Prólogo

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¿Qué se hacía cuando se había cometido un error? ¿Y cómo una persona se preparaba para afrontar las consecuencias del mismo? Esas eran preguntas que constantemente habían estado rondando en mi cabeza en las últimas semanas, y por más que intentaba convencerme de que todo estaba bien en mí, unos cuantos síntomas sospechosos me advertían que efectivamente algo le estaba pasando a mi cuerpo.

Me había pasado esas últimas dos semanas investigando y leyendo en Internet todas las posibles causas para lo que estaba sintiendo, y todos estos artículos sólo me habían confirmado de que estaba recibiendo una serie de advertencias que apuntaban a una sola cosa: Un embarazo. 

Y mientras transcurrían los días esa idea cobraba más sentido en mi vida porque: Tenía un retraso en mi regla de tres semanas, y eso nunca me había ocurrido antes, todas las mañanas desde hacía dos semanas me despertaba con unos deseos incontrolables de vomitar, en dos ocasiones casi me había desmayado en el Instituto y para completar la cereza de mi delicioso pastel, me pasaba todo el día con sueño.

Pero, ¿estaría embarazada realmente? Sí, había leído que: «Una adolescente sexualmente activa que no utiliza anticonceptivos, tiene un 90% de probabilidad de quedar embarazada en un año», pero yo no podría tener tanta mala suerte como para que en mi primera experiencia sexual se engendrara una vida. Me negaba a creer en eso, aunque todo indicara que era sumamente veraz.

Y si estaba embarazada, ¿qué haría? Porque un embarazo en la adolescencia significaba que toda mi vida cambiaría, además de que yo no creía poder soportar toda la responsabilidad que tendría que asumir. No podía si quiera cuidarme a mí misma como para ser madre de un pequeño y frágil ser que necesitaría de mis cuidados, atenciones y amor al cien por ciento.

En serio yo podría estar embarazada. Y esa simple probabilidad me mantenía en una constante angustia y preocupación.

Sólo era una adolescente inexperta. No estaba preparada para ser madre. No aún.

—Elizabeth MacArthur... —Observé como la secretaria de mi doctora se encontraba frente a mí, tratando de llamar mi atención—, ya puedes pasar al consultorio. —Debía admitir que me había tomado dos minutos comprender lo que ella me había dicho, porque en ese momento toda mi cabeza estaba vuelta un completo desastre.

—Muchas gracias, Alice —susurré, levantándome del asiento. 

Estaba tan nerviosa que el sobre que llevaba en mi mano izquierda estaba empapado de sudor, y era que saber que allí se encontraban los resultados de los exámenes que me había realizado esa mañana, y que afirmaban o negaban que estaba embarazada, me tenía en una situación bastante estresante.

Mientras caminaba hacia el consultorio sentía que mi corazón se saldría de mi pecho, había varios factores que me hacían sentirme así, desde qué haría si en esa prueba se confirmaban mis sospechas y estaba esperando un hijo hasta cómo le diría a mi padre que en pocos meses se convertiría en abuelo.

Sólo imaginar las posibles reacciones que ocasionaría esa noticia en mi padre, era suficiente para estar con los nervios de punta, porque me había repetido incontables veces que no le gustaría que cometiera un error que marcara toda mi vida, que quería que asistiera a las mejores academias de ballet del mundo y consiguiera un gran trabajo como coreógrafa o bailarina principal, y que luego de cumplir todas esas metas, me casara con un buen hombre –Tyler–, y que tuviera muchos hijos.

No que hiciera todo al revés, porque a esas alturas no había logrado ninguna de las metas que junto a mi padre me había propuesto cumplir (ni siquiera me había graduado de la secundaria) y probablemente estaba esperando un hijo sin estar casada. Sabía que mi padre se decepcionaría mucho y eso me aterraba.

Al ingresar, la doctora Smith me dirigió una sonrisa, tratando de infundirme un poco de tranquilidad, pero en ese momento era lo último que sentiría o no lo haría hasta que ella me dijera que había sido una falsa alarma, y que yo no estaba esperando ningún bebé.

Tomé asiento frente a su escritorio, levantando una plegaria al Cielo mientras le entregaba el sobre con los resultados. — ¿Estás un poco más relajada?

Sonreí con nerviosismo. —No, me he pasado la mañana entera leyendo en Internet sobre eso... —Ni siquiera me animaba a mencionarlo en voz alta, temía que al hacerlo se hiciera realidad.

La doctora Smith empezó a revisar los resultados con una expresión inexplicable. Luego de unos minutos alzó lentamente la vista. —Elizabeth, lamento tener que ser la persona que te dé esta noticia, sabiendo que es lo último que esperas en estos momentos, pero sí, estás esperando un bebé... —Mis ojos se llenaron de lágrimas, al escucharla. Eso era precisamente lo que no quería escuchar.

» Y a juzgar por lo que me dijiste en la mañana, tienes casi dos meses de embarazo: seis semanas para ser más exacta. —Un silencio inundó ese pequeño espacio que desde pequeña visitaba cada vez que estaba enferma o requería algún chequeo rutinario. Nunca me había quedado sin palabras frente a ella, pero justo en ese instante en mi mente sólo se repetía una y otra vez sus palabras.

Estaba embarazada. Tendría un bebé. Realmente sería madre, y no estaba preparada; no podía cuidar de un bebé ni mucho menos aceptar la responsabilidad que uno requería... Pero lo intentaría.


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¡Estoy de vuelta! Y ahora estaré haciendo unos cambios a la historia... ¡Espero que les guste mucho! Pues lo hice con amor.

Nueva vida, Nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora