—¿Qué haremos con su cuerpo? —Preguntó Cristy interrumpiendo el nostálgico momento. Habló seriamente, sin una pizca de compasión en su rostro ni en su habla. Ella se percató ya que todos la miraron con algo de furia—. Perdón —dijo mientras pasaba la mirada por todos, se detuvo un momento en el cuerpo y luego continuó viéndonos—. Pero, sinceramente, ¿no van a dejar su cuerpo ahí o sí? Hay un niño presente, un niño que no debe ver nada de esto.

—Cristy tiene razón —informó Ricardo mientras daba media vuelta, Cristy lo observó y lo analizó de arriba a abajo—, no podemos dejar el cuerpo aquí. —Ricardo caminó hacia el cuarto que contenía adentro las escaleras para bajar a donde estaba la ventanilla y colocó su mano en la perilla con intenciones de abrirla, echó un vistazo a la maestra y sin pensarlo de nuevo, abrió la puerta—, podemos bajarlo por aquí y colocarlo debajo de las escaleras. Sé que es un acto cruel pero cuando salgamos podremos informar a la policía del cuerpo que permanece aquí dentro.

Dudé. Cristy me analizó y sus labios formaron una curva hacia abajo. No hablé, me quedé callado. Por un momento pensé que era muy cruel deshacernos así del cuerpo, pero por otra parte, no podíamos dejarlo aquí. No al alcance de Matías.

—Naúm... —me llamó Cristy, supe que iba a tratar de convencerme y por eso la interrumpí.

—Sí lo sé —respondí, no de mala manera, sino con un poco de nostalgia—, igual yo no tengo la decisión. Fue mi maestra pero eso no me hace responsable del cuerpo. Me duele hacerlo pero si no hay otro remedio, así será.

Cristy me tomó del hombro y me sonrió con tristeza. Observamos cómo Ricardo y Donato bajaron el cuerpo de la maestra, lo observé por última vez y al fin caí en cuenta, de que ya nunca más la observaría.

—¡Bueno, bueno! —Gritó Ricardo una vez que subió de nuevo, todos prestamos atención a lo que iba a decir. Matías y Lizzeth ya estaban con nosotros—. Esto no puede continuar. Cualquier cosa que haya... —se detuvo un poco al ver a Matías, dio un profundo suspiro y continuó—. Cualquier cosa que haya hecho perder a la maestra Ximena también nos puede ocurrir a nosotros. ¡Miren eso! —Señaló el que había sido un trozo de la pared en forma de círculo, ahora ya no quedaban más que sólo pedazos—. Eso puede estar en cualquier lugar y puede atacar a cualquiera de nosotros en cualquier momento. O peor aún, este lugar puede estar lleno de trampas y pueden irse activando mientras más tiempo estemos aquí. No sé cuánto tiempo sea ya el que llevemos aquí, pero más de 3 horas sí han pasado. Deberían ser como las 3 de la tarde. Y si nuestros familiares están ahí. Ya debieron haberse preocupado, y por lo tanto ya deben estar buscándonos.

—¿Y si no es así? —Interrumpió Victoria—. ¿Y si nuestros familiares ahí afuera también están encerrados al igual que nosotros? O peor aún, ¿y si ellos ya fueron asesinados?

No, no podía ser así. Ahí afuera debían estar bien. Angélica y Neus y cualquier otra persona no podían estar pasando por lo mismo. Se me aceleraba el corazón de sólo pensarlo.

—¡No! —Exclamó Ricardo de inmediato, se llevó una mano al pecho y otra en forma de puño a unos centímetros de la boca y comenzó a toser, una tos fuerte y escandalosa. El ruido de eso hacía que mi cabeza comenzara a vibrar lentamente y si no paraba, el dolor de cabeza iba a regresar—. Mi prometida está allá afuera —soltó una vez que su tos cesó—. Mañana es mi boda y no puedo fallarle a mi mujer. Ella no puede estar pasando lo mismo que nosotros.

—Sólo fue una opinión —respondió Victoria apenada al ver a Ricardo alterado se acercó a él y le colocó la mano en su hombro—. Mi esposo también me espera ahí afuera y no quiero que vaya a sucederle algo.

—No dé opiniones si no van a servir de nada —dijo Ricardo de mala gana. Se quitó la mano de Victoria con fuerza y caminó hacia la entrada. Analizó la puerta, observó las luces y me percaté de que algo no andaba normal. De las 11 luces rojas, sólo 9 se encontraban encendidas. Ricardo las analizó y giró a vernos asombrado—. ¡Nos están vigilando! —Gritó y se acercó a paso apresurado hacia nosotros—. Éramos 11 personas y 11 barras eran las encendidas, ahora que dos han muerto, dos se han apagado.

