus ojos.

La señorita O'Donnel era alguien sumamente extraña; se le veía frecuentar lugares extraños para una dama de su porte y estatus; porque Ayshane O'Donnel era una mujer con una gran fortuna, con muchos pretendientes en busca de sus exorbitantes bienes económicos y su codiciada belleza.

Pero ella nunca hablaba con nadie, no dejaba a nadie poner un pie en la puerta de su casa, cosa que era realmente sospechosa. Nadie nunca sabía qué hacía la señorita O'Donnel y preferían no meterse en asuntos ajenos, unos pensaban que estaba metida de lleno en el narcotráfico, otros en el lavado de dinero o tráfico de joyas entre otras fechorías.

Ayshane O'Donnel llegó a su casa tras su caminata un tanto paranoica, porque ese era el día. Ella finalmente lo haría, después de tanto tiempo de espera lo había conseguido y podría servirle por completo al amor de su vida, podría darle lo que él deseaba.

Se adentró en la casa de decoración barroca con prisa, cerrando la puerta con llave. Su delicada mano se paseó con lentitud por el cierre de su abrumador vestido rojo vino, un color digno de lo que haría ese día. Pero antes, dejó su bolso encima de una mesa y luego se retiró el vestido, quedó en ropa interior, la bella Ayshane se retiró los zapatos y tomó el bolso.

Sus pies la llevaron hasta el fondo del pasillo del primer piso, aquella habitación que a veces le aterraba a ella misma, aquella habitación en la que sucedían tantas cosas.

Esa era la habitación donde guardaba sus tesoros, sus preciados tesoros.

Abrió la puerta y no se molestó en cerrarla, encendió la luz y dejó el bolso en el suelo, de su gran y exagerado bolso negro consiguió sacar un gran envase con un extraño líquido, pero lo importante no era el líquido amarillento que había; sino lo que reposaba en este.

Ojos, estos ojos eran especialmente hermosos, de un color que nunca había visto antes. Ella nunca había sido capaz de encontrar unos ojos tan bellos como los de una persona con Síndrome de Alejandría, tal vez, haya asesinado a la única persona con aquel interesante padecimiento, pero la razón de aquello era más importante que su condición.

Tomó los ojos de un violeta intenso en sus manos y miró a la habitación, sonrió. Viendo como los cientos de pares de ojos que reposaban ahí la miraban sin observar en realidad, bajó la mirada un momento y dio marcha hasta la pared del fondo, al centro de todo, donde tenía un espacio reservado para aquellos ojos tan bellos, aquellos ojos que ella envidiaba con toda su alma.

Si, según muchos hombres, sus ojos azules llamaban la atención por completo. ¿Pero irían a llamar la atención de él? Él que ha tenido a tantas mujeres y hombres en su posesión, él que ha estado con los seres más exóticos del mundo.

Sintió unas inmensas ganas de destruirlos, de apretarlos hasta que estallaran. Pero no, debía utilizarlos para poder llegar a él, sólo con eso podría hacerlo. Se lo recordó mil y una veces hasta que se calmó, dejó los ojos en su lugar especial y dio unos pasos hacia atrás, mirando su obra de arte.

Se retiró el sostén con delicadeza y volvió que acercarse a su bolso, sacó un cuchillo, un cuchillo de un material desconocido para el hombre, con demasiada belleza como para que el ojo humano sea capaz de soportarla, miró los ojos que esta vez parecían mirarla a ella.

Podría reunirse con él, podría finalmente confesarle su intenso amor. Cerró los ojos y rió por lo bajo, tomando el cuchillo y presionando su abdomen con él, con fuerza y seguridad, totalmente deseosa de mirarlo al rostro, de ver si era tan hermoso como la primera vez que lo vio.

Los residentes de aquella comunidad tan sofisticada se quejaron de los ruidos que provenían de la casa usualmente tranquila de la señorita O'Donnel, tras la policía responder a aquel llamado e ir a la casa, los gritos todavía no cesaban.

Entraron a la fuerza, haciendo un allanamiento sin permiso alguno, aquellos gritos hacían que quisiera irse, los hacían imaginarse sus peores pesadillas y las formas de muerte más horribles que un mortal pudiera visualizar.

Siguieron los gritos hasta una habitación con una gran puerta de caoba oscura, la abrieron y los gritos cesaron por completo, la policía que apuntaba hacia adentro con su arma la dejó caer con terror, su gesto se descompuso en una mueca de total horror y su compañero se acercó a preguntar que sucedía.

La señorita O'Donnel reposaba en el suelo, desnuda y con un charco de un líquido extraño, de un color negro, burbujeaba de forma continua, los miles de ojos en las paredes la observaban, todos y cada uno de ellos se giraron para ver a la intrusa que no debía meter sus narices en esos asuntos.

Entonces, en el suelo, a un lado de la habitación estaba escrito en sangre una gran X y una sola palabra.

"Net"

Averno había rechazado a Ayshane O'Donnel, a la hermosísima y exótica Ayshane O'Donnel.

Pero entonces, fijó sus cientos de ojos en Dorothy Thomas, la policía que tenía su cabello caramelo recogido en un rodete y lágrimas debido al impacto en sus rasgados ojos de tonalidad ámbar.

Y Averno se dijo que Dorothy Thomas sería suya.

Y Averno se dijo que Dorothy Thomas sería suya

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