—Nada —le respondió Johana tomando la palabra. La chica se colocó al costado de Donato y le sonrió dándole a entender que le daba su apoyo, a pesar de no saber qué era lo que le sucedía—. El gato está ahí y no tiene nada extraño, solamente sus signos vitales sin función.

—Deberíamos dejar que el gato nos guíe —habló Ricardo y miró al gato negro sujeto a las piernas de Lizzeth, levantó la mirada hasta que se topó con sus ojos. La mirada recta de Ricardo cambió a una seria—. ¿Podrías dejar al gatito un momento? —Le preguntó mientras le sonreía cínicamente.

—Claro —respondió Lizzeth con el mismo cinismo y aunque no pude ver su rostro, me quedó claro que también sonreía con hipocresía. Sus piernas dieron media vuelta dejando al gato completamente libre. Éste se mantuvo quieto mientras miraba fijamente el elevador, si seguíamos su instinto, probablemente encontraríamos algo en el elevador. Pero todo cambió cuando su cabeza se movió quedando su mirada fija al techo. El techo se miraba débil y dividido en rectangulos similares, como de un metro por medio metro cada uno. Esos techos los había visto antes, en tiendas de centro comercial, también se encontraban en varias oficinas dentro del local en el que yo trabajo. Conocía los techos casi a la perfección. Pero lo suficiente para saber que éstos se derrumaban fácilmente, había uno que otro pedazo del techo de mi oficina escazo de ese material, por lo tanto sabía que podría haber algo ahí arriba.

—El techo —informé y todos giraron a verlo—, se puede derrumbar fácilmente. Podríamos tumbar uno de los pedazos rectangulares y observar lo que hay ahí arriba.

—Miren éste —nos llamó Johana, fijé mi vista hacia donde señalaba y me percaté de que el rectángulo era de color azul. Todos los demás eran blancos, por lo tanto sabía que ahí arriba podría haber algo—, es azul. Quizá sea el indicado para abrir.

—¿Y si es otra trampa? —Cuestionó Donato inculcándome a mí también, la duda, ¿y si era otra trampa?

—Tenemos que averiguarlo —respondió Ricardo y me buscó con su mirada—. Naúm, ayúdame a colocar el casillero debajo de este techo, voy a subir y averiguar qué es lo que se encuentra en él.

Asentí y me moví rápidamente para ir por el casillero. Con poca dificultad logramos colocarlo debajo del rectángulo azul y Ricardo comenzó a subir.

El casillero comenzó a moverse. Las piernas de Ricardo estaban inestables y parecían que iban a tumbarlo al suelo temblaba demasiado. Ricardo no podía equilibrarse arriba del casillero por lo que tuvo que volver a bajar.

—No puedo —anunció—, me es inestable.

—Yo lo hago —dijo Doroteo y con ayuda de Ricardo y mía logramos estabilizarlo ahí arriba. Él sonrió al determinar que podía ser estable. Miró a Donato y su sonrisa se apagó, no lo observó con mala gana, al contrario, pude determinar compasión en su rostro, le estaba llegando el remordimiento y sabía que se sentía un poco mal por él. Asintió para sí y volvió su mirada al techo azul. Alzó sus manos y comenzó a empujar el techo hacia arriba—. Está algo pesado —dijo y entonces escuché pasos apresurados atrás de mí.

—¡Hermano no! —Gritó Donato y no pude comprender el por qué se lo dijo. Hasta que miré como el pedazo rectangular se despegó de su lugar cayendo con una fuerza intensa hacía abajo, y cómo no, si arriba de éste se encontraba una especie de roca de gran tamaño que aplastó la cabeza de Doroteo dejándolo caer hasta el suelo. Quiso detenerse con sus manos pero la roca era demasiado pesada. Ricardo y yo, por instinto nos movimos hacia un lado y después nos enfocamos en el suelo, donde el cuerpo de Doroteo yacía con una gran herida en su cabeza y un charco de sangre formándose a su alrededor. Aún estaba consciente, lo supe por su respiración acelerada y débil.

Donato se tumbó a su lado y de inmediato lo colocó boca arriba y puso sus manos encima de su pecho.

—¡Doroteo no! —Gritó y después sus palabras fueron interrumpidas por lágrimas. Doroteo fue cerrando lentamente los ojos—. Tú no por favor.

—Tienes que salvar a nuestra mamá —le dijo Doroteo con una gran dificultad y sus ojos se cerraron al límite—, hermano —susurró antes de quedar inconsciente. Para siempre.

—¡Hermano nooo! —Gritó Donato y tomó su mano para apretarla con fuerza, me provocó una gran sensación de nostalgia que casi sentí que era parte de mi familia también.—. Doroteo, por favor, no puedes morir ahora. No aquí, no así. Por favor despierta hermano.

