—Y lo hizo otra vez.

—La rubia del sábado está maldiciéndote por los pasillos, amigo.

—¿No puedes mantener tu maldito pene en tus pantalones por un día?

—Nunca dije que las llamaría —Me defendí. Pero era cierto. Nunca les decía mentiras. Sin compromisos. Siempre lo decía pero en cuanto me daba cuenta ya me estaban arrancando la maldita ropa.

—Eres un maldito puto E.

—Hola chicos —Una voz femenina se acercó y se sentó a mi lado.

—Hola Megan —La saludé.

—Ethan…otra rubia está hablando pestes de ti. ¿En serio, que tienes con las rubias?—Megan era porrista y la única mujer que no había follado. Mentira. Lo habíamos intentado, pero al final decidimos conservar nuestra amistad. Mientras la conversación acerca de mi sexualidad comenzó levanté la mirada a la entrada, no la había visto en todo el día.

Tenía que verla.

No me importaba si solo era de lejos.

Tenía que verla.

Sentí la pequeña caja en mi chaqueta. Un sencillo brazalete de oro reposaba en su estuche. El pasado sábado fue su cumpleaños y no estuve ahí, a pesar de una llamada…no era lo mismo. Ya no era lo mismo. Solo habíamos hablado por unos segundos cuando su madre la llamó. Un diario. No sabía que tenía un diario.

Ahora lo recuerdo, había bebido durante el fin de semana, me sentía culpable por no estar con ella y los malditos celos me sacaban de mis casillas. Sabía que el bastardo de Edward la buscaría durante sus clases de pintura, la abrazaría y probablemente la besaría.

¡Odiaba a ese bastardo británico!

Escuche una risa conocida. La puerta se abría mientras Jimmy entraba luciendo tan gay como siempre, detrás de él mi chica entraba. Su largo y hermoso cabello castaño recogido en una cola alta, sus hermosos ojos negros detrás de esos malditos lentes que tanto odiaba, sus hermosas piernas cubiertas por unos jeans ajustados, sus pequeños pies en unos zapatos rojos y su increíble pecho envuelto en una blusa roja.

¡Dios!

Era hermosa.

Mi chica. Mi Liv.

No.

Liv nunca sería mía.

Ella era pura. Cariñosa. Amable. Buena. Y decente. Todo lo contrario a lo que yo era. Liv era una chica tímida y endemoniadamente sincera. No tenía pelos en la lengua. Amaba eso de ella.

Pero a pesar de su maldita timidez era un arma mortal. Nadie lo sabía, tal vez Jimmy. Pero nadie más. Liz tenía varios trofeos de tiro en su repisa, era cinta negra en Karate y hacía dos años había empezado a tomar Kickboxing. Era letal con un arma y mortal si te atrevías a molestarla. Aún recuerdo el maldito moretón que me dejo después de una pelea a los catorce. Tuve mi brazo morado por semanas.

Y como diablos no iba a serlo. Su abuelo Tom era un ex-marine. Había entrenado a Liv durante los veranos, le enseñaba autodefensa y a los diez le enseño a disparar. Mi madre estaba furiosa cuando escuchó el disparo del cañón y vio a la pequeña Liv sujetando una pistola de nueve milímetros.

Esa era mi chica.

Mi Picasso.

Liv era una artista completa. Había heredado eso de su madre. Cuando nació mi hermanita, la Liv de trece años pinto un océano en la pared. Mis padres estaban orgullosos.

Solo túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora