7. Reginam: el circo de la muerte en asiento VIP

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—¿Asesinándolos en un espectáculo para divertir a sus demás hijos?

Gio mira hacía todos lados preocupado de que alguien me haya escuchado. Pero estamos solos y Francis nos está ignorando.

—Un espectáculo —dice Gio, intentando corregirme—: que hace recapacitar a los demás hijos al mostrarles que es su deber portarse bien.

Discuto con Gio todo el camino. Pero él no comprende Reginam desde mi punto de vista, el punto de vista del pueblo, los traidores, los rebeldes. Los Filius. Él vive en la Gran isla, donde nadie se queja, pues tienen todo cuanto necesitan. Él no vive en el Callado, el lado de Bitania que es obligado a bajar la cabeza, que padece hambre y ve como sus mujeres son secuestradas para ser ultrajadas. Gio vive en justicia. Mi padre y mi hermano arriesgan su vida en la lucha por la igualdad, como lo hizo Enzo, el hijo de Amalia y Fernán, a quien veré morir hoy. Ellos son nuestros soldados, que cuando son capturados son obligados a participar en Reginam, acusados de traicionar a "su madre". Porque claro está, es nuestro deber proteger a la reina de los traidores, pero nadie, nadie protege a los traidores de la reina.

—No sólo plebeyos son obligados a participar en Reginam, Elena —continúa Gio, esta vez con un tono conciliador—. He visto morir en la Rota a cortesanos que yo vestí. Nosotros también somos hijos y nos equivocamos y traicionamos.

—Son el hijo preferido.

El malcriado y consentido.

—Pero aún así...

—Los condenados a morir en Reginam, en su mayoría, son plebeyos, Gio —insisto— Siempre.

—Pero no todos.

No, el jamás comprenderá.

—Ni siquiera uno de cada diez Filius es noble o cortesano —digo, cansada de esta discusión—. Apuesto a que puedes contar con tus dedos cuántos de los tuyos han muerto en la Rota. ¿Y por qué habrían de ser la mayoría? Ustedes no tienen razones para traicionar a Eleanor.

Miro a Gio intentando encontrar algo de mi pueblo en él. Pero no hay nada. Él no tiene hambre, su cabello pelirrojo está perfectamente encopetado, su rostro no tiene una sola gota de sudor; su ropa, de seda e hilos de oro, está limpia y perfumada. No, él jamás comprenderá por qué me exaspera tanto esto.

Hay muchos caminos que te llevan a la Rota, tal como reza el refrán. El enorme anfiteatro está en medio de la ciudad, rodeado por una verbena de música, espectáculos callejeros y vendedores ambulantes; porque esto es una fiesta para todo el que no esté condenado a morir aquí.

Francis aparca el carruaje en un área reservada para la nobleza y seguimos a pie el resto del camino.

A Gio lo saludan muchas personas, algunas que van y vienen, y otras que se detuvieron a comer o comprar globos, serpentinas y antifaces. 

Sombrero recibe a todos en la entrada principal de la Rota:

—¡Damas y caballeros! ¡Niños y niñas! ¡Nobles y plebeyos! —anuncia, acompañado con música de acordeón—. ¡Bienvenidos a la Rota! ¡Reginam, el circo de la muerte! ¡Usted, sí, usted, busque dónde sentarse y aplauda que usted si saldrá vivo de aquí! 

Cuando termina de decir lo último se echa a reír.

Gio saluda a Sombrero grande y su ayudante recibe nuestros pases. 

La Rota tiene diez entradas y un aforo para veinticinco mil personas. El ingreso al graderío es gratuito, pero está dividido en tres niveles y obtienes un pase conforme a tu clase. En el primer nivel hay asientos para la nobleza, un palco especial para la familia real y el obispo, y una tarima para los artistas y el animador. En el segundo nivel se sientan plebeyos importantes: comerciantes, soldados y forasteros. Y hasta arriba, de pie uno junto al otro porque en el tercer nivel no hay ningún maldito asiento, ve el espectáculo el resto de Bitania; todos los que son lo suficiente astutos para conseguir un pase a como dé lugar haciendo final durante horas frente al Burgo.

Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora