—Oh Lizzeth —expresó Victoria con alegría. Caminó a ella con paso rápido y tomó su cara con ambas manos—, me hace tan feliz escucharte decir eso. A pesar de que yo no soy nada tuyo.

Lizzeth sonrió mientras Victoria aún tomaba su cabeza con delicadeza, lentamente fue retirando sus manos y permaneció en silencio al percatarse que Lizzeth iba a tomar de nuevo la palabra.

—Victoria —habló con algo de duda en sus palabras. Observó el suelo y luego observo a Victoria para continuar hablando—, ¿tú aceptarías a mi hijo? Es decir, ¿te gustaría adoptarlo?

La pregunta tomó por sorpresa a Victoria y a mí. Nunca nos imaginamos que Lizzeth se atrevería a decir eso, no hace apenas unos minutos. Victoria permaneció inmóvil, sus palabras se cortaron y sus lágrimas caían libremente.

—Sí —fue lo único que emitieron los labios de Victoria. Se abalanzó hacia Lizzeth y la apretó en un cálido abrazo. Matías sin pensarlo y sin saber el por qué de la situación, se unió a ellas también. Se separaron, Victoria limpiaba sus lágrimas con la manga de su blusa negra, sonreía ante todo. Perdió a su bebé y ese dolor nada lo iba a cambiar nunca, pero dentro de nueve meses iba a tener uno, que, aunque no iba a ser de ella, estaba seguro de que lo iba a querer como tal—. No sabes qué feliz me haces Lizzeth. Mi esposo y yo queríamos adoptar pero por nuestra edad ya no se nos permitía. Gracias Lizzeth, muchísimas gracias.

Un abrazo más fue lo que concluyó el momento, sólo esperaba con todo el corazón que saliéramos de aquí lo antes posible, para que puedan cumplir su propósito. Y que todo saliera a la perfección.

Bajamos antes de que los demás viniesen a ver cómo nos fue. No se habían inmutado por ir a buscarnos, se encontraban platicando, o, más que nada, escuchando las palabras furiosas de Ricardo, quien soltaba una maldición tras otra cada vez que decía una frase.

—¿Qué encontraron? —Pregunté callando a Ricardo, no podía estar atemorizándonos a todos sólo porque se la pasaba gritando y lo único que quería era salir de aquí, sin importar lo que sucediera con los demás. Me fulminaron con la mirada, Ricardo estrelló sus manos en sus piernas y se dirigió a mí con furia.

—Míralo por ti mismo —me respondió entre dientes mientras con su mano derecha señalaba todas las puertillas de los casilleros. Estaban abiertas y en ninguno de ellos se encontraba algo. Todos estaban completamente vacíos. Una vez que terminé de observar volví mi mirada a Ricardo quien ya me miraba con las cejas levantadas esperando una respuesta de mi parte.

—Allá arriba —solté tratando de evitar más el tema de estos casilleros vacíos—, hay otro mueble con tres cajoncillos, los tres están cerrados bajo llave y, probablemente ésos sí tengan algo ahí dentro.

Ricardo cambió su mirada de furia a asombro, no lo pensó dos veces y corrió de nuevo hacia arriba en busca de esos cajoncillos. Cristy me miró desde su lugar, Johana estaba a su lado. Cada vez se veía un poco menos apagada, como si la fiebre estuviera disminuyendo, aunque necesitaba ayuda inmediata, si la fiebre subía bastantes grados podría ser mortal.

A Doroteo no le veía más deseos de volver a acercarse a Johana por recordarle a su hija, de vez en cuando le echaba una que otra mirada pero hasta ahí, casi ni se dirigían la palabra. Donato y él tampoco, siempre estaban juntos, o Donato quería estar cerca de su hermano para ver si lograba algo, pero casi nunca iniciaban conversación. Él me lo había pedido a mí, hablar con Doroteo sobre su relación, pero aún no consideraba el momento.

—¡Hijo de perra! —Se escuchó el grito de Ricardo maldiciendo a la vez que un golpe se escuchó. Era el del casillero haciendo contacto con el suelo. Ricardo seguramente lo había arrojado al percatarse de que éste no podía abrirse.

Subimos las escaleras, aquí abajo ya no había nada que hacer definitivamente. Nunca pensamos en el cuerpo de la maestra Ximena y, para nuestra suerte, Matías no alcanzó a visualizarlo. Si lo hubiera hecho, probablemente hubiera quedado un poco traumado.

