Historia pasada.

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- ¡Camina! -dijo el caballero algo irritado- no tenemos todo el día, ¿sabes?

Acepté la orden y comencé a caminar hacia el lugar que me señalaban. Habían dejado atados unos cuantos caballos negros junto al árbol cercano más a mi casa. Uno de esos caballos parecía más endeble que los demás, que debían ser robustos para cargar con el peso de aquellos hombres.

Noté que la brisa mañanera traía consigo el aroma del pantano próximo; a los elfos nos encantaba el olor de prado, ciénaga y bosque, todo lo relacionado con la naturaleza, pero a ellos pareció disgustarle bastante.

Comenzamos a cabalgar y, antes de salir del pueblo, pude observar el grandioso monumento que edificaron en conmemoración a la elección de la primera familia real que tenía nuestro mundo, lo que me recordó la vieja historia que leí en uno de los libros de la biblioteca de nuestra villa: Tras un sorteo, en el cual cada raza propuso una manera por la cual decidir quién gobernaría Ölkharia, salió la justa, en la que las brujas perdieron debido a la prohibición de la magia en el torneo y a su debilidad física. Las sirenas ni siquiera participaron en la preferencia de combate, ya que no estaban interesadas en las elecciones reales. Nosotros quedamos segundos en la competición y, por lo tanto, fuimos los segundos también en elegir qué terreno queríamos habitar.

Los caballeros alados escogieron la parte montañosa para construir ciudades y un castillo bien aislado y custodiado de otras razas; nosotros elegimos el bosque para establecer nuestras casas, movernos con más facilidad y practicar nuestra magia; a las sirenas les fue concedida la isla al suroeste de Ölkharia, pero las brujas pidieron también nuestro territorio, haciendo caso omiso a los resultados de la justa.

Debido a que intentaron usar la magia contra nosotros para derrotarnos y expulsarnos de la tierra que habíamos escogido justamente, fueron desterradas por el nuevo rey a las lejanas tierras del noroeste, donde el mundo cree que solo hay suelo muerto. No crecerá ni nacerá allí vida alguna, puesto que es territorio maldito, según una leyenda. Las brujas estaban destinadas a desaparecer si no renunciaban a su demanda de las tierras de los bosques y a la corona.

En un segundo tomo del libro se describían las cualidades que posee cada una de las razas; nosotros somos curanderos, y poseemos una magia ínfima relacionada con la tierra; las sirenas son lo que podríamos llamar neutrales en cuanto a guerras, certámenes y tratados. Ellas solo quieren vivir en armonía con todos los seres marinos y no participar en los asuntos de otras razas. Por otro lado, estaban los caballeros alados, los cuales ya conocemos. Ellos ganaron la justa debido a que, claramente, todo estaba a su favor. No poseen cualidades extraordinarias más allá de su gran complexión física y sus alas, las cuales podían usar durante un par de horas. Y, por último, estaban las brujas; creo que el rencor que llevan todas consigo tras su derrota en la justa las ha convertido en lo que ahora son, desterradas y resentidas.

La voz de uno de los caballeros me trajo de nuevo al mundo real, desvaneciendo de mi mente aquellas imágenes de libros sobre guerras pasadas, tan alejadas de la actualidad. De hecho, comencé a pensar, y no recuerdo nada de hace al menos un año.

El viaje duró varias jornadas, en las cuales nadie me dirigió una palabra. Vi cómo el sol nos proporcionaba los últimos rayos del día cuando llegamos a la ciudad; al contrario que la mía, las casas eran grandes y de colores pálidos, en su mayoría blancos o perla. Tenía una calle principal en la cual estaban situados varios puestos ambulantes que vendían ungüentos, libros y sortijas. La gente de los alrededores vestían con largas y brillantes túnicas, tocados hechos con telas estampadas y sandalias de cuero. Todo era diferente a lo que yo conocía; nosotros vivíamos en pequeñas chozas que habíamos construido dentro de grandes robles, cuevas o bajo tierra, vestíamos con pantalones holgados y camisas de colores otoño, siempre acompañado con algún collar con algún significado místico y una bolsa atada a nuestra cintura.

Todo el mundo volvía la vista a nuestro paso, parecían volverse locos al reconocer a un forastero. Yo me limité a agachar la cabeza porque no quería ver las mofas ni las caras de burla de algunos niños.

Escuché otra voz, pedía que bajasen el puente que proporcionaba la oportunidad de poder acceder al castillo y este comenzó a bajar; noté a mi caballo inquieto, como si no estuviese acostumbrado a los ruidos de la ciudad y del palacio.

Nos dirigimos hacia los establos, donde por fin pude descansar del viaje y despedirme del corcel. Los guardias comenzaron a andar y uno de ellos me hizo una seña para indicarme que debía seguirles hasta dentro del castillo.

Ölkharia.Where stories live. Discover now