Capítulo Uno: Confinado

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30 de Abril de 2061

Desperté bañado en sudor. Los párpados me ardían, estaban adheridos a mi globo ocular y me costó muchísimo separarlos para poder ver a mi alrededor. Con gran esfuerzo, doblé mis huesudas rodillas y me incorporé lentamente. Logré mirar a mi alrededor y observé un escenario que no pude reconocer a priori.

Un pasillo blanco frente a mí, separado únicamente por una reja de metal oxidado que daba paso a mi estancia, una habitación rectangular con una tenue luz blanca que colgaba del techo, aguantada por un cable medio arrancado, y a mi izquierda un espejo vertical que revelaba mi lamentable estado de salud.

Logré acercarme para examinar mis heridas más de cerca, pero a dos metros del espejo, noté un fuerte tirón en la muñeca derecha que me obligó a retroceder a causa del fuerte dolor. Estaba encadenado.

- Mierda... - fue la única palabra que pude balbucear.

Me sujeté como pude con la poca fuerza que me quedaba y logré evitar la caída. Volví a acercarme al espejo y pude observar que prácticamente no me quedaba cabello en la cabeza, mis labios estaban hinchados, como si alguien los hubiese aporreado fuertemente, mis ojos estaban entumecidos, y quemaban como el maldito infierno. La única pieza de ropa que llevaba era una vieja y ajada bata blanca, atada por los hombros con unas tiras de velcro que dejaba ver la piel adherida a mis huesos, frágiles como el cristal.

¿Cómo había llegado hasta allí? Era lo único que me rondaba por la cabeza, segundo tras segundo. Solo recordaba las largas tardes de invierno vestido con mi jersey gris de cuello alto, corriendo por el Parque Corey, con mis largos calcetines de punto, entrenando a altas horas de la noche en el Parque Fairgrounds de la 23 Avenida con la Calle Severance , saludando a las chicas que pasaban por allí vistiendo su uniforme escolar. Y Jennifer... ¡Oh, Jennifer...! Entonces gozaba de un buen cuerpo, esbelto y robusto. Ahora estaba decrépito, débil y mustio.

Rompí a llorar fuertemente, precipitándome al frío y tosco suelo, apoyando las palmas de mis manos mientras inclinaba ligeramente la cabeza. Fue entonces cuando oí su voz, dulce y melosa como la miel, un eco. Sus palabras se incrustaron en mi mente - "Espacio... Trascender." - Resonaron durante un instante y se desvanecieron de forma abrupta.

Esas simples palabras no tenían sentido, pero algo en mi interior respondió a su llamada y me erizó el vello corporal. No era capaz de identificar el origen de aquella voz pero estaba seguro de que la conocía. Me incorporé otra vez, me deshice de la bata, la ajusté en los barrotes e hice un nudo. Apreté con todas mis fuerzas hasta que ambos barrotes cedieron, dejando el hueco justo para que pudiese pasar.

Pero seguía estando encadenado. Cogí una pequeña piedra del suelo y la lancé contra el espejo, esparciendo los pedazos de cristal por el suelo. Me ayudé con el pie izquierdo para arrastrar uno de ellos hacia mí.

No tenía alternativa, la única opción era desprenderme de la cadena que me ataba a aquel insólito lugar. Jadeaba con fuerza, no sabía cómo hacerlo, ya notaba el dolor en el cuerpo y los nervios no me dejaban pensar con claridad.

Con el cristal en la mano, comencé a serrar el pulgar de mi mano con la esperanza de poder liberarme. Con decisión clavé la punta en el extremo de la falange, desgarrando la piel mientras el músculo cedía hacia adentro. El dolor era insoportable, me recorría cada uno de los nervios del cuerpo. Notaba como si miles de agujas incandescentes se clavaran en mi mano a la vez. De la presión que ejercían mis dientes, me mordí el labio y la sangre comenzó a brotar como si de un río se tratase. Finalmente noté cómo el pulgar se desprendía de mi extremidad, que quedó colgando de mi mano a causa de un nervio que no corté bien. Acerqué la mano a mi boca, mordí con fuerza el pulgar inerte y sacudí ambos brazos con fuerza, logrando arrancar aquel último nervio. Acto seguido dejé caer el pulgar al suelo, mientras la sangre emanaba de mi dolorida mano. Estaba temblando, no sentía nada de hombro para abajo, ni un leve cosquilleo, solo notaba el peso muerto del brazo. Me mareé un poco, la vista se me nubló y noté cómo perdía el conocimiento durante unos instantes, pero me mantuve en pie y volví en mí al momento.

Rápidamente, deslicé el frío metal de mi cadena liberándome así de mi confinamiento. El tacto del frío acero sobre mi herida me produjo un gran alivio. Acto seguido corrí a recoger la bata, improvisé un torniquete con mis escasos conocimientos de anatomía y salí al pasillo.

Conforme avanzaba por él iba recordando pequeños fragmentos de algunas pesadillas que había vivido mientras estaba allí encerrado. O eso creía que eran, simples pesadillas.

Pasé de largo por un pequeño laboratorio, donde únicamente había frascos cuyo contenido eran órganos humanos conservados en formol, instrumentos metálicos punzantes y otros elementos extraños que no pude reconocer.

Llegué finalmente a una puerta negra y deteriorada, leí el cartel que había colgado con un clavo y llamé a la puerta. No obtuve respuesta, por lo que me decidí a entrar.

- ¡Joder, qué peste! - exclamé

Un extraño hedor emanaba de aquella estancia, únicamente iluminada por una pequeña grieta en el techo, pero pude reconocer una extraña figura humana tendida en el suelo.

Me acerqué y reconocí el cadáver de un vigilante de seguridad. Tenía el pecho abierto en canal y sus intestinos estaban desparramados por el suelo, junto a un enorme charco de sangre y bilis. Sus tímpanos habían reventado, como si algo hubiese de su interior de forma violenta.

Acelerado, me retiré del cuerpo y me apoyé en la pared, justo entonces, escuché un ligero ruido y de la grieta vi cómo emanaba un líquido viscoso transparente, a la vez que proyectaba una sombra grotesca y alargada.

Eché a correr.

Eslabón Perdido [#SummerA2019]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora