7. Aptitudes de guerrero

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—Entonces sí estás rompiendo las reglas.

—¡Basta, Calipso! —soltó la diosa, con voz cada vez más aguda—. ¿Puedes intentar recordar de una vez? No tienes mucho tiempo. Y no puedes ser tú si no recuerdas lo que debes hacer.

Calipso arqueó las cejas y las nubes volvieron a oscurecerse.

—Ya, Rhodanthe, entendí. Lo intentaré —contestó, de corrido, sin darse cuenta del nombre que había dicho. La voz enmudeció, y Calipso se quedó esperando una respuesta.

—Eres capaz de hacerlo —dijo ella al final—, lo sé.

Y todo se disolvió.

—Rhodanthe, Rhodan

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—Rhodanthe, Rhodan... the —balbuceó.

—Espero que estés alzando plegarias —murmuró Odín en su oído—. Lo cual no servirá si no te levantas ya.

Calipso abrió los ojos; lo miró primero a él y luego prestó atención a las voces roncas que se acercaban a ellos.

—¿Qué pasa?

—Bandoleros, muévete —indicó él, tirando de sus brazos.

Calipso se puso torpemente de pie y atajó sus sandalias por escasos segundos. Pensó en sus pies lastimados, pero no tuvo otra opción que seguir los pasos de Odín descalza sobre la tierra. Se agacharon detrás de unos altos matorrales y esperaron, inmóviles, mientras la oscuridad de la noche todavía los ayudaba.

—No hagas ni un sonido —le advirtió él.

Ella asintió y se pasó los manos por los dedos, descubriendo que la caminata apurada no le había aquejado las heridas. Entonces, mientras se encogía junto a Odín, los hombres llegaron hasta donde habían estado durmiendo y entendió por qué tuvieron que moverse rápido. Eran al menos doce. Portaban espadas enormes y gastadas, pero seguro con ellas podían talar hasta árboles. Algunos parecían borrachos.

Pero la alarma pasó rápidamente. Ellos siguieron sin percatarse de su presencia y Odín suspiró, aliviado.

—Vaya guerrero —bufó Calipso, sentándose en el suelo y acomodándose las sandalias.

Odín frunció el ceño y se rascó la barba. Bajó la vista hacia sus pies y se quedó viéndola mientras ella se las acomodaba y pasaba una vez más los dedos por las magulladuras de los tobillos.

Calipso no podía ver, por la oscuridad, pero la falta de dolor y la piel lisa la dejaron muda. Sabía que estaba curada, pero no podía entender cómo. El alivio que había sentido en su sueño, de alguna manera se había trasladado a la realidad.

—¿Disculpe, su Santidad? ¿Estás criticando mis dotes? —terció él, sobresaltándola y recordándole que hacía segundos se había burlado de él.—. ¿Y porqué te sacaste las sandalias?

Ella frunció el ceño y negó con la cabeza.

—Si eres un guerrero tan increíble, ¿por qué tuvimos que escondernos? —dijo, nada más. Nunca le había dicho a Odín que estaba lastimada. Tampoco dejó que lo notara, así que, decirle que creía que el sueño con su hermana la había sanado, no tenía sentido.

Destinos de Agharta 1, CalipsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora