Prólogo: Aquellas Aves Verdes.

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Siempre me parecieron curiosas las flores que marchitan en contacto con el alba o con un mero atardecer. No deben de tener ganas de vivir si, en ese momento, caen en declive ante tanta vida y serenidad. Una excesiva calma y belleza entre agonizantes
calles estrechas...

Flores sin corolas, pétalos deshojados, aves fanfarronas, niños correteando, un pronunciado olor a mar despojado de entre los navíos que acercaban a los turistas y que proliferaban una inmensa contaminación...

Miles de factores bellos y el algún caso perjudiciales eran los que formaban la ciudad de madera y oro que pareciera estar hecha por piezas; poco a poco se percibía el todo original y extravagante de la llamada "opuesta Atlantis" que nos hizo notorios y nos mostró el ilustre guía...

Muchas estructuraciones sobre aquel manto salado, cubierto de volátiles atuendos y cucos no muy silenciosos.
¿Cómo una ciudad de semejante magnificencia podía resguardar entes en sumo fariseísmo?

Poco a poco se hacían partícipes varios elementos que, minutos antes, parecían diminutos puntos negros extraviados en la mar...
Aún lo recuerdo, aquella sensación de ansiedad mezclada con felicidad y entusiasmo.

Por aquel entonces, nunca antes había pisado aquella ciudad tan diminuta de lejos y tan escultural de cerca. Las redadas de vegetación sobresalían de las aguas desembocando en porciones terrestres que en sus hombros cargaban con toda clase de lares ornamentados con alhajas y marfil; pareciera que todos aquellos fragmentos se habían desprendido de nuestro mudable objetivo: El núcleo de la ciudad Veneciana.

El navío que nos resguardaba no dejaba de avanzar; todo en él era un conglomerado de elementos humildes.

Numerosas particularidades se hacían ver a lo largo y ancho de la nave. Las amuras estaban talladas en madera de abedul, mientras que las partes restantes de este, aún conservaban su toque anticuado y su estilística singular. Sus lamas demacradas permitían que la visión entrara en contacto con el monumental fondo marino.

Descendiendo; la multitud de especies del litoral sobrecogidos por destellos salinos y tonos anaranjados.

Ascendiendo; las muchas peanas de los tripulantes del barco, pataleando sobre la aleación del légamo que aún podía acabar cediendo.

A la derecha; edificaciones artísticas flotantes, salidas de tomos de arquitectura y bellas artes. Ahí realmente quedaba impreso el potencial de los grandes artistas italianos que revolucionaron aquel  país.

A la izquierda; un sinfín de puertos donde dormitaban barcas y enseres flotantes que ya no tenían mucha utilidad o simplemente se encontraban en mantenimiento.

Y finalmente, ascendiendo un poco más, se podía vislumbrar un cielo cegador donde el sol era un excelente protagonista haciendo que la marea brillara con mucha más intensidad. Sobre aquel espejo cristalino se manifestaba alguna nubecilla danzante.

Cada vez nos aproximábamos a mayor velocidad y por ende, la felicidad del conjunto aumentaba notablemente.

Aquellos que se encontraban sentados en la popa, miraban ociosos la ciudad a lo lejos; habían dejado de ser puntos negros extraviados en la mar para convertirse en puestecillos y luces que agraciaban aquella metrópolis enmascarada. Los muchachos tenían las piernas colgando, las camisas arrugadas y permanecían bien sujetos a la barandilla mientras el viento jugueteaba con sus cabellos; desmelenando sus ridículos  mechones.

Sin embargo, algunos reposaban sentados o tumbados cerca de la línea de crujía. Y el resto estaba disperso por el gran vehículo con un nerviosismo innato.

Las puertas y ventanas estaban adinteladas, con un centenar de botones y objetos salvavidas posicionado a a gran cercanía; para casos de extrema emergencia.
Por la parte trasera del navío se comenzaba a percibir un extraño ruido, el cual iba aumentando su sonoridad.

La gran totalidad de los viajeros voltearon las cabezas fisgoneando con sus miradas hacia la parte trasera, donde nació aquel estruendo tan característico. Las aspas debían de haber impactado con alguna porción de tierra cercana, lo que indicaba que por fin estábamos arribando.
Solo unos pocos se dieron cuenta de que, en lo alto del firmamento, se divisaban unas pinceladas difuminadas en color verdoso.

Eran tintes fugaces e intangibles. Puede que, para algunos, simplemente hubiera que agudizar la mirada para descubrir que en realidad se trataba de palomas, gaviotas y pajarillos hambrientos rodeados por una órbita de aves verdes.

Pero la verdad es que era mucho más que eso. Había que abrir el alma incorpórea dejando al corazón rugir y dar a descubrir tales colores tan divinos. ¡La más pura belleza revoloteando sin apenas articular su deslizamiento!

Nos habían estado escoltando durante todo el trayecto. Pero solo yo me preguntaba el porqué. A qué se debía realmente el que unas simples aves fanfarronas estuvieran rodeadas por aquellos gorriones tan vivaces y perfectos.

Todos quedaron hipnotizados ante la majestuosidad de sus colores.
Alcé la cabeza al frente una vez más para caer en la cuenta de que por fin habíamos llegado a nuestro destino.
Aquellas aves verdes se dirigían con un vuelo casi perfecto a la ciudad, mientras zigzagueaban en paralelo unas con otras para finalmente perderse entre callejuelas, catedrales y góndolas.

Tan mayestáticas y heroínas para perderse entre diminutas calles estrechas...

Y ahí es donde residía en verdad el sentimentalismo de la ciudad; en aquellas aves verdes desprendidas de la mar...

¡Oh si yo pudiera decirte, cielo mío, todo lo que siento! Llevando a la inversa todos aquellos relojes adornados en oro y plata para poder rehacer un sentimiento Veneciano...

Pero sí, es cierto. Aún recuerdo aquella estrella fugaz cautivadora de mis sentidos. ¿Cuál es mi deseo? En efecto, mi deseo, eras tú.

Pero sí, es cierto. Las flores aquí no marchitan en contacto con el alba; tan imponentes a pesar del gentío...

Pero sí, es cierto. Todavía rememoro tu mágico y cálido beso en la punta de mis inexpertas comisuras.

Pero sí, es cierto. Somos vida, poesía encarcelada en el atrio de una nobleza lívida.



Pero sí, es cierto; Te quiero...




<< Aún, recuerdo Venecia >>




He aquí la primera de las partes de esta emocionante historia de amor. Espero que os guste y os resulte interesante. En cuanto esté el primer capítulo lo subiré sin demora, dado que esta primera introducción me ha llevado más tiempo del que creía; disfrutar leyéndola tanto como yo he disfrutado escribiéndola.

Alberto.

Un sentimiento Veneciano (en proceso)Where stories live. Discover now