°° Prólogo °°

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Asiento con la cabeza sin saber que más decir. Chelsey, que es así como la niña se llama, siempre lleva su pelo rubio mojado y suelto, adornado con llamativos moños, siempre luce zapatos de charol, y calcetas blancas con adornos florales, sin mencionar que su mochila de unicornio resalta al lugar al que vaya. Ella es lo opuesto a mí, algo que por desgracia no es nada bueno, porque sé que como nunca seremos iguales, jamás podremos ser amigas.

—¿Tienes un lápiz que me prestes?—pregunta de pronto, interrumpiendo mi atención que hasta hace unos segundos estaba concentrada en la clase. Como siempre, resoplo de mala gana y de mi cajita rosa saco otro lápiz que mamá me compró y se lo paso. Además de hablar demasiado, siempre llegar tarde, y ser muy energética, siempre olvida sus cosas.

—Gracias—objeta, tomando mi lápiz para empezar a hacer las planas que la maestra acaba de dejar.

Así es como las clases transcurren rápido, haciendo planas, dibujando y escuchando la aburrida charla sobre el gato que Chelsey perdió. Menos mal que la charla es sobre su gato Bigotes y no sobre los nombres que le puso a su colección de muñecas, porque no toleraría otro día más con esa absurda conversación. Cuando por fin ella deja de hablar sobre su gato, el receso comienza, así que mentalmente doy gracias al cielo por acabar con esta tortura. Tomo mi almuerzo, y como todos, salgo del salón, caminando por el patio que está repleto de niños, con la única esperanza de encontrar a una nueva amiga.

Camino un poco más, cuando veo que la rubia me sigue de cerca, como es su costumbre.

—Annabelle...

Me detengo con pesar apenas la escucho llamarme por mi nombre. ¿Es qué esta niña jamás me va a dejar en paz?

—¿Sí?

—¿Quieres una galleta?

Me detengo cuando escucho sus palabras y la observo, viendo cómo me ofrece una galleta de chocolate. Menos mal que me ofreció una de chocolate y no una de nuez.

—No es necesario...

—Por favor—insiste—Me gustaría compartirlas contigo. Le pedí a mamá que hiciera más para poder traerte.

No sé si es su tono de voz o su manera de verme lo que hace que de mala gana ceda y acceda a tomarle una galleta, admitiendo dentro de mí que Chelsey de verdad es una persona muy insistente cuando se lo propone.

Le doy una media sonrisa cuando veo como un niño de pelo castaño oscuro y ojos verdes observa la bolsa de galletas que Chelsey trae con curiosidad, de modo que le quita el jugo a otro niño para después acercarse a nosotras con paso firme. Jamás he hablado con él dentro del salón, pero su compañero de pupitre siempre se queja de él y de sus maldades, así que no ha de ser un buen augurio si viene hacia nosotras con demasiado interés.

—¿Para mí no hay galletas?

—Para ti no hay nada Peter—la rubia refunfuña, dando un paso hacia atrás—No se me olvida que manchaste mi suéter de pintura verde.

—Eres demasiado sentida con las cosas Chelsey. Vamos, dame una.

—No.

—Entonces tomaré las de tú amiga—alega, viéndome con malicia mientras acerca su mano para quitarme la galleta que tengo, a lo que respondo alejándola de su camino. Él solo me ve feo antes de dar dos pasos hacia mí, haciendo que me encoja de hombros sin saber que hacer. Peter es un niño flacucho, pero muy problemático, y de verdad que yo no quiero tener problemas con nadie, mucho menos con él.

—Vete de aquí Peter.

—No quiero, así que será mejor que presencies cómo le quito la galleta a tú amiga que parece muda—anuncia, antes de tomarme por la muñeca para evitar que aleje de nuevo la galleta de su alcance.

No te enamores de élWhere stories live. Discover now