01. EL NUEVO GUARDAESPALDAS

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"Si no sabes lo que quieres, terminarás teniendo un montón de cosas que no necesitas"
—El club de la pelea

Eché la cortina a un lado y ahí estaba. El Chrysler negro listo para ponerse en marcha en cuanto me dispusiera a salir de camino a mi primer día en la Universidad de Maine, Orono.
Había soportado durante toda mi vida, que una secta de hombres trajeados y armados me siguiera a todas partes y, por alguna razón, había tenido la vana esperanza que después del instituto todo pudiera ser distinto, sobre todo, una vez alcanzada la mayoría de edad. Y ¡cómo no! mi padre me demostraba una vez más lo equivocaba que estaba. Pero cuando eres la hija de una de las estrellas de Hollywood y del agente más solicitado del FBI en activo, es lo menos que te puede pasar, y si encima tu gemelo es la estrella de los Titans... Bueno, estás perdida.
Me aparté de la ventana y fui a la cocina a por un poco de té helado; no podría sobrevivir un día sin él. Claire, mi compañera de piso, ya se había ido. Su primera clase empezaba a las nueve, por lo tanto, no tendría que preocuparme que le pareciera raro que nos siguiera algún coche de ventanas tintadas, y se asustara. Aunque, tarde o temprano lo notaría, no creo que fuera tan tonta como para no darse cuenta de algo así, por muy sigilosos y casi imperceptibles que fueran los guardaespaldas a la hora de protegerme. Odiaba tener que empezar una nueva vida en otro sitio, con otra gente... Pero, sobre todo, odiaba tener que lidiar con los secretos de mi familia. Era difícil hacer amigos cuando no podías estar a menos de treinta metros de tus escoltas. No podía considerarme la reina a la hora de hacer amigos, pero, a veces, los chicos podían ser realmente un incordio en mi vida social. Me cohibía hablar con otras personas mientras ellos me estaban observando; podía sentir cómo me juzgaban, incluso sin abrir esa boca que parecían tener sellada con Super Glue.
Mi primera clase empezaba a las once, apenas eran las diez y cuarto, y el campus estaba a menos de veinte minutos de la casa, por lo tanto, aún tenía algo de tiempo. Me terminé el té y empecé a hojear el libro de Escritura Creativa, ya me lo sabía de cabo a rabo, pero no se me ocurría nada mejor para matar el tiempo. A las once menos veinte recogí mis cosas, las metí en el bolso, cogí la llave del Mercedes y salí de casa dando un portazo.
Nada más poner el coche en marcha, el Chrysler también lo hizo; saqué mi móvil y marqué el número de mi padre.
Tres tonos después, su voz grave hizo eco en mis oídos a través de los auriculares conectados directamente de mi teléfono.
—Hola, pequeña. ¿Cómo va tu día?
—Genial, papá. —Hice una pausa mientras ponía los ojos en blanco—. Te agradecería mucho que tus chicos fueran muy discretos, es mi primer día y no quiero que la gente me conozca por los hombres de negro.
Escuché a mi padre resoplar.
—Mandy, cariño, sé que esto no te gusta pero...
—Por favor... —supliqué con voz dulce.
—Tu seguridad es mi prioridad y si eso requiere que hagas el ridículo, eso es lo que sucederá.
Apreté mis manos en el volante mientras luchaba conmigo misma por no resoplar, eso solo pondría las cosas peor.
—Gracias, papá. Tu forma de hacerme la vida más fácil es... impresionante.
Colgué el móvil, tiré los auriculares al asiento del copiloto y me concentré en la carretera.
No me había fijado a la velocidad que iba hasta que sonó el móvil y George, uno de mis hombres de negro, me mandó reducir.
Increíble, además de guardaespaldas tenía niñeras.
El estacionamiento estaba casi completo, tuve mucha suerte de encontrar plaza donde aparcar el coche. Miré el móvil, eran las once menos cinco.
Salí del vehículo, apreté el botón de bloqueo automático y me fui hacia el edificio.
La Universidad de Maine estaba ubicada cerca del centro comercial y rodeada de jardines. En uno de sus extremos, la biblioteca y el gimnasio, en el otro. La mayoría de los edificios importantes se encontraban cerca de esta, y los menos importantes detrás.
Algunos pasos más adelante me percaté de ciertas miradas, no deseadas, que se posaban en mí. Pasé por delante de un grupito de chicos que, inmediatamente, empezaron a decir sandeces. Realmente nunca entenderé porqué los hombres piropean a una mujer llamándola «muñeca». ¿Qué tenían en mente? ¿Jugar a las casitas? Puse los ojos en blanco, suspiré y seguí mi camino hasta la clase de Escritura Creativa.
El profesor Holker aún no había llegado, pero la clase estaba abarrotada de jóvenes que hablaban, hacían bromas o comentaban algo entre ellos. Encontré un sitio vacío en la quinta fila, me disculpé y pasé hasta sentarme en la única silla libre que pude encontrar. No sin antes caerme casi encima de la chica de al lado.
«Qué típico, Amanda, empezar el día cayéndote sobre una pobre chica».
—Lo siento —me disculpé, con una sonrisa.
—No pasa nada. —Sonrió, amable.
