No existe tal persona espetó El Enjuto , pero podría haber uno que resuelva el conflicto sucesorio. Sé de buena mano que el rey, mucho antes de casarse con la heredera de los Elgaunt, la tal lady Marye, engendró un bastardo. Lo he buscado sin éxito durante mucho tiempo, pero con la ayuda de Agria tal vez pueda sentarlo en el trono.

El eco de unos pasos alejados llegó hasta el pequeño sótano y una puerta se cerró en alguno de los pasillos del calabozo. Continuaron en susurros.

No veo como Agria, causante de todos nuestros males, podría ser de ayuda murmuró la encapuchada. El Enjuto esbozó una sonrisa amarga y dijo:

Cuando le llegue la noticia a través de su hijo de que hay un bastardo con sangre Ysha en algún lugar del reino, los mismos mecanismos que ha usado para asesinar a Ardo los empleará en buscar al niño. Sin saberlo, me guiará hasta él, y cuando su victoria esté próxima podré destapar sus intrigas y desbaratar sus planes, todo a la vez. Así, el bastardo será mío para educarlo en el próximo rey, y sus mayores detractores serán arrojados al calabozo, donde no darán más problemas.

Nadie aceptará un bastardo en el trono del reino, ni siquiera Sola, su "abuela"contradijo la encapuchada.

Como tampoco me aceptaron a mí al principio, y heme aquí, después de todo.

La encapuchada refunfuñó algo pero unos nuevos pasos acercándose ahogaron el sonido de sus palabras. El Enjuto asomó un poco la cabeza afuera de la habitación y cuando volvió a mirar dentro la figura de su maestra ya no estaba. Soltó un suspiro largo y salió al encuentro del guardia que se acercaba.

Señor, hay alguien arriba que quiere veros.

¿Arriba? repitió El Enjuto, sorprendido . ¿No dije que no se me molestara?

Dijo que era urgente, mi señor. Os aguarda en la sala del trono.

Cerró la puerta del cuartucho tras de sí y acompañó al guardia a través del dédalo de pasillos y salones de las mazmorras hasta la Sala del Trono. Cuando los techos combados y las paredes claustrofóbicas se abrieron a pasajes más amplios y ventilados, El Enjuto inspiró profundamente, aliviado, y llenó sus pulmones con el aire fresco de la mañana. Estaba cansado. La noche había sido larga y llevaba sin conciliar el sueño desde la muerte de Ardo. Y sí, había algo de pena en las razones de aquel insomnio, pero fundamentalmente había miedo; miedo a fallar por última vez a sus maestras, miedo a que el gobierno del reino se le escapase de entre las manos como la arena de un reloj.

Llegó a su asiento a los pies del trono inmerso en sus propias cavilaciones; tanto que ni siquiera reparó en la harapienta figura que aguardaba en el medio y medio del ciclópeo salón.

Fue la extraña quien habló primero:

Mi nombre es Viendel y hablo con la voz de los últimos dioses. Vengo allende el mar.

El Enjuto se acomodó contra el respaldo de su asiento y la resiguió con su diligente mirada. La tal Viendel era una figura esbelta, hechizante y majestuosa como un unicornio, más soberbia que un halcón. Pese al gran jirón de tela bajo el que se escondía, aquellas medidas tan perfectas, aquellas curvas tan cuidadas, muy difícilmente podrían considerarse humanas.

El anciano, desde su silla, frunció el ceño y se enderezó.

Revélate.

Viendel no reaccionó al instante y el misterio se acentuó. Al cabo de unos segundos dejó que la tela se escurriese y revelara un rostro ovalado, blanco y suave como la nieve, y unos cabellos del mismo color que la tierra en otoño. Su mirada, también castaña, consiguió traspasar la indiferencia del Enjuto y poner al viejo en jaque.

PRISMA: La Corona de los InfielesWhere stories live. Discover now