—Eso no quiere decir que nos vigilan —aseguró Cristy.

—¡Claro que sí! —Gritó Ricardo de nuevo, su alteración hacía que el dolor de mi cabeza regresara y me costaba hablar—. Si no fuera así dime, ¿cómo es que dos barras se han apagado? ¿Cómo es que saben que la maestra Ximena y el imbécil de Patricio ya están muertos? Por algo dos luces se apagaron.

—¿Muertos? —Preguntó Matías con miedo y confusión. Ricardo continuaba agitado y se acercó a él de manera rápida.

—¡Sí niño! —Le gritó y me acerqué a él para detenerlo—. ¡Están muertos! Esto no es ningún juego como el que te han hecho creer. Nos tienen encerrados y...

—¡Ricardo cállate! —Le gritó Lizzeth antes que yo mientras tomaba de la mano al pequeño Matías, Ricardo miró a Lizzeth furioso pero no se detenía—, estás muy alterado.

—¡Tú no vas a venir a callarme a mí! —Le amenazó mientras la señalaba con el dedo índice, Lizzeth se miró aterrorizada y se mantuvo quieta mientras Matías la abrazaba del costado, ocultando su cabeza en su cintura.

—Ricardo —dije con calma mientras lo tomaba de los hombros—. Por favor, contrólate.

—¡Suéltame Naúm! —Gritó pero lo apreté con más fuerza, no iba a hacerlo hasta que se calmara un poco. Intentó safarse pero no lo logró. Comenzó a toser de nuevo y entonces decidí darle aire, así no podía mantenerlo sujeto.

—Ricardo ven —le habló Cristy y lo tomó de la mano, lo dirigió al cuarto donde la encontré por primera vez y se adentraron a él. Supuse que iba a hablar con él y sin duda, Cristy era la única en la que él podía confiar.

—No Matías —escuché hablar a Lizzeth con voz de convencimiento, Matías se aferraba al cuerpo de Lizzeth mientras lloraba con fuerza—, no vamos a morirnos aquí. Vamos a salir y tú verás a tu mami de nuevo.

—Ya no quiero estar aquí —suplicó Matías y se alejó de Lizzeth, me vio con un profundo sentimiento y corrió hacia mí—. Por favor señor, sáquenos de aquí ya. Tengo sed y hambre. Quiero estar en mi casa.

—Sólo debes esperar un poquito más Matías —le dije y tomé su osito de peluche—, mira, tu osito también está aquí y sin embargo él se pone a cantar muy feliz. ¿No quieres cantar un poco?

Matías se talló los ojos deteniendo así sus lágrimas, miró al osito y trató de sonreír. Una leve sonrisa se formó en sus labios.

—Porque es un osito —respondió Matías con cierta obviedad—, los ositos no lloran ni se ponen tristes.

—Entonces debes ser como ellos. No debes llorar ni ponerte triste. Dime, ¿a tu abuelo le gustaría verte así? Piensa que el osito es tu abuelito y desde él te está viendo. Si tú tienes miedo, él también lo tendrá. Si lloras, él también llorará.

—No, a mi abuelo no le gustaba verme así. Y sé que él me ve, mi mamá me lo ha dicho, por eso el osito se llama Lenin, como él.

—Que hermoso —dijo Lizzeth tras él, estaba a un lado de Johana y no lo dijo hacia nosotros, se lo dijo a Johana quien estaba a su lado. Matías tenía algo que nos hacía olvidarnos de lo que estaba sucediendo. Era un niño muy agradable y simpático que ya te caía bien sólo con verlo.

Johana y Lizzeth continuaron platicando entre ellas, Victoria no le había dirigido la palabra a ella desde que se enteró de lo que planeaba hacer con su bebé y Donato y Doroteo, simplemente estaban callados, al fondo de las escaleras.

El ruido en las escaleras del cuarto comenzó a producirse de nuevo. Me causaba una sensación de pánico escucharlo al no saber lo que lo producía. Doroteo caminó rápidamente a la puerta y sin pensarlo, la abrió y trató de correr hacia abajo pero fue detenido por un gato. El mismo gato que habíamos mandando hacia abajo de las escaleras.


HospitalWhere stories live. Discover now