Abrí mi bolsa y empecé a sacar mis cosas.
—Soy Sisi, Sisi Slate —susurró la chica de al lado, levanté la vista hacia ella, y me extendió la mano.
No pude hacer otra cosa más que ser educada y devolverle el saludo.
Al menos alguien por allí sabía mantener los modales.
—Amanda, Amanda Taylor. Pero puedes llamarme Mandy.
Nos vimos obligadas a dejar la conversación ya que el señor Holker entró en la sala, y todo el alumnado guardó silencio.
La clase empezó con la entrega habitual del programa de estudio y Holker repasó las reglas y política de la institución. Me desconecté de la mayor parte y dejé que mi mente divagara por un mundo paralelo al que solamente yo tenía pleno acceso.
Me sentía bastante irritada por el hecho de que mi padre no me hiciera caso en la única cosa que le pedía: normalidad. ¿Qué había de malo en tener un poco de normalidad? Nunca en la vida había tenido el privilegio de salir de casa sola y volver a la hora que me apeteciera. Cosa que hacían, básicamente, todas las niñas que iban a mi instituto. No sé si sus padres eran unos inconscientes o si los míos eran demasiado protectores. Aunque claro, como cualquier adolescente, en la época de la famosa rebeldía, podía haber hecho de las mías, pero siempre temí que me pillaran y fuera castigada por el mejor agente del FBI del siglo. Ese hombre cuya mirada autoritaria era la más indiscutible del mundo, y no quería ser yo la causante de tal enfado por parte de mi padre.
La clase terminó temprano por ser el primer día. Salí del aula seguida de Sisi que me relataba lo nerviosa que había estado, ya que no creía que fuera a hacer una amiga tan rápido. Y la verdad, yo tampoco. Como ella tenía una clase más, nos despedimos. Decidí tomarme un descanso en las mesas del campus que estaban situadas al aire libre, mientras esperaba mi siguiente clase. Saqué los apuntes que había logrado tomar durante la hora anterior y empecé hacer un pequeño plan de estudio. Como era muy habitual en mí, me gustaba tener todo controlado para seguir el ritmo de las clases sin ningún problema. Tampoco podía considerarme la nueva Einstein, aunque un poco nerda sí podía ser, no en todo el sentido de la palabra, obviamente, pero me gustaba sacar muy buenas notas, como a todos, supongo.
Alguien colocó una bolsa de papel marrón sobre el libro, lo que me obligó a levantar la vista y ver de quién se trataba. Era hora de la comida, así que no podía ser otra persona más que George, el jefe de seguridad de mi línea de escoltas. Fruncí el ceño, el chico que tenía enfrente no era George, de hecho, no tenía ningún parecido con el regordete de George, si no que era alto, de cuerpo atlético y fibroso, y no parecía tener ni un solo gramo de grasa. Tenía el pelo muy corto por los lados, pero largo por arriba; la típica moda impuesta por los jóvenes de género masculino. Llevaba unos pantalones oscuros y una elegante camiseta negra, la cual se ajustaba perfectamente a su cuerpo, lo que permitía deleitar la vista a cualquier mujer.
A pesar de su gracia angelical, tenía el aspecto de un depredador dispuesto a saltar sobre su presa en cualquier momento. Por alguna razón, tuve la sensación de que iba a ser su próximo objetivo y no sabía si eso me daba miedo, terror o deleite. Al menos parecía un modelo de Hollister, y como siempre solía suceder, te dejaba sin respiración con solo mirarle una primera vez.
—Su comida, señorita Taylor. —Su voz era suave, pero tenía un tono metálico que disparó todas mis alarmas internas.
Él se sentó al otro lado de la mesa sin dejar de mirarme fijamente y sin un solo atisbo de humor en semejantes ojos verde pizarra, cruzó los brazos sobre su musculoso pecho y ahí se quedó. Sentí el impulso de poner los ojos en blanco, pero me contuve. Mis padres siempre me habían recordado que ese gesto era de muy mala educación.
—Hmmm, gracias. —Logré contestar, quité la bolsa de encima del libro de Escritura Creativa y lo coloqué a un lado.
Volví a mirar mis apuntes ignorando al buenorro que tenía enfrente, con la vana esperanza de que se fuera y me dejara estudiar en paz.
Él no se movió.
Respiré hondo y volví a mirar sus profundos ojos.
—He dicho gracias. Ya te puedes ir.
Él ni se inmutó.
—Come.
—Ya comeré —repliqué, apuntando con el dedo a los apuntes, para hacerle entender que tenía cosas más importantes que hacer.
—Ahora.
Estaba de broma, ¿verdad? ¿Quién era ese tipo? ¿Por qué no vino George?
—¿Dónde está George? —pregunté, con clara muestra de enfado.
—Ocupado.
—¿Con qué? —insistí.
—Señorita Taylor, coma, por favor. —Estaba perdiendo la paciencia, lo podía ver en sus ojos.
—Mandy, me llamo Mandy —gruñí.
Él arqueó una ceja.
—No me importa su nombre, no me iré hasta que usted coma.
Bufé y le lancé una mirada asesina.
¿Quién se creía que era para hablarme así?
No sabía su nombre, pero me las pagaría por esto.

*CANCIÓN: Sofia Karlberg - Crazy in love

GUARDAESPALDAS (RETIRADA DE WATTPAD)Where stories live. Discover now