Capítulo 11

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El lugar se sentía cada vez más sofocado. La sed y el hambre comenzaban a presentar sus primeras señales. Me sentía apestoso y empalagoso, quería un baño, ropa limpia y un poco de desodorante. Todos estábamos igual. Llevábamos aproximadamente unas 5 horas dentro, nadie traía consigo su celular, nadie tenía ningún reloj en la muñeca. Ningún objeto de valor o algo electrónico que nos ayudara a ubicarnos un poco más. Sólo silencio y cansancio, hambre y sed, enfermedad y poca energía. Si pudiésemos por lo menos saber a lo que nos enfrentamos pensaríamos en cómo salir. Pero ni eso, ninguna pista, ninguna señal.

—¿Te sientes bien? —Me preguntó Donato al verme sentado en el suelo mientras me presionaba las sienes levemente, el dolor de cabeza comenzaba a fastidiar. No contesté, Donato se sentó a mi lado y continuó observándome, sentía su mirada sobre mí—. Naúm, te veo un poco más pálido.

—No te preocupes estoy bien —respondí, la verdad no sabía si era cierto. Me sentía algo apagado pero sabía que podía resistirlo, por lo tanto, iba a estar bien—, ¿tú te sientes bien?

—Sí —respondió él al instante. Con la energía en la que me respondió me quedó claro que sí se encontraba bien. Y era lógico, no tenía ningún malestar o enfermedad por la cual haya venido al hospital. Su razón era su madre, que lo debía esperar afuera con preocupación.

Saqué a la vista mi medalla de San Benito, la analicé y aunque ya sabía todos los significados de sus siglas, la miraba como si fuera la primera vez. Leía las siglas y Donato acercó su cabeza a la medalla.

—¿Es San Benito verdad? —Preguntó, más como una afirmación que como pregunta.

—Sí —respondí y la saqué de mi cabeza para tomarla con mayor comodidad—, mi padre me la regaló cuando tenía unos 10 años. Perteneció a mi abuelo.

—¿Y se lo otorgarás a tu hijo? —Preguntó. Sentí que tuvo la necesidad de tomarla por lo que se la presté. La miré por un momento más y luego dirigí la mirada a él.

—No lo sé —respondí y Donato me miró con confusión, di un fuerte suspiro y proseguí—, yo no tengo hijos. Neus es mi hija, pero mi padre me dijo que yo debía de entregarla a mi primer hijo varón.

—¿Cuántos años tiene tu hija? Eres muy joven, creo que te quedan suficientes años para que tú y tu esposa puedan crear otro hijo. —Permanecí en silencio con la cabeza agachada, comencé a pensar en las posibilidades de tener un hijo. No había ninguna, Angélica era infértil, sufrimos mucho cuando nos enteramos de ello. Neus fue una gran bendición el día del parto. Era increíble cómo podías recibir la mejor y la peor noticia de tu vida en el mismo día, el nacimiento de tu hijo y el conocimiento de que no podrás tener uno más—. ¿Naúm? —Preguntó Donato confuso, llamándome para darse a entender que lo había escuchado. Levanté mi cabeza, me extendía la medallita en su mano, la tomé y me la coloqué de nuevo.

—Tiene doce —me limité a contestar. No quería sacar el tema de la infertilidad de Angélica. Así que mentí—. Y por ahora no pensamos en más hijos, con uno estamos bien.

—Increíble Naúm —contestó él y comenzó a levantarse. Hice lo mismo, me levanté con algo de dificultad y me puse a su altura—, a mí me hubiera encantado tener hijos, y casarme.

—¿Por qué no lo hiciste?

—Nunca me casé. Nunca encontré a una mujer que considerara adecuada para mí. Tuve demasiadas novias en mi adolescencia, por diversión. Y ahora que ya pasaron los años comprendí que una mujer no es para entretenerte, quizá por eso me quedé soltero, nunca supe valorar a una mujer y cuando me di cuenta, supe que ya nadie iba a fijarse en mí.

—Eso sí es increíble Donato —expresé con algo de diversión—, eres demasiado serio como para creer que hayas jugado con mujeres en tu adolescencia.

HospitalWhere stories live. Discover now