XII

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Llegué a la parada a las diez. Allí estaba Damien, abrigado a más no poder. Tenía las manos escondidas dentro de los bolsillos de su abrigo marrón. Su boca y su nariz estaban cubiertos por una bufanda granate muy larga que iba a juego con su gorro de lana. Yo, en cambio, me conformaba con una chaqueta negra y un pañuelo estampado alrededor de mi cuello.

Aún era demasiado pronto para el frío, pero al parecer el invierno se adelantó más de lo debido. Era un día nublado, y el ambiente tenía un tono gris y oscuro a pesar de ser la mañana. Daba la sensación de que iba a llover en cualquier momento.

Me senté al lado del chico sin abrir la boca. El banco metálico estaba helado, y pude sentir como el frío traspasaba mis jeans y llegaba a mi piel, haciendo que se me erizaran los pelos.

-Pensaba que al final no vendrías -me dijo a través de la bufanda. No se le entendía muy bien -. Debes estar desesperada.

-No lo estoy -le mentí.

El autobús se detuvo enfrente y abrió sus puertas. Nos sentamos en la última fila y marchamos hacía la pizzería. Apenas hubo tema de conversación en el viaje.

-¿Por qué tenemos que ir tan pronto? -pregunté para romper el hielo.

-Porque por la tarde no hay autobuses, pensaba que eso ya lo sabías. Además así podremos estar todo un día juntos -me guiñó el ojo.

Yo le fruncí el ceño, molesta, y cogí el móvil para escuchar mi música. Por eso no debía sacar nunca un tema de conversación con él. Siempre acababa mal.

Después de eso, estuvimos en silencio hasta llegar a nuestro destino. Entramos en la pizzeria por la puerta de atrás y saludamos a su padre. No fué una entrevista muy tediosa: el que sería mi nuevo jefe era un hombre bastante bonachón y gracioso. Hizo que disfrutara del rato y no me pusiera nerviosa con sus preguntas. Al acabar, vi a Damien en la cocina, cogiendo un trozo de pizza congelada y comiendosela como si nada.

-¿Y esa expresión de asco? -preguntó con la boca llena.

-Es por ti. Me das asco -le solté.

Él se rió y se sentó en uno de los tamburetes del restaurante. Agachó su cabeza para apoyarla en sus brazos, que estaban cruzados encima de la mesa que tenía delante. Yo me quedé de pie en la puerta que conectaba la cocina con la pizzería.

-¿Cómo te ha ido?

-Bien -contesté -. Tu padre es un buen tipo.

-¿A qué sí? Tienes suerte de tener a un amigo como yo que te ayuda sin pedir nada a cambio.

-No somos amigos.

-No digas eso Gan, yo te considero como una amiga.

-Y deja de llamarme Gan, ¿tanto te cuesta aprender?

Él me ignoró y se puso a jugar con sus dedos. Era como un niño pequeño.

-Eres muy maleducada, ¿sabes?

No pude aguantarme más e hice lo que más quería hacer: le tiré mi bolso en su cabeza con fuerza. Él se puso derecho y soltó un gemido de dolor, mientras tocaba la zona donde le había golpeado.

-¿A qué ha venido eso? -se quejó.

Yo me reí y él, como venganza, cogió mi bolso y husmeó dentro de él. Corrí hacía él para recuperarlo, pero Damien se alejó de mí antes de alcanzarle, con mi bolso entre sus brazos. Cada vez que daba un paso por delante él retrocedía.

-Devuélvemelo -le pedí.

-No lo haré hasta que te disculpes.

-Está bien, lo siento.

-Y hasta que no admitas que eres mi amiga -me exigió con una sonrisa.

Yo le gruñí con enfado y aceleré para pillarle. Sin darnos cuenta, nos pusimos a correr por todo el establecimiento, yo persiguiéndole y él huyendo de mí. Por suerte, la pizzería estaba cerrada, así que estábamos solos, mientras que el padre de Damien estaba en el piso de arriba, en su despacho. Acabamos encima de una mesa, peleando por el bolso.

-¡Dámelo, pesado! -dije jadeando.

-Primero di que Morgan Surette es súper amiga de Damien Becher.

-¡Vale, somos amigos, ahora dámelo!

-¡Tienes que decirlo como lo he hecho yo! -me ordenó.

Y entonces, la mesa se desequilibró y los dos acabamos en el suelo. Y yo aproveché para recuperar mi bolso, pero él lo tenía bien agarrado, así que nos pusimos a correr de nuevo por un buen rato hasta que su padre bajó y nos hizo recoger todo el destrozo que habíamos hecho.

MorganDonde viven las historias. Descúbrelo ahora