Cuarto capítulo

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 En los últimos días Miguel había notado algo diferente en Emma. Desde siempre lo había considerado un sujeto tranquilo, callado y hasta distraído, al punto que había que decirle dos veces las cosas, pero simpático a fin de cuentas. Sus otros compañeros no veían bien su afán de aislarse en los recesos para ir a escuchar música o hacer quién sabe qué en el Anon. Al principio llegaron a tomárselo como una ofensa personal cuando lo único que el muchacho hacía era negarse a participar de las actividades después del trabajo. Nadie entendía cuál era su problema. ¿Qué se creía?

Él es así, les decía Miguel, antes de que por alguna razón desconocida las invitaciones a beber o comer fuera comenzaran a escasear también para él. En una ocasión llegó a molestarse en serio con uno de los chicos, Mort, porque decía que el tipo debía ser uno de esos asexuados que estaban naciendo ahora, fallado en el cerebro para entender lo que era socializar con la gente. Aparentemente él le había preguntado, de lo más amable, qué estaba escuchando con los auriculares puestos y Emma, sin apenas mirarlo, le dio la espalda por toda respuesta. Eran ellos tres una mañana. Mort no tenía con quién más sincerarse que con Miguel y lo aprovechó a gusto, revelando que el desagrado venía acumulándose desde el primer rechazo. Lo llamó raro, pendejo electrocutado, pelotudo de mierda, hijo de puta creído, antes de que Miguel se decidiera a abrir la boca también.

-Él es así nada más. Tampoco es para tomárselo tan así.

-No, algo está mal con ese pibe. ¿No has visto esos gestos que hace de repente, como si algo le estuviera doliendo? Y de pronto pone unas caras raras, como si nos estuviera mandando a la mierda, pero como no dice nada y se va se supone que nosotros nos lo tenemos que tragar como pendejos. Pero que se vaya a la mierda él, carajo. Si no es un boludo...

Miguel intentó frenarlo recordándole que Emma nunca le había hecho nada, y si a veces se sentía mal que lo dejara, total, ¿qué le afectaba a él?

-¡Pero si se siente mal todo el tiempo! No, para mí que ese se hace nada más por joder.

Si eso era así o no careció de importancia. Para Miguel los ataques sonaron injustos, y punto. Después de todo, con él Emma nunca había sido áspero, cortante o siquiera grosero. Respondió acorde a ese conocimiento, disgustando todavía más a Mort. Cuando los volvieron a llamar para atender las mesas, Miguel acabó recibiendo una mirada que le dejó muy en claro que, por lo que a respectaba a Mort y sus amigos, podía olvidarse de más socialización afuera. Sintió una punzada de remordimiento, porque la había pasado muy bien en las anteriores salidas, sucedidas hacía casi dos meses, pero esta fue breve. Que se jodieran.

Pensaba originalmente guardar el incidente para sí mismo u olvidarse de él como algo sin importancia. Pero apenas tuvieron un receso juntos en la sala de recarga, los dos sentados en extremos opuestos del sofá frente a la pantalla, las palabras sólo salieron de sí, casi desesperadas por llenar el silencio.

-¿Sabés qué es lo que dicen los otros de vos, no?

-No, ¿qué cosa?

-Nada, más que nada pendejadas. ¿Por qué no hablás con ellos más seguido? No tenés por qué irte todo el tiempo si nadie te corre.

Emma se rascó la nuca viendo la pantalla. Tenía una pierna subida al sofá y un brazo encima de la rodilla. La camisa blanca dejaba ver la figura delgada de su cuerpo. Se fijó de nuevo en el verde de sus ojos, como nublados o lejanos en el espacio. Un precioso color que ya nadie tenía a menos que fuera artificial. Apretaba los dientes, tensando la mandíbula. El gesto lo hacía ver casi hostil, pero a Miguel sólo le decía que estaba teniendo uno de esos días malos, así que naturalmente no quería que lo jodieran. Todos tenían días malos en los cuales no querían ser jodidos.

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