Capítulo N° 9

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Era un pésimo día, pésimo en todas las letras y todos los idiomas

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Era un pésimo día, pésimo en todas las letras y todos los idiomas. El día estaba nublado, la humedad era insoportable, la líder blanca y Jhïle se comportaban más perras que nunca, Jhëren estaba de mal humor al igual que yo y llevamos todo el día sin hablarnos, sin motivo alguno, solo porque no teníamos deseos ni humor para hacerlo.

La aldea jhakae y el bosque eran en verdad muy hermosos, llenos de vida y movimiento. Sin embargo un poco de bosque estaba bien, pero día tras día se tornaba aburrido ver lo mismo y hacer lo mismo, una y otra vez. Tal vez porque me crié con tecnología, pero al menos una película, ¡un libro! No soy una gran lectora pero hasta un libro sería bienvenido, porque el aburrimiento iba a matarme.

Como aún no estaba casada y técnicamente era soltera, no tenía responsabilidades de clan. Los Jhümi se encargaban de todo lo social, se encargaban de visitar casa por casa y entrevistar a las personas para ver si todo marchaba bien. Especialmente con las nuevas parejas, o quienes ya tenían hijos. Sabía que Jhëren, además, debía ir a las cacerías para asegurarse de que todo saliera según lo planeado, y que incluso el imbécil de su hermano cumplía con sus responsabilidades al entrenar a los más jóvenes.

A veces veía a la esposa de Jhöne caminar de choza en choza para cumplir con su trabajo. Me senté en un asiento hecho con un tronco, cerca de donde las guardianas entrenaban con sus lanzas. Vi pasar a Nuria, la esposa de Jhöne. Era una mujer muy hermosa, de rostro angelical con mejillas rosadas. Su cabello era rubio muy claro y lacio, a excepción de sus puntas donde se formaban ondas. Era de cuerpo grande, con senos enormes y un culo y caderas que envidiaba. Era mucho más grande que las otras mujeres, y aunque Marla era regordeta no tenía sus curvas tan definidas como Nuria.

Estaba aburrida porque había poco para hacer en la tribu, solo me dedicaba a recorrer el bosque, a sentarme junto a Kalea a observar a los jhakae entrenar, quizás intercambiar alguna que otra mirada y sonrisa. A veces iba a ver a Yamila y me contaba de sus aventuras juveniles. Había sido una mujer preciosa de proporciones exuberantes pero muy delgada, los enormes pechos era algo que le había quedado, resaltaban en su ropa de kumena.

Más allá de hablar con Yamila, quizás con Jhëron, a veces ir a ver las plantas de Clara, no tenía más por hacer.

Había cosas que me gustaban, por supuesto. El aroma a bosque, a distintos árboles y tierra mojada. El sonido de las aves en los árboles y las risas de los niños al corretear. Me gustaba el olor de las brasas calientes y también de la carne que se cocinaban usualmente al fuego. Y, entre todos los aromas, adoraba en especial el de Jhëren. Como siempre iba al bosque regresaba con un aroma a cedro y pino que me encantaba, su piel, de delicado olor a pimienta que lo hacía atrapante, se impregnaba con los aromas exquisitos del bosque.

Los jhakae eran muy pulcros y muy coquetos, especialmente los hombres. Cuidaban su cabello por sobre todas las cosas, su apariencia también. Jhëren, aunque era muy cuidadoso con su apariencia, lo era mucho más con su cabello. Lo veía lavarlo con cuidado, desenredarlo cada noche y cada mañana. Se colocaba distintos aceites y mantecas hidratantes, y encontrarle una punta abierta era simplemente imposible. Nada que ver con mi cabello de paja.

KhuméDonde viven las historias. Descúbrelo ahora