II

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Cuando Callista Pettifer abrió sus ojos se encontraba en la oscuridad de su habitación, recostada sobre la cama con la misma ropa andrajosa con la que huía de aquellos tres horribles hombres. Una inmensidad de incógnitas se grabaron en su cabeza, provocando que durante el resto del día no pensase en otra cosa que en sus teóricas respuestas. Se negó rotundamente a creer que lo ocurrido la noche anterior fuese mentira. Todo se había sentido tan real que descartó esa hipótesis el instante efímero en que la pensó. Con sus dedos podía palpar todavía la tierra del piso justo en ese momento en que todo su cuerpo caía por el peso de la figura ennegrecida. ¿Cómo podía ser un cuento vano de su imaginación si Callista sentía la respiración de aquella cosa en su cuello?

El picor mental la sumió en una marea enfermiza de ansiedad y deseos de resolver los acertijos poco convincentes que se había planeado. Paulatinamente era arrastrada hacia la enfermiza locura de la obsesión y, para que el atrayente deseo de saber qué sucedió no siguiese corrompiéndola, decidió volver a la mansión abandonada.

Se aventuró a entrar por el mismo sitio que la noche anterior. No midió peligros, ni consecuencias de sus actos. La impulsividad de Callista que era un mal propio de ella, aunque se negase a reconocerlo. Subió a la segunda planta de la mansión, atravesó los umbrales, piso la madera firme, reconoció las habitaciones a las que entró en busca de la melodía, caminó por el pasillo con la madera crujiendo en cada pisada, llegó a la última habitación y atravesó la puerta.

En el mismo rincón, cubierto por el mismo polvo de siglos, el piano yacía estático y solitario en la habitación. Un dejo de decepción le atravesó el pecho a Pettifer, quien tenía la vaga esperanza de reencontrarse con la figura misteriosa. Tal vez, para decirse a sí misma que la locura no era parte de ella, que sus ojos no la habían engañado. Avanzó a través de la sala hasta el piano, acarició con sus delgados y largos dedos el marfil de éste, pronunció en sus pensamientos la melodiosa escala y, por último, frotó en sus yemas el hollín. Si alguien la atrapó con Presto Agitato fue su imaginación... o eso es lo que creyó por un segundo, hasta que al volverse hacia el umbral, sus ojos dieron con la figura ennegrecida.

Soltó un grito ahogado que raspó su garganta. La figura dio un paso hacia ella, luego otro y otro, acortando la distancia de ambos. Callista Pettifer se sumió en el horror y desaire, tanto así, que de la desesperación apegó su cuerpo al piano al tanto la madera crujía paso por paso. Cerró sus ojos con fuerza y pidió clemencia.

—No lo hagas... Por favor, no me mates.

Cuando la madera dejó de crujir y el silencio reinó en el mundo por una milésima de segundo, Callista creyó haber muerto. Abrió sus ojos para visualizar lo que ahora, seria la vida eterna; pero los penetrantes ojos de la figura le informaron lo contrario.

Un hombre serio la observaba como si esperara una explicación. Callista tenía su cabeza alzada dada la estatura del hombre, a quien sólo le llegaba al pecho. Su cabello llegaba hasta los hombros, era ondulado y muy despeinado. Su rostro pálido y la cara muy delgada.

Tragó saliva, temblando bajo su vestimenta, y habló:

—S-soy Callista Pettifer, yo...

—Eres la mocosa que vino anoche, ¿verdad?

La voz del sujeto era gruesa y áspera, tan espesa como el gesto malhumorado que hizo. Sin importar el despreciativo gesto que él le enseñó, Callista no esperaba una respuesta de su parte, lo que le sorprendió enormemente. Le sonrió con nerviosismo y movió su cabeza acertando a las palabras del sujeto.

—Lo escuché tocar piano, y... ¿Vive aquí?

Tenía muchas preguntas que hacerle, mas el desconocido sólo respondió con otro gesto despectivo.

—Lárgate.

El sujeto le dio la espalda y caminó hacia la puerta. Callista respiró hondo, armándose de un valor más alucinante del que tuvo al entrar a la mansión. Necesitaba más respuestas a sus preguntas, pues el haberse topado con el sujeto sólo le trajo más y más. Era curiosa. No obstante, sus insistencias hacia el desconocido hombre no constaban simplemente en responder a sus incógnitas, sino que buscaban la perfección de sus notas, el deseo de tantear el piano, la obsesión de una sonata interpretada con excelencia, así como él lo había hecho.

—Enséñeme a tocar Presto Agitato y no le diré a nadie sobre usted.

Callista estaba bajo los terrenos de una de las familias más antiguas de The Noose: Los Winchester, quienes habían sido conocido por los actos más horrorosos de la ciudad, llevando a decenas de personas a exterminarlos cual insectos. Afamados por sus métodos de tortura, se decía que cada uno de ellos habían hecho pactos para conservarse jóvenes por siempre, por lo que la única forma de matarlos era quemándolos. De toda la rama generacional Winchester, solo uno había sobrevivido al holocausto y nunca se supo de él... o eso decían los rumores en el colegio al que ella, Callista Pettifer, asistió. Infantilmente creyó encontrarse frente al último Winchester y pronunció su amenaza, sin medir consecuencia alguna para así acabar con su obsesión; sin embargo, esto no pareció alertar al sujeto.

—No soy un Winchester, mocosa —habló—, y no me hables con ese tono tan arrogante. Si fuese un Winchester ni siquiera podrías haber terminado la puta frase.

—Entonces... ¿quién es?

El hombre hizo una mueca, apretando los dientes un momento, y respondió:

—Nadie.

Captó un involuntario resoplido del desconocido. Su respuesta fue dicha con cierta melancolía que a Callista Pettifer estremeció. Sintió compasión del sujeto, ya ni siquiera la embriagaba el temor. Quiso continuar preguntando, mas fue interrumpida con él, quien volvió a mirarla con esos ojos que reflejaban el infinito.

—¿Qué me darás a cambio de enseñarte?

—Mi promesa de silencio. No le comentaré sobre usted, ni le diré a la policía que comete allanamiento de morada, siendo okupa de la mansión Winchester. Podrá seguir viviendo aquí en completa paz.

—¿Te crees astuta, mocosa? Bien, mañana a las 22:30. Una palabra a algún tercero y tu cabeza será mutilada de tu cuerpo, ¿oíste? Yo me enteraré.

La expresión entre el pasmo y el horror que se dibujó en Callista Pettifer fue la respuesta más concreta que recibió el sujeto. La advertencia había sido dicha y, con ella, la huida temerosa de la chica hacia su casa. ¿Realmente no era un Winchester ese sujeto? La pregunta fue dejada en el olvido, no importaba mucho ya, por fin podría tocar a la perfección la sonata.


NobodyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora