Profecía

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Hace infinidad de generaciones, cuando Irlanda aún era joven y los cantos de las aves anunciaban el renacimiento de la era del hombre, un joven aprendiz se refugió en las cuevas místicas, al norte de su pueblo natal. Los vientos lo habían arrastrado junto a su maestro, un sacerdote de la comarca, y guiado hasta la legendaria Lia Fáil, donde lo esperaba el ritual que lo convertiría en el sucesor de su acompañante. Tras una ardua mañana de intensa labor, por fin se había ganado un pequeño descanso. El druida había sido solicitado para reunirse con los suyos antes de que la noche los atrapara, por lo cual eligió aislarse y buscar desentrañar algunos de los misterios que asolaban en las sombras.

Reconfortado por la compañía de un viejo ciervo, se dispuso a tomar asiento. Intentaba establecer así una conexión profunda con todo ser natural que le rodeaba, mientras lo arrullaba el dulce sonido de las gotas de agua cayendo a sus espaldas. Poco a poco, el sosiego iba siendo opacado por una vibración en la roca, que lo empezó a perturbar. Con todas sus fuerzas, luchó para que en su espíritu, casto e impotente, no pudiera entrar el miedo. Y sus esperanzas se derrumbaron, cuando la tierra se sacudió. Lo que encontró en los albores del tiempo fue mucho más de lo que podía asimilar. ¡Una profecía! Las imágenes de sangre y sufrimiento iban pasando frente a sus ojos; realidades destruidas por la ambición de una raza creada para la venganza. Al final, solo una esperanza rota que mantenía en vigía al resto de la humanidad.

— ¿Por qué yo? —se estremeció—. Si mi lugar en la guerra se encuentra lejos del campo de batalla.

Entretanto, el terror invadía cada uno de sus poros, y sin darse cuenta, su equilibrio le falló. El sonido fue estruendoso, y los animales que lo acompañaban se apresuraron a auxiliarle. Sin embargo, no era tiempo de perder, sino de actuar. Con las rodillas aun cubiertas de gravilla, deshizo el camino hecho. Y a medida que avanzaba, cada vez con pasos más rápidos, su mente divagaba entre las consecuencias que podría tener otra guerra para los humanos.

«No resistiremos otra invasión. Ahora que los tuatha de Dannan se han extinguido, nada podrá salvarnos del caos.»

Faltaban ya pocos metros para llegar a la Piedra de Tara, cuando de repente, escuchó un alarido, que lo estremeció. Corrió hacia la colina, intentando camuflarse entre los arbustos. Pero al llegar al lugar, todo perdió sentido para él, dejándose caer en la hierba, ante tal conmoción. Los maestros que por tanto tiempo lo habían acompañado hoy eran sentenciados a muerte. Sus verdugos eran seres infernales; en sus ojos parecían arder las llamas del averno. Estos, al igual que su cabellera escarlata, eran lo más hermoso de su presencia. Pues sus imponentes garras y negruzcas fauces, contrastaban fatalmente con su rostro. Parecía como si la muerte hubiese esculpido sus cuerpos en arcilla; deformes e incompletos. ¿Demonios? No, estos tenían forma física, era imposible. Acaso, ¿fomorés? Ridículo, estos fueron asesinados por los tuatha de Dannan en la última gran guerra.

Por la espesura del bosque, muchos otros aprendices ya habían escapado del asalto, guiados por la intuición de uno de ellos. El joven no pudo saberlo, pero estos aguardaban resignados el triste desenlace. En absoluto silencio, fue testigo del cruento interrogatorio que sostenían los atacantes, bajo el mando de una mujer vestida con túnicas negras. Había algo diferente en ella que lo alertó, tal vez el hecho de que pasara más desapercibida entre los celtas que los suyos. Si, ¡era obvio! Ella había sido engendrada por un fomoré y una humana. Los rumores eran ciertos; la venganza de la raza derrotada había comenzado.

— ¿Dónde está la profecía? —inquirió uno de ellos, atestando un golpe bajo en el estómago de los rehenes.

