Me quedo atónita. Cada una de sus razones me han apuñalado en el abdomen como cuchillas. ¿Cómo puedo ser tan ignorante y no darme cuenta de todo lo que esto significa para Ebby, como también para Jim y probablemente toda mi familia? No puedo contarle lo que soy. Realmente, no puedo. Si ni siquiera yo me encuentro capaz de confesárselo y enfrentarme a su reacción, menos me dejará el Gremio revelar mis poderes a un mundano cualquiera.

Ebby se percata del tiempo que tardo en responder, y sacude la cabeza.

—Y ahora vuelves a irte —murmura—. Tu madre me dice que has ido a una escuela particular de Historia, luego me suelta que estás pasando tiempo con tu tía de no sé dónde porque ella vive en las colinas y necesitas aire fresco. No me trago nada de eso, Audrey —confiesa, y entonces se da media vuelta para calzarse el bolso al hombro de nuevo—. Y quiero que sepas que no me duele verte con otras personas; no estoy celosa de los otros amigos que haces. Lo que sí nos duele es que nos abandones por ellos.

Ebby deja de hablar y se dispone a pasar por mi lado.

—¡Es eso lo que quiero terminar! —exclamo, dando una zancada hacia la derecha y obstruyendo su camino.

—Déjame pasar, Audrey. ¡Tenemos clase!

—No quiero que todo siga así de raro entre nosotras.

Ebby amaga el movimiento y pretende salir por el lado izquierdo, pero vuelvo a interferirme.

—Por Dios —exclama—, ¿cuántos años tienes?

Quiere volver a pasar, pero esto en verdad se vuelve un juego de niños.

—Tal vez cinco —confieso—, pero al menos así no voy a dejar que me dejes.

—¡Audrey!

—¡Quiero volver a ser tu amiga, por favor!

Los ojos de Ebby se detienen con pena, pero enseguida se recompone y acelera el paso para volver a tratar de llegar hasta la puerta.

En un quinto intento lo logra. Se me escapa de las manos y va trotando hasta la puerta, con el bolso brincando y sacudiéndose contra su cadera. Yo casi me resbalo por girar tan rápido, y termino sosteniéndome de la mesada con una mano.

—¡Ajá! —grita Ebby en cuanto se zafa. Llega hasta la puerta y, cuando ve que el picaporte no cede, comienza a moverlo frenéticamente— ¿Qué diablos...? —se gira hacia mí con los ojos abiertos y un mechón rizado entre las cejas— ¿Has cerrado la puerta?

Mientras me incorporo con la ayuda de la mesada, saco las llaves de mi bolsillo y las hago sonar en el aire.

—Dime si tú no hubieras hecho lo mismo —la desafío. Elevo las cejas y, provocando un gran alivio en mí, Ebby sonríe entre jadeos.

Se acomoda el pelo y se lleva las manos a la cintura, recuperando la respiración. Hasta ella sabe que hubiera hecho algo parecido.

—Muy gracioso, chica. En serio —resopla, levantando la mano y sacudiendo los dedos—. Vamos, dámela.

—¿Quieres que nos juntemos el fin de semana? —No le hago caso y llevo las llaves detrás de mi espalda— Podremos hablar tranquilas sobre todo esto.

Ebby está a punto de exclamar otra cosa, pero al final se lo traga y suspira, mirando hacia el techo.

—Audrey, hace mucho tiempo que quiero pasar tiempo contigo, de verdad. Pero no sé...

—Dame una oportunidad —suplico, extendiendo los brazos—. No lo arruinaré esta vez.

—Pareces un chico reintentando volver a salir con alguien.

Hawa: Debemos salir a flote | #2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora