6. Tromba al amanecer

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Fredric descubrió que amaba el petits gâteaux citron-thym. No podía explicar por qué ese pastelillo de sabor limón era su favorito, de entre todos los acompañamientos que había probado a lo largo de ese mes y medio. Pero lo era.

Ese día en particular, el régimen de repasos y ejercicios lo habían dejado suspendido. Alrik acababa de presentar los cuatro exámenes de reposición y había llegado a su casa con resultados recién emitidos y los exquisitos pastelitos. Por la expresión de alegría del jovenzuelo, supo que le había ido bien.

Que trajera consigo los petits gâteaux citron-thym había sido la razón por la cual decidiera ser amable con él y no correrlo de su casa.

Alrik comenzó a platicar con su profesor, mientras servía los expresos. Cuando había recibido los resultados de sus exámenes, había decidido que llevaría ese postre. El mago podía ser un caradura, pero su gusto por ciertas cosas era muy evidente.

Mientras hablaban de todo y de nada, el chico analizaba las reacciones de su vecino. El hombre que, por lo general, se manejaba con una máscara de perpetua indiferencia o en su defecto un gesto de amargura, parecía relajado. A pesar de eso, quien llevaba la mayor parte de la conversación era él.

El estudiante mentiría si dijera que su maestro no le causaba curiosidad. En el tiempo que habían pasado con las tutorías, el mago había mostrado signos de excelentes conocimientos y manejo de la magia. Parecía dominar bastante bien su trabajo, aunque irónicamente no era muy ordenado en su vida.

La primera vez que había visitado su departamento, no podía creer que el hombre tuviera semejante desastre. Si no eran pilas enormes de libros por todo el suelo, había envases de sopa instantánea sin recoger; cuadernos; notas importantes; sellos mágicos. En fin, no importaba qué esquina del departamento mirara, había un caos.

La cocina y el baño eran casos similares. Fue por eso que el primer día había limpiado y ordenado un poco antes de poder preparar el café. Lo único que parecía en relativo orden era el tocadiscos y su colección de viniles. Tenía una extensa colección de música.

—¿Reconoces algún título? —preguntó Fredric al ver que el joven miraba sus viniles.

—Ah... yo. —Alrik no supo cómo responder al ser descubierto en su indiscreción.

—Es extraño que alguien de tu edad se muestre interesado por este tipo de cosas.

Tras levantarse de la mesa, Fredric caminó hacia los viniles.

—Son muchos —señaló el joven, girando medio cuerpo—. ¿Cuándo comenzaste a comprarlos? Debes tener una fortuna ahí. —Emocionado con el pensamiento de que tal vez su maestro pondría música, Alrik lo miró expectante.

—No los compré —aclaró Fredric—. Fueron regalos de una persona metiche.

—¿REGALOS? —gritó el muchacho—. ¡Imposible! Tienes toda una pared llena de viniles.

—¿Impresionante, no? —continuó ácidamente su vecino—. Ese sujeto es increíblemente molesto cuando se propone algo. Recibí el primero hace 7 años, y desde entonces no deja de mandarlos.

—Genial.

Sin salir de su asombro, Alrik se levantó de su lugar para acercarse.

—Si tiro alguno se dará cuenta y no me lo podré quitar de encima. Es un verdadero fastidio. —El hombre frunció sus labios al recordar a esa persona.

—Dices eso, pero has conservado todos los viniles. Debes querer mucho a ese sujeto —debatió pícaramente el estudiante.

—Supongo que lo quiero —admitió el mago—. Después de todo es mi hermano mayor.

—¿Tienes un hermano mayor? —preguntó Alrik.

—Nunca dije que fuera hijo único —debatió, encogiéndose de hombros.

—Nunca dices nada, no puedes culparme por asumir que no tenías hermanos —contestó Alrik, quejumbroso.

—No suelo contarle mi vida a las personas. Existe algo llamado 'discreción'. —El mago lanzó un golpe a la frente de su estudiante, volviendo a su lugar.

—¿Tienes novias? —preguntó el joven—. Debes ser popular.

—No, ninguna —contestó su profesor, sacando un nuevo pastelillo.

—Imposible. —Alrik trataba de presionarlo, acercándose a la mesa—. ¿Amantes? ¿Alguna aventura?

Para cada nueva definición, su maestro negaba.

—¿Y novio? —Al cuestionar, sin darse cuenta, bajó la vista.

—Tampoco, y por si lo dudabas no tengo mascotas o plantas.

Alrik se sintió más feliz ese día y se echó a reír por alguna extraña razón. Fredric, por su parte, no sabía si sentirse ofendido por la risa o preocuparse por los cambios emocionales del muchacho.

—Prepara otro expreso.

—Ok.

Para cuando terminó la plática, la bolsa con petits gâteaux citron-thym estaba vacía, la mesa repleta de tazas, y el amanecer se vislumbraba entre las nubes cargadas de lluvia.

Una Taza de Café y LluviaWhere stories live. Discover now