Continuaban escuchándose golpes en el casillero, ahora patadas. Entré al cuarto donde estaba Ricardo y era un desastre. El casillero en el suelo, el escritorio volteado y las batas esparcidas en el suelo, lo único que quedaba intacto eran los cuadros en las paredes que, no tardaban en estar rotos si Ricardo continuaba con esa furia.

—Ricardo —le llamé, era el único que estaba dentro del cuarto con él. Cuando me vio sentí una mirada demoníaca sobre mí, parecía que los ojos de Ricardo iban a salirse de sus órbitas, ya se encontraba completamente alterado y hasta su tos había cesado.

—¿Qué quieres Naúm? —Me preguntó con coraje, hasta miedo daba hablar con él. Parecía darte un golpe duro cada vez que gritaba—. Aquí dentro debe de haber algo, por algo está cerrado bajo llave. Tenemos que abrirlo a como dé lugar. Ayúdame a sacarlo.

Lo hicimos, tomé uno de los bordes y Ricardo el otro, lo sacamos y colocamos los cajoncillos hacia arriba, aún no sabíamos cómo íbamos a abrirlo, pero algo se nos ocurriría pronto.

Donato y Doroteo se unieron a nosotros al instante, parecían tener los mismos pensamientos. Se movieron al mismo tiempo y cada uno se colocó en los bordes restantes.

Donato tomó el lugar por donde abría el primer cajoncillo y trató de forzarlo para abrirlo, era inútil, eso ya lo había realizado yo y Ricardo seguramente también.

Observé a Cristy, quien miraba atentamente el cuerpo de Ricardo, parecía estarlo disfrutando mientras lo veía enojado. Se mordía el labio inferior mientras que sujetaba su brazo roto con el brazo sano. Cuando sintió mi mirada sobre ella inmediatamente cambió de postura y se ruborizó un poco.

—Voy a brincar encima de él —dijo Ricardo y se subió encima del casillero—, trataré de abollar la cerradura. —Ricardo comenzó a brincar encima del casillero, provocaba un ruido tedioso y escandaloso. El ruido hacia que mi cabeza comenzará a doler—. Sujétenlo bien —dijo Ricardo, ninguno lo mantenía sujeto y eso hacia que el casillero comenzara a deslizarse y eso podía hacerlo caer. Donato y Doroteo lo hicieron, Ricardo continuó golpeando y yo no pude más, el dolor regresó y fue bastante fuerte. Di unos pasos hacia atrás y me senté en el suelo recargado a a la pared, e inmediatamente Johana se sentó a mi lado.

—¿Estás bien? —Me preguntó, asentí aunque eso no era suficiente, por mis gestos era obvio que Johana sabía que eso no era cierto.

El casillero comenzó a deslizarse hacia enfrente. Alguien tenía que sujetarlo para que Ricardo no resbalara. Fue Lizzeth quien lo hizo, se colocó y lo sostuvo con sus manos. Ricardo paró de brincar, al ver a Lizzeth frente a ella desató aún más su furia.

—¡Quítate Lizzeth! —Le gritó e inconscientemente, sólo, dejándose llevar por el coraje, Lanzó a Lizzeth hacia la pared con una fuerte patada en el estómago. Lizzeth comenzó a quejarse del dolor y Ricardo permaneció quieto y un poco asustado, por primera vez, preocupado por Lizzeth, no había medido sus agresiones y ahora ya era demasiado tarde.

Lizzeth no aguantó sus lágrimas, el dolor debía ser terrible. Sentí un impulso de ir a golpearlo pero Doroteo se adelantó.

—¡Maldito infeliz! —Le gritó Doroteo y se abalanzó a él iniciando una pelea de nuevo. Donato intentaba separarlos mientras que yo miraba a Lizzeth. Estaba sufriendo mucho, la patada había sido demasiado fuerte.

Victoria ya estaba frente a ella brindándole su ayuda. Me quedé tirado, el dolor de cabeza no me permitía moverme.

—¡Lizzeth! ¡Lizzeth! —Gritó Victoria mientras veía cómo Lizzeth se quejaba cada vez un poco menos, pero no era porque el dolor iba disminuyendo, era porque estaba perdiendo la conciencia.

—¡Dios mío está sangrando! —Alarmó Cristy mientras señalaba con su índice la parte baja de Lizzeth. No alcanzaba a ver sangre desde mi ángulo pero sabía que todo estaba mal, muy mal. Lizzeth estaba embarazada y esa patada podía provocar lo peor, podía provocar lo que Lizzeth quería en un principio, pero sabía que ahora ya no lo quería así, y era abortar.

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