Capítulo 1: Todo empezó una mañana de Diciembre.

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Recordé con una sonrisa reflejada en mis labios que la Navidad pronto llegaría. Sin duda, el invierno era la estación del año que más me gustaba, no por la nieve, pues en mis 18 años de vida no había nevado ni una sola vez en mi ciudad, sino por las hermosas sonrisas que mostraban los niños al recibir sus regalos, esa felicidad que desconocían pequeños de otras partes del mundo, mi corazón se estremeció solo al pensarlo.

Abrí la ventana y el aire frío logró que mi piel se pusiese de gallina, decidí cerrarla.

Me vestí rápidamente, todavía tenía que desayunar y después peinarme para, posteriormente, caminar hasta el campus de la facultad a la que asistía.

Clara, una de nuestras sirvientas, ya me había preparado los cereales. Mi hermana entró en el comedor y besó mi mejilla.

- Buenos días - ella cogió su vaso de zumo mientras me hablaba.

Le devolví el saludo y desayunamos en silencio, era una costumbre en mi casa que mientras comíamos nadie hablase. Mis padres ya se habían ido a trabajar, él manejaba una cadena de hoteles, sin embargo, mi madre era abogada.

Salí de casa después de recoger mi cabello castaño en una cola alta, no sin antes ponerme unos guantes y una bufanda.

Fuera de casa el viento era escaso pero el frío alcanzaba un nivel notablemente alto, me estremecí al sentir que mi piel volvía a ponerse de gallina, debería haberme abrigado más.

Un coche se detuvo a mi lado, el miedo me inundó en ese instante.

- Ey, muñeca, ¿te vienes con nosotros? - dentro del coche había tres chicos, todos se estaban riendo de mí, y lo sabía.

Decidí ignorarlos, no parecían rendirse, hasta que atravesé unos jardines que me ayudaron a esquivarlos.

Caminé nerviosa observando que no me siguiesen, siempre fui bastante cobarde, lo admito.

Una niña saltaba sobre los charcos mientras su madre le pedía que parase, al final mojó su ropa y no pudo evitar que le regañasen.

Pasé por una calle bastante conocida en mi ciudad, a ambos lados de esta había comercios de ropa, calzado y bisutería. Me fijé en un gorro de lana que estaba en un escaparate, decidí entrar a probármelo, y acabé comprándolo. Al menos este mes mi padre me había aumentado la paga. Crucé la calle y pude observar a una señora sentada en el suelo con un cartel en el que había escrito su terrible estado económico y personal, no tenía trabajo, y aun por encima debía alimentar a sus cuatro hijos de menos de diez años, un dolor atravesó mi pecho y solté algunas monedas en el vaso que sostenía con su otra mano. Seguí caminando lentamente por esa calle, perdiéndose mi vista entre los escaparates, entré en otra tienda, y así dos veces más.

- ¡Oh, mierda! - Solté. - ¡Llego tarde a clase!

Empecé a correr entre la gente, olvidando ver los escaparates de las tiendas, fue entonces cuando sentí la imposibilidad de seguir corriendo, algo acababa de detenerme sin ser de manera física.

Un chico de mi edad, más o menos, se encontraba sentado sobre una caja de madera. Sus dedos acariciaban las cuerdas de una guitarra española de una manera notablemente delicada, sentí que me derretía en el momento en que su voz salió de su interior para cantar aquella suave y hermosa canción que yo desconocía por completo.

Me fijé en su pelo, castaño, revuelto y despeinado, pero que le favorecía bastante. Su rostro me dejó atontada, tenía unos rasgos muy delicados, como si cualquier zona de su cara pudiese ser dañada con facilidad, quizás se debía a esa mirada de tristeza que inundaba sus ojos verdes. Me acerque a él, poco a poco, quise acariciar su mejilla para aminorar su melancolía, pero me abstuve de ello. Me limité a escuchar el arte que ofrecía, había pasado mucho tiempo desde que no me sentía así de bien. Ese chico, sin conocerme, me había hecho feliz, al menos durante ese día.

Me agaché y sobre la funda de su guitarra dejé un billete de diez euros encima de las monedas que le habían dejado algunas personas, las que lograron apreciar la bella música que el chico interpretaba.

Él me miró, entonces, en el momento en que parecía que me iba a decir algo, me fui corriendo, dándole tiempo solamente a decirme un simple gracias.

La mañana en clase, para mi sorpresa, había transcurrido rápidamente, posiblemente se debía al echo de haber sido impuntual.

-  Naiara, ¿te llevamos? - Noelia se acercó a mí, la miré con una sonrisa.

- No, boba, vete con Nico.

La pareja se despidió de mí, no me extraña que ella fuese mi mejor amiga desde niñas, siempre estaba preocupándose por mí.

Cogí un autobús al salir de la facultad, el campus estaba algo lejos del centro, a una media hora andando, y yo ya caminaba bastante desde mí casa hasta la estación, eso ya era suficiente, y más con este frío.

Llegué al autobús, donde Diana me esperaba, reservándome el asiento que estaba al lado del suyo.

- Qué frío hace - me dijo - ¿Quieres café?

Negué con la cabeza mientras ella le daba un sorbo a la pajita que atravesaba su termo.

Bajamos juntas del autobús y nos despedimos en cuanto estuvimos fuera, vivíamos completamente en calles opuestas.

Caminé rápidamente para olvidarme cuanto antes del frío, necesitaba entrar en casa y cubrirme con mantas o quizás darme un largo y cálido baño. Entonces me di cuenta de que todavía estaba en la calle de los comercios y decidí buscar a aquel chico tan admirable, pero ya no estaba. Sufrí una gran decepción, no supe la razón pero ansiaba volver a verlo.

- Ey - me giré, alguien había sujetado mi hombro mientras me hablaba - esto es tuyo.

Entonces pude ver sobre mis manos un billete de diez euros y mi mirada se encontró con sus ojos verdes por segunda vez en aquella mañana de diciembre.

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