Doroteo no reaccionó. Me tumbé a un lado de Donato para ofrecerle todo mi apoyo y Johana se tumbó al otro lado suyo. Todo el hospital estaba en silencio y lleno de melancolía. Lo abracé, y él lentamente fue soltando la mano de su hermano para colocar las suyas en mi espalda. Me dolía saber que Doroteo ya no se encontraba con nosotros, fue una persona algo arrogante pero llegué a tomarle algo de aprecio, por Donato y por su relación como hermanos.

—Esto no puede estar pasando Naúm —me dijo Donato recargado en mi hombro. Sus uñas se encajaron en mi espalda con coraje, pero no era conmigo, era por el mismo. Por la impotencia y el coraje que sentía al saber que no podría hacer nada por Doroteo.

Ricardo tenía las manos en su cabeza. Estaba paralizado, sabía perfectamente que él pudo ser la persona en el lugar de Doroteo. Pero ahora sabía perfectamente que la muerte no le tocaba, no todavía.

Miré desde mi ángulo el cuerpo inerte de Doroteo, apenas hace unos momentos él estaba sonriendo al subir al casillero, estaba pensando en salir del hospital. En aclarar lo del gato, en curar a su madre. Pero ya nada de eso podría volver a hacer.

—¡No! ¡No! ¡No! —Gritó Donato y se despegó de mí para volver a aferrarse al cuerpo de Doroteo, lo levantó del suelo y lo sentó para abrazarlo—. No puedes irte de esta manera. —tomó la cabeza de su hermano y la miró como si estuviera fijamente mirándolo a los ojos. Su mirada de tristeza contagiaba a cualquiera al instante—. Tú y yo tenemos asuntos que arreglar hermano, tienes que perdonarme, tienes que volver a ser mi hermano. Tenemos que salvar a nuestra madre. Por favor dime que todo esto es una pesadilla. ¡Por favoooor!

Ahora era el momento en el que Donato estaba más cerca del cuerpo de su hermano, podía tocarlo, podía abrazarlo, a pesar de que el otro gemelo ya no sentía nada.

—¡Menuda estupidez! —Gritó Ricardo con coraje mientras pateaba lo que era el casillero. Estaba enfadado con el mismo y sus ojos amenzaban con comenzar a derramar lágrimas de furia. Sentía que no debió dejar subir a Doroteo, que era su momento, seguramente por eso ahora se sentía responsable, de una muerte, otra vez.

—Ya Donato —susurró Johana abrazando a Donato por la espalda. Lizzeth lloraba lentamente mientras mantenía abrazado a Matías en su cuerpo para que él no continuara observando. Cristy estaba de su lado—. No hagas esto más difícil. Tu hermano, aunque nos duela ya no está con nosotros.

—¡Suéltame Johana! —Gritó Donato y arrancó con fuerza las manos de Johana de sus hombros. Johana se levantó y con su mano se limpió las lágrimas caminando unos pasos hacia atrás. Donato se fue poniendo de pie lentamente hasta que nos observó a todos y con lágrimas en sus ojos dio un fuerte suspiró y comenzó a caminar a paso rápido hacia las escaleras. No podía permitirlo.

—¡No! ¡No! —Grité y entre Ricardo y yo alcanzamos a detenerlo. Donato quiso soltarse pero al sentirse atrapado por dos personas dejó de luchar.

—¡No merezco vivir! —Gritó y nuevamente quiso escapar de nosotros, de nuevo, no lo logró—. ¡Suéltenme por favor! —Gritó de nuevo. No íbamos a hacerlo, mis lágrimas también caían y por un momento comprendí a Donato. Cuando discutía con Angélica y me iba a trabajar sin dirigirle la palabra, era duro, quería regresar de inmediato a casa para pedirle perdón, solamente era cuestión de esperar. Ahora, con Donato, la situación era muy diferente. Él sabía que Doroteo nunca podría disculparlo y Donato tenía que lidiar con eso el resto de su vida.

—No lo intentes Donato —dije y él me miró, la mucosidad de sus fosas nasales era notable. Sus labios estaban húmedos y sus ojos se tornaban de un color rojo de tanto llorar. Donato estaba fuera de sí y no pensaba en las consecuencias que podían ocurrir si él se suicidaba—. Piensa en tu madre —dije y su rostro comenzó a enderezarse, sin duda era la fuerza que le hacía falta para sobrecargar la muerte de su hermano. Su madre estaba en algún lugar de este hospital y hasta ahora, era el único motivo para que Donato mantuviera sus ganas de vivir.

HospitalWhere stories live. Discover now