"The Revenge"

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Magnus se levantó esa mañana más temprano de lo normal. Alec, con la espalda desnuda y las mejillas coloreadas de un rojo intenso, le ofreció una vista exquisita cuando se levantó de la cama y el frío de Nueva York le azotó como un látigo. Se dijo que mantendría esa imagen de su pareja en la cabeza todo el día, a ver si por casualidad su temperatura corporal aumentaba. Con el sigilo y la agilidad de un gato, se vistió y salió de la habitación, no queriendo despertar al nefilim. Estaba seguro de que si su pequeño se enterara de la venganza que tenía preparada para su suegro por hacerle tener miedo de los paraguas, le impediría marcharse y le retendría dentro de su departamento por el resto de su inmortal vida. Suspiró y, chasqueando sus dedos de uñas azuladas, hizo aparecer un kit de maquillaje equipado con todo lo necesario para su pequeña gamberrada. Gracias a sus maravillosos—y caros—contactos, había descubierto que Robert Lightwood tenía una importante reunión en Idris y, que incluso, se había preparado un discurso para la ocasión. Una sonrisa maliciosa se abrió paso entre sus labios. Nadie se metía con su Garbancito si él podía hacer algo para evitarlo.

Gracias a la batalla en la que los subterráneos ayudaron a los cazadores de sombras a ganar, el gran brujo de Brooklyn no necesitaba reportar su llegada a Alacante, por lo que nadie sabía que se encontraba en la hermosa ciudad y se dirigía a la nueva casa solariega de los Lightwood, donde sus "queridos" suegros se alojaban. Magnus siempre se preguntó por qué no se había hecho espía. Sus habilidades cubrían todos los rasgos de uno y podía llegar a ser lo suficientemente encantador como para ganar la confianza de los demás y robar información fácilmente. Sacudió la cabeza apartando la materia de su mente y se teletransportó a la habitación de matrimonio, la cual se encontraba en el segundo piso. Dio gracias a Raziel porque Maryse no se encontrase en la estancia y también porque la victima estuviese dormida. Con paso apresurado, sacó el maquillaje del kit y, haciendo flotar cientos de productos, comenzó a maquillar al moreno. La verdad estaba haciendo un gran trabajo. Su suegro, aunque a él le doliera admitirlo, estaba quedando absolutamente fabuloso. Después pensó que su propia fabulosidad había causado todo aquello y que no tenía que preocuparse por que alguien le quitara el puesto. Cuando terminó de pintarle los labios, guardó una notita en el traje colgado en las puertas del armario—no sin antes ponerles purpurina fucsia a todos los demás—y se marchó. Estaba deseando ver el ridículo que hacía. Le daba absolutamente igual que se enfadara con él tras esto y le odiara de por vida, total, Magnus tampoco era su fan número uno.

Tras unas tres interminables horas, en las que el de ojos gatunos había estado observando a su pareja dormir a través de un portal, por fin escuchó un grito proveniente de la casa Lightwood. Se había asegurado de que el maquillaje solo pudiera quitarlo él, al igual que la purpurina del traje, así que, si su suegro no quería usar ninguno, solo tendría que ir en calzoncillos, los cuales, había embadurnado de dorado. Todo marchaba según su plan. Sus contactos le habían comunicado que era imposible que faltara a una reunión tan importante, así que, cuando vio a Robert Lightwood, salir por la puerta de su domicilio con un traje deslumbrantemente fucsia y con el rostro pintado de manera profesional con colores vivos, no pudo evitar soltar una carcajada que seguro retumbó por toda Alacante.

Se limpió las lágrimas que se habían formado en sus ojos por la risa y sacó la cámara de fotos, haciéndole unas mil. Lo siguió hasta el Salón, donde todos los adultos estaban, y comenzó a reírse de nuevo ante las caras estupefactas de los nefilims y las risas que poco a poco iban soltando. Este iba a ser un día que ninguno olvidaría. Vio a Robert sacar el papelito que había metido en el bolsillo de su pantalón y leerlo con sus oscuros ojos tan abiertos como pudo. Instintivamente se tapó los oídos.

-¡BANE!- Y eso fue todo lo que escuchó antes de lanzar folletos de él vestido como estaba por toda la ciudad.

Abrió un portal con dirección a su departamento mientras su suegro lo perseguía y no lograba alcanzarlo. Con la respiración agitada y sus ropajes alborotados, cayó en el centro del salón, asustando a Alec, el cual se tiró su taza de café encima. La mirada furibunda del menor no tardó en posarse en el brujo, pero a este ahora le daba igual.

-¿Dónde has estado? Cuando me he levantado no te he visto.-Preguntó con un deje de preocupación en su voz que le pareció adorable.

-Estaba ocupándome de unos asuntos.- Y aunque al ojiazul esas palabras no le parecieron una gran respuesta, los labios de su pareja sobre los suyos le habían privado de cualquier duda hacia él.

Después, cuando Robert Lightwood llamó a su hijo para contarle todo lo que Magnus había hecho, el aludido tuvo que aguantar a un cabreado ojiazul y a un sofá muy incómodo. Había merecido completamente la pena.


Malec DrabblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora