Y, con todo lo que me ha estado pasando últimamente, no he podido encontrarme ese tiempo para pasarlo tan sólo conmigo.

De repente oigo que alguien se aclara la garganta detrás de mí.

Me giro de repente, sin ocultar el susto, y veo a Sam de pie. Está un poco diferente a lo que recordaba: lleva el pelo más corto, y en el mentón tiene un poco de barba rubia.

Agarro mi celular y me fijo la hora. Ha llegado en quince minutos.

—Llegué como hace dos minutos —confiesa, rompiendo el silencio de forma incómoda—. Pensé que ibas a sentir mi presencia estando tan cerca, pero tan sólo te quedaste ahí, viendo hacia el mar.

Como no quiero responder a su comentario, tan sólo me incorporo y me llevo las manos al pelo para recogerlo con un nudo extraño, pero resistente. Mientras me ato el pelo, Sam echa una mirada a mi mochila y se inclina para recogerla. No sé realmente por qué, pero reacciono y se la quito rápidamente, cuando él sólo estaba a punto de dármela.

Intento disculparme, pero en vez de ello, espero un rato y me calzo la mochila al hombro.

—Sólo estaba esperándote —concluyo. Sam se mete las manos a los bolsillos y entonces todo se vuelve muy incómodo. «Bueno, no estamos aquí para platicar y pasar el rato»—. Dijiste que podías detener o controlar tormentas —suelto, directa al grano—, así que si puedes empezar...

—Yo no puedo controlar tormentas —espeta, frunciendo el ceño.

Me detengo de golpe y lo miro con ojos fulminantes.

—¿Cómo que no? Dijiste...

—Dije que los hawas sabemos cómo detener tormentas —responde, todo muy tranquilo—, pero no podemos hacerlo. Sólo los Hijos de Gea son capaces. ¿Acaso no te enseñaron nada?

Eso me molesta un poco. Me muerdo el interior de la mejilla mientras miro hacia un extremo de la costa. Me lo han dicho, sí. Tan sólo lo he olvidado. ¿Cómo no puedo acordarme de ello? En todo caso, ha pasado mucho tiempo desde que me enseñan algo, y Kendrick todavía no quiere que asista a una lección menor dentro del Gremio.

—¿Estás bien? —Pregunta al cabo, examinándome el rostro— Te ves muy distraída.

Las olas del mar están tan agitadas por el viento que apenas puedo oírlo con claridad.

—Estoy bien —suelto de mala gana.

Por un momento, Sam me mira serio. Hace una mueca llevando la mandíbula hacia un lado y observa el final de la playa, claramente harto. Después de juguetear un poco con unas llaves que trae en la mano, vuelve a mirarme a los ojos y resopla.

—¿Sabes? Si vamos a hacer esto, si ambos estamos de acuerdo en hacer esto, creo que deberíamos tenernos un poco más de confianza.

—Te digo que estoy bien...

—No, no lo estás —exclama. Ya cansado de tener que gritar por el ruido del mar, de repente alza la mano y la apunta hacia el agua. En una pequeña pero considerable parte detrás de nosotros, las olas se detienen de golpe y el agua parece calmarse, como si se tratara de la orilla de un lago calmo. El ruido cesa mientras las olas parecen luchar en contra de la voluntad de Sam—. No lo estás —repite, esta vez sin gritar—. Y nada de esto va a funcionar si... si te pones paranoica por cada movimiento que hago o cada cosa que planeo.

Asombrada y un poco asustada, echo un vistazo alrededor para cerciorarme de que nadie está mirando.

Parece que Sam nota mi preocupación.

Hawa: Debemos salir a flote | #2 |Where stories live. Discover now