III

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—Endereza tu espalda y levanta las manos.

Callista mordió su labio con frustración. Semanas hacían desde su encuentro fortuito con aquel hombre desconocido que consintió su petición para enseñarle Presto agitato, mas nunca quedaba conforme con los resultados. Las exigencias de Mr. Nobody, como comenzó a decirle, eran demasiado altas y las expectativas de ella mucho más. Necesitaba con fervor que la sinfonía de Beethoven fuese excelente, lo deseaba tanto como descifrar los pensamientos de su nuevo maestro.

Los primeros días Mr. Nobody era como un animal salvaje; huraño y malhumorado. Callista temía poner pie dentro de la casona y se le estremecía todo su interior cuando al poner un píe dentro, su maestro aparecía entre la oscuridad con su semblante lúgubre e intimidante. Sus ojos siempre eran los que más se destacaban sumidos en la completa oscuridad. No sabría si él se encontraba cerca sino fuese gracias a la luz precaria que su celular le brindaba. Luego las velas la ayudaron e hicieron de la mansión, polvorienta y dañada por los años, un lugar más cálido. 

 Las preguntas revoloteando, como pajaritos en las flores fuera del hotel donde trabajaba, se arrimaban a su mente una y otra vez cuando la cercanía entre el sujeto sin nombre y ella dejaba a menudo espacios vacíos que solamente un tímido toque en las teclas del piano lo podía romper. Lo que antes eran ojos que la intimidaban, ahora eran dos fuentes de vida que la motivaban aún más en llegar al éxtasis de la sinfonía. Su corazón se desenfrenaba siempre que Mr. Nobody se sentaba a su lado para indicarle algún movimiento de dedos o el tempo de la melodía. Ansiaba tenerlo en todo momento así de cerca, y mucho más. Quizás era eso lo que no ayudaba en conseguir su meta principal. Quizás estaba recorriendo un camino peligroso hacia un amor no correspondido.

Con esa duda en su cabeza comenzó a tocar de nuevo, olvidando por completo la última ayuda de su maestro.

—No, no. —Él se colocó en su espalda. Callista Pettyfer sintió su pecho detrás, tocándola. Su cabello fue movido por el rostro de su maestro e inspiró intentando controlar sus impulsos. Lo tenía mucho más cerca que en otras ocasiones y sentía que moriría lentamente por codiciar tenerlo más. Sus manos frías tocaron las de ella, guiándolas para que sus dedos danzaran sobre las teclas de marfil—. ¿Ves? Al tocar piano tus dedos son los que bailan por ti.

Mr. Nobody se giró a verla en busca de la aprobación de la chica. Sorpresivamente, ella lo observaba ida, sumergida en un mar de sensaciones por él. Abrió sus rojos labios queriendo responderle, sin embargo, ni siquiera había escuchado sus palabras. Un atisbo entre el horror y el asombro se dibujó en su pálido rostro. Tragó saliva consciente, una vez más, del silencio yaciente entre ambos. Dejó que sus miradas hablasen unos instantes; entonces, cerró sus ojos y lo besó. Inocente, pero muy dulce, con una timidez particular.

Fue ella misma la que dio un grito ahogado por su osada acción. Con las mejillas hirviendo y los deseos de huir, se levantó, agarró sus pertenecías y salió de la habitación.

NobodyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora