Todo su mobiliario es de madera pulida, además de su enorme chimenea que le da un toque rústico y hogareño. En algunos lugares estratégicos tienen colgados algunos esquís o fotografías de personas famosas o paisajes característicos de Vaduz.

En el extremo sur está lo que más me gusta, la enorme pared de cristal. En ella colocaron una tarima con algunos instrumentos musicales tales como: un piano, guitarras eléctricas y acústicas, y una enorme batería, en donde si no escuchas a los "asesinos de canciones", puedes perder la vista con el hermoso paisaje de las montañas. En este lugar guardo muy buenos recuerdos, aunque no estoy aquí para rememorar mi pasado.

—¿Cómo supiste...?

—¿Qué eras tú? —me interrumpe—. Te reconocí por tu olor, eres la única persona que he conocido que su olor a vainilla me guste.

Enderezo mis hombros, oprimo mis labios y aferro mis dedos los bordes de la mesa, trato de silenciar el abrumador ataque de emoción.

«Mantente en calma, Peach, lo que acabas de escuchar es un simple halago, nada del otro mundo».

Es muy raro para mí escuchar un halago que no sea de parte de mi padre, Luccas o de Lynn.

—Gracias. —Fallo en esconder mi emoción—. ¿Y tu cachorra?

—¿Por cuál me preguntas? ¿Por Ozzy, Zuchi o Peach?

Al referirse a esta última, sonríe, se le forma un pequeño hoyuelo en su mejilla izquierda. Se ve tan tierno, aunque por ahora solo deseo patearle el trasero. Sé que se burla de mí al mencionar el nombre de su perra.

—¿Tienes más de una? —Ignoro su alusión. Muerde el polvo, Wrathly.

—Tengo a Ozzy que es un Cane corso, Zuchi que es una perra Akira, y a mi consentida Peach. —Vuelve a sonreír—. A ella ya la conoces.

—¿Por qué le pusiste ese nombre?

—¿A quién? —Frunce el ceño.

—No te hagas, sabes de quién te hablo.

—No soy adivino. —Golpea con suavidad la mesa. Sé que lucha por no reírse—. ¿Puedes, por favor, ser más específica, "Peach"?

Bufo, molesta. Antes de contestarle, enfatizó mi nombre para molestarme.

—Wrathly, si piensas que llamaré a tu cachorra por su nombre, que resulta que es igual al mío... —Su sonrisa burlesca hace que me salga humo por las orejas—. Siéntate sobre una roca y cuando se ablande, me llamas.

El indicio de una sonrisa se dibuja en sus labios, provoca que una multitud de pensamientos se precipiten y choquen dentro de mi enrollado cerebro, se borra mi creciente enojo hacia él.

—Ah, te refieres a mi pequeña Peach. —Junta sus labios, hace un puchero y provoca que mis mejillas ardan por un pensamiento que me pasó de forma fugaz; hoy en la noche toca leer la Biblia—. Tuve que dejarla en el hotel. Creo que le caíste bien.

—Intentó morderme —le aclaro.

—Tal vez percibió algo maligno en ti —replica en son de burla.

—No me digas —ironizo—. Dijiste que me mordería la yugular.

—Y lo más seguro es que no te hubiera soltado hasta que te sintiera muerta.

Abro mis ojos al escuchar ese comentario.

—¿No se supone que esos perros son para guiar? —jadeo, abrumada—. Estás entrenando a una perra asesina.

—Tanto Peach, como Ozzy y Zuchi, han sido adiestrados para protegerme si el momento lo amerita. —Se encoge de hombros—. Pero son muy cariñosos y juguetones en la mayor parte del tiempo.

Soldat Where stories live. Discover now