La mujer, que se deleitaba con el sufrimiento ajeno, dejó que su soldado siguiera un rato más antes de caminar hacia él—. Así no conseguirás nada, Ivo —espetó, esbozando una tenebrosa mueca—. Ellos no la tienen, estamos perdiendo tiempo.

—Usted dijo que estos viejos eran los únicos capaces de predecir el futuro—refutó este, con imprudencia. No toleraba seguir sirviendo a una impura.

—Recuerdo haberte ordenado que capturen a todos —repuso, acercándose con un caminar lascivo al rebelde—. Si no soy capaz de imponerle mi voluntad a un simple esclavo, ¿cómo esperas que este humano me obedezca? —bramó, clavándole inmediatamente sus garras en el cuello, y viendo cómo este se desangraba hasta morir.

Tras haber dejado anonadados a los suyos, la desquiciada mujer reanudo la masacre. El aprendiz sufría en silencio tales perdidas; había perdido la esperanza. Las lágrimas caían por su rostro, mientras buscaba a su maestro entre los muertos. Sin embargo, por más que lo buscó, no había rastro de su paradero. De pronto, una mano lo tomó por sorpresa, casi haciéndole gritar. No podía reaccionar, esto era arte de magia. ¿Cómo? Al voltear, pudo verlo. Malherido, y con una triste sonrisa, su mentor lo abrazaba.

—Perdóname —le susurró.

—No hay tiempo para eso, maestro —exclamo él, intentando serenarlo—. He tenido una visión, viene para acá...

—Lo sé, por eso... te traje hasta aquí —confesó, dejándolo con un semblante turbado—. Observa a tu alrededor, hijo mío. Este es nuestro fin —una sonrisa de resignación se iba plantando en su rostro—. Los otros aprendices serán los encargados de seguir con nuestra labor. Sin embargo tú tendrás un papel mucho más importante. Has recibido una profecía vital para la victoria de una guerra entre dos razas.

—No, es imposible —dijo el aprendiz, negándose en voz baja—. Aun si fuera cierto, ¡carezco de valor en la guerra! ¿Qué puedo que hacer yo?

—Protegerla, hijo. Con tu vida y la de tus descendientes. Un día, muy lejano para nosotros quizás, está se hará real, y será uno de tu linaje, el encargado de guiar a los elegidos.

—No estoy preparado, soy tan solo un niño.

Pasando su mano por su cabellera, el druida le contestó—. Vete, ya estás listo. Nosotros los detendremos.

El joven no hallaba palabras. Sabia la importancia de su misión, aunque ver como injustamente sus pasos iban siendo controlados por una profecía, le causo un sentimiento de resquemor. La guerra; la detestaba en general. Su familia había muerto gracias a esta, dejándolo a merced de la caridad. Por tal motivo, se hallaba solo, y sin el amor de nadie. Entonces, ¿qué tenía que perder?

Se despidió del sabio. Sin titubear, corrió hacia el claro. Antes de que pudiera alejarse lo suficiente, una tremenda llamarada subió a los cielos, dejando a su alrededor una nube de humo negra, que por un momento, nublo la vista del muchacho. Justo después se oyó una terrible explosión, que rompió por completo a su antiguo ser.

Cuando los otros aprendices se encontraron con él, no pudieron reconocer su alma. Delante de ellos, se levantaba un hombre, en el cuerpo de un niño. Fueron comunicados de todo lo sucedido; y optaron por obedecer la última voluntad del anciano. Cada uno tomó caminos separados, retornando a su respectivo clan. El último en partir, fue el joven, quien recitaba en su mente aquellas letras para que nunca se desvanecieran en el tiempo.

Entre las sombras, el caos se desató,
bajo el resplandor de la luna, estalló,
ya no habrá marcha atrás,
pues una antigua guerra se ha empezado a luchar.

Emergerá un alma perdida,
oculta bajo oscuro manto,
reflejando en sus pupilas,
lo horrores del pasado.

A su lado, un semejante,
que el viento traerá.
Mirada azabache,
esa que nunca perderá.

Y en medio de la oscuridad,
muchas muertes tendrán lugar,
muchos hogares se destruirán,
mas ellos la victoria darán...
A aquellos que la luna acogerá.

InfluenciadosWhere stories live. Discover now