Segunda opción

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—Este rubio chanta me ha sorprendido —repuso Epifanio.

Mientras bebíamos, la muchacha de cabello corto se acercó a mí y me dijo:

—Hola.

—Hola, ¿cómo estás? —dije con cierta desconfianza.

—¿Tenés un cigarrillo?

Abrí la cajetilla de Marlboro classics y le convidé un pucho.

—¿Fuego?

Me acerqué a su rostro y le encendí el cigarro.

—¿Viniste sola?

—Sí, es que vivo en el departamento de en frente. En el segundo piso.

—¡Ja! Qué loco. Mataría por vivir a metros de una discoteca.

—Lo malo es que la vibración y el barullo no deja dormir —respondió gesticulando.

—Entiendo lo que quieres decir —contesté a la muchacha y agregué sonriendo—: es mejor vivir aquí en el centro que en el campo, ¿no?

—La verdad que nunca viví en el campo ni en una zona rural siquiera —explicó.

—Pero tienes la ventaja de frecuentar este antro a la hora que quieras —mascullé.

—Puede ser —dijo mientras le daba un sorbo a mi vasito de coñac.

—¿Cuál es tu nombre? —exclamé.

—Me llamo Encanto.

—¿Encanto? —pregunté ojiplático.

—Así es.

—¿Y cómo es tu nombre? —exclamó ella mientras sacaba de su pequeña cartera un espejito de Hello kitty y un lápiz labial de color rosa metalizado.

—Me llamo Vladimir Twain.

—¿Twain?

—Sí, como Mark Twain.

—Capté —dijo, mientras miraba como Leopoldo le comía la boca a Raquel.

—¡Hey, vayan a un hotel! —les grité.

Raquel despegó la boca dejando una línea de saliva entre ellos dos. Los hoyuelos habían desaparecido.

Pero Leopoldo se limitó a contestarme:

—¡Déjame de joder! 

Encanto apretó los labios y dijo:

—Tu amigo te falta el respeto.

—¡Ah...! Él es así con todo mundo.

Los labios pintados de rosa de la muchacha se entreabieron. La jóven intentó no reírse, y de, pronto se río estrepitosamente.

—Hola, soy Epifanio. ¿Gustas bailar? —dijo el petiso extendiendo su mano.

Encanto tomó su mano y se pusieron a bailar como locos abajo del escenario.

—¿Qué trama este pitufo?  —dijo Elmer en un tono burlón.

Levanté la cabeza para ver que hacían.

—Bueno, ya me quiero ir. Son las seis de la mañana —dije indignado— . ¿A qué hora cierra este boliche bailable?

—Cierra a las nueve —dijo y se tronó la espalda.

—Yo me las tomo. ¿Venís? —dije mientras encendía mi último cigarrillo.

—¿Estás loco? Yo no voy a caminar treinta cuadras a pata —chilló Elmer.

—¡No saben lo que pasó! —dijo Raquel con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Qué pasa? —respondimos al unísono.

—Fui al baño porque me estaba re meando y vi que el enano maldito se estaba chapando a la loca que bailaba sola —gritó la pelirroja.

—No te creo —farfullé.

—¿Querés apostar?

—¡Dios santo, es verdad! —dijo Elmer con la mirada encendida.

—¡Jua! Vladis, naciste para segundear —me dijo Leopoldo estallando en risa.

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BALADA DE OBOE  (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚑) Onde histórias criam vida. Descubra agora