Capítulo Cinco

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—¿Tienes alguna idea?

—Hombre —dijo Dylan mirando a Mitchell y su adorable carga—. Si no te la llevas tú, me la llevo yo y le doy mis cuidados.

Mitchell gruñó con aquél pensamiento. Por alguna extraña razón, la sola idea de que otro hombre tocara a esa mujer, lo carcomía por dentro.

—Ni se te ocurra —le amenazó enseñándole los dientes—. Esta hembra es cosa mía.

Dylan levantó las manos en un gesto de rendimiento.

—Pues por fin ya tenemos hogar para la dama —miró enrededor, donde se encontraban y negó con la cabeza—. Se han pasado esta vez. Lo extraño fue la cantidad de criaturas y la poca experiencia que tenían —dijo asqueado—. No sabían ni pelear, pensé que nos darían algo más. Venían a por ellas como los mosquitos a la luz.

—Cierto y eso no es algo normal en ellos —Mitchell se quedó un momento pensativo y añadió—: Es como si fueran recién convertidos. ¿No opinas lo mismo?

La chica que sujetaba entre sus brazos comenzó a despertarse. Abrió los ojos y lo miró con miedo, mientras se retorcía entre sus brazos, intentando zafarse de su agarre.

—Tranquila gatita, ya estás a salvo —le susurró para que se tranquilizara.

Luego alzó la vista y prestó atención a lo que decía su compañero.

—Sí, su sed de sangre era imparable, siquiera nos miraban, solo buscaban la sangre de las humanas —decía mientras se limpiaba los restos de sangre de las manos en la tela de sus pantalones de cuero.

—Hace años que no tenía una pelea tan de bajo rango con un montón tan grande de estos hijos de puta —convino Mitchell, mientras la rubia lo miraba en silencio sin saber qué decir o hacer.

—¡Ni qué lo digas! —afirmó Dylan, tras sacarse la petaca del bosillo interior de su chupa de cuero, una vez tuvo las manos limpias—. En fin, me voy a dar otra ronda, a ver si encuentro más diversión por ahí —miró la carga de su colega, antes de añadir—: Ya sabes, si no sabes qué hacer con ella, yo estaré encantado de encargarme de su seguridad. En casa tengo sitio más que de sobra para una preciosidad como ella.

—He dicho que yo me haré cargo de ella—dijo Mitchell con los dientes apretados, girando sobre sus talones—. Yo también me largo ya.

Llamó a su mascota con un silvido. Luego pronunció en latín las palabras necesarias para invertir el hechizo y después de un destello, en el suelo apareció su anillo, justo donde había estado antes el animal. Cómo pudo, se agachó y lo tomó de regreso y sin más desapareció con su pequeña carga en brazos.

Cuando ya no se encontraban en aquél siniestro callejón y estaban a solas, Jennifer tosió sin disimulo alguno, para llamar la atención del exterminador, que avanzaba con paso decidido.

—Pero, ¿a dónde me llevas? —preguntó, todavía en estado de shock y débil por la pérdida de tanta sangre.

—De momento, a mi casa —respondió Mitchell renegando, mientras continuaba con su caminata.

No era que no estuviese contento con la idea de tener una mujer bella en su casa, no, ese no era el problema. El problema era que hasta que no decidiera que hacer con ella, esa rubia tendría que convivir con él una temporada y él odiaba las obligaciones y los compromisos.

Pero no le quedaba otra.

—¿Y qué pasará con Saraí? —exclamó alarmada—. ¡No podemos dejarla allí tirada!

Esclavo de las Sombras (Historia pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora