2: Círculo íntimo

43 6 1
                                    

Para ser franca, no sé bien como explicar esta parte de mi vida y las personas que forman parte de ella, y solo por el hecho de que sonará contradictorio el decir que parecen ser los mejores padres del mundo para el resto pero que conmigo no lo son, que me hieren y lo peor de todo es que no sabría decir si es o no intencional. 

No me malinterpreten, no fue toda mi vida así, tuve una buena infancia, llena de risas y travesuras inocentes. Aunque mis padres no eran de esos que te llevan al parque de la ciudad a balancearse en los columpios, sé que era feliz.

Desde que era niña y tengo uso de razón, mis padres han echo lo posible e imposible para darme todo lo que necesitaba y cumplir cualquiera de mis caprichos. Si yo quería algo, no importa qué ni cuánto costase conseguirlo, siempre alguno de los dos lo hacía posible para que yo tuviera cada cosa que quisiera. Pero a pesar de eso, no obtenía todo lo que quería, no importa cuantas muñecas pudieran comprarme o cuantas otras cosaa pudieran darme, había algo que les faltaba, algo que en ese momento no sabía describir, hoy sé que lo único que les faltaba era brindarme un poco más de amor.

Cuando llegué a la adolescencia comenzamos a discutir mucho, reconozco que soy un poco rebelde, con un carácter bastante difícil y que a veces no hacía las cosas que me pedían, pero respecto al carácter ¿qué podía hacer? si ser igual a ellos era el resultado de que peleemos tanto.

Mi padre pasa un cuarto del día trabajando, es decir que gran parte del día se encontraba en casa pero no me prestaba lo más mínimo de atención, se olvidaba de los pequeños detalles como saludarme, preguntarme como estoy o como estuvo mi día, no solía decirme que me quería ni era de demostrarlo demasiado, aunque yo sabía que sí le importaba. Lo sabía porque es mi padre y se supone que los padres aman a sus hijos, no porque fuese la persona más demostrativa y afectiva del mundo, y eso es algo que voy a reprocharle siempre a mis padres.

Él nunca ha creído en mí, nada de lo que yo hacía o decía estaba bien para él. Solía decir que no servía para nada y que jamás llegaría a ser alguien en la vida.

Recuerdo una noche en la que habíamos peleado muy fuerte, no sé el motivo, aunque doy por seguro que fue por alguna cosa que hice mal, o bien no había hecho, y de seguro yo grité, y el gritó, al igual que mi madre. Y fue un instante en el que comenzó a repetir que todo sería mejor si yo estuviese muerta. Así de simple. Cuando pienso en ello quiero creer que solo lo dijo en un momento de enojo, y no su subconsciente lo traicionó.

Aún así, ese es el tipo de cosas que no se olvidan. Nunca te olvidas cuando alguna acción o palabra hiriente proviene de una persona importante en tu vida, y menos cuando se supone que debería brindarte todo su aliento y apoyo. En mi caso no era así.

De mi madre no hay mucho que decir. O tal vez sí. Causó algo de daño emocional con los insultos que solía decirme al enojarse cada vez que no asistía al colegio o no ordenaba mi habitación. Sé que me retaba con razones pero eso no significa que tenga el derecho de agredirme de tal manera.

Se podría decir que nuestra relación es bastante complicada, nunca confié en ella, no pude ser capaz de contarle algún detalle de lo que sucedía en mi vida, juzgaba cada una de mis decisiones y nada de lo que yo hacía estaba bien, siempre tenía algo negativo para decirme, solía prohibirme ir a ciertos lados, le quitaba la diversión a todo, no sabía decir las cosas sin gritar o insultar, me hacía todo apropósito. Según yo me hacía la vida imposible.

Desde que tengo memoria mi madre ha estado obsesionada con el físico de una persona, más precisamente con el mío.

Siempre que nos sentábamos a comer mi madre me decía: Malia, hija, no comas mucho que engordas y después cuando te pones la ropa no te gusta como te queda. Ella solía hacer ese tipo de comentarios, los cuales empezaron a entrar a mi mente, a mis pensamientos.

Fue entonces, en ese verano en el que mi mente hizo ¡clíck!.

Tenía 16 años ya, comencé a observar más mi cuerpo, y si bien no era una persona con obesidad, tampoco era una modelo 90-60-90. Tenía mis kilos de más, y aunque hasta el momento no le había prestado atención, no significaban nada para mí, ahora eran un problema.

Me miraba al espejo y no había nada que me gustara de él, me veía fea y gorda, solo en eso podía pensar.
Era una tortura para mí, jamás había pensado en mi peso, en mi talla, ¡en unos insignificantes números!
Y aunque pueda sonar estúpido para algunas personas fue ahí, justo ahí, cuando mi autoestima comenzó a bajar y mi mundo a derrumbarse...

Muñeca de PapelWhere stories live. Discover now