—¡No por favor! —Gritó Lizzeth y se incó ante ella abrazando su estómago—. Johana, por favor no te mueras, reacciona Johana.

El susto por no saber aún lo que le pasaba se incrementaba, nuestros corazones comenzaron a acelerar sus latidos y mi piel se erizó. El llanto de Lizzeth se hizo presente, un llanto dramático real.

Cristy pasó por en medio de ambos y se inclinó para colocar su cabeza ladeada en el pecho de Johana, después se levantó y nos miró con un rostro preocupante.

—Sus latidos siguen funcionando —dijo, por un momento corto me sentí aliviado—, pero lo hacen muy despacio, casi no se sienten. —Cristy agitó su cuerpo para tratar de reanimar a Johana, quedó inconsciente, Johana no despertaba.

Mis lágrimas salieron inconscientemente, pensar en que está chica estaba en un grave riesgo de morir me ponía así. Por su dulzura, por su amabilidad, por su nobleza y por su paciencia, Johana ya había tomado un lugar en mi corazón. No podía asimilar que a esta persona tan risueña le sucedieran estas cosas, no lo merecía, para nada. Sufrir antes de morir era una de las peores cosas que podían suceder en la vida, aún sabiendo que no te las mereces. Johana había salvado a Lizzeth. Desde que entró siempre se mantuvo callada, pero muy alerta y sus opiniones eran muy válidas, despreció el cuidado de Doroteo cuando se enteró que sólo lo hacía por la similitud hacia su hija, pero de igual modo nunca se mantuvo distante a él, seguramente porque sintió que había sido algo dura con él. Porque Johana era una buena persona.

Lizzeth era quien más estaba sufriendo, se sentía en deuda con ella, la había curado.

Había adivinado lo que era el gato al principio, no completamente pero si había dado una idea a pesar de que nadie la asimiló a fondo.

Pero no todo estaba perdido, Johana tenía una pequeña luz en su interior que nos daba la esperanza de que podría sobrevivir.

Lizzeth caminó a paso apresurado a la puerta principal y comenzó a golpear con una cierta brutalidad—. ¡Ayuda por favooor! —Gritó mientras continuaba golpeando, no parecía rendirse, siguió golpeando hasta que sus nudillos comenzaban a tornarse rojos. Golpeaba con rabia, con desesperación, hasta que Donato se posicionó detrás de ella y la atrajo hacia él, era inútil que golpeara la puerta sabiendo que el cuarto de afuera estaba alejado de los otros y posiblemente ya era muy noche y no se hallaba nadie afuera. El Hospital no atendía las 24 horas, a veces, cuando regresaba a las 10 de mi trabajo pasaba por aquí y ya se encontraba cerrado y posiblemente, la hora ya superaba las 10 de la noche, ya habíamos pasado bastante tiempo dentro aunque no lo pareciera. Parecía poco tiempo pero ya se sentía el fresco de la noche y el calor de la tarde se había esfumado.

—No lograrás nada Lizzeth, solamente te vas a lastimar aún más —le habló tomando sus manos rojas. Lizzeth necesitaba un abrazo y Donato se lo facilitó, después de todo, ambos lo necesitaban—, ya pequeña, todo va a salir bien, quiero que confíes en mí. Eres muy linda, no puedes estar llorando.

Matías llegó directamente a abrazar mi pierna, se recargó en ella y sin decir nada la abrazó, solamente escuchaba sus aspiraciones repetidas mientras me agachaba para colocarme a a su altura.

—No llore señor —me dijo mientras me sonreía dulcemente, él ya se había calmado, lo que sea que le hubiese dicho Cristy lo había convencido—, vamos a salir del juego. Yo sé que usted lo va a ganar porque es el jugador supremo. Y porque la medalla de San Benito nos ayudará también.

Sonreí ante sus palabras, ojalá todo fuera tan fácil como él lo decía, ojalá fuera verdaderamente un jugador supremo.

Metí mi mano por mi camisa y retiré mi medalla de san Benito. Para extendérsela a él.

—Deberías colocársela a Lenin, y así tu abuelito y San Benito podrían unirse y ayudarnos a todos.

—Sí —respondió Matías mientras obedecía lo que acababa de decirle, limpié mis lágrimas y de reojo miré a Cristy con su cabeza pegada al pecho de Johana, la movía levemente para colocarla en un sitio distinto y sentir las pulsaciones.

Me levanté.

—¿Qué pasa Cristy? —Le pregunté. Ella aterrada me miró y lo hizo con todos los demás.

—No siento el pulso de Johana —habló con miedo. Esas palabras bastaron para acercarme a Johana y comenzar a tocar su cuerpo, hice lo mismo que Cristy, pero también las pulsaciones fueron nulas, su nariz ya no lanzaba aire para respirar. Entonces asimilé que algo grave acababa de pasar, lo que más temía.

El cuerpo de Johana seguía aquí, pero lamentablemente, su alma ya no.

¡Últimos capítulos!

Proximamente en los últimos capítulos de Hospital:

Lenin, junto a la medalla de San Benito, sufrirán un pequeño accidente que podría ser escencial para abrir una puerta más a la salida. ¿Casualidad o destino?

HospitalWhere stories live. Discover now