Capítulo 1

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Hollie

27 de Marzo de 2016

El día que decides cambiar tu vida es una de las pocas cosas que siempre recordarás con total nitidez. Esa sensación de hormigueo en el estómago, esa sonrisa indiscreta y esa ilusión efervescente que sentía sentada en el asiento piloto del coche nunca se me olvidarán.

Llevaba casi un día de viaje. Solo había parado un par de horas en la oscuridad de una gasolinera para dormir. No tenía un destino pensado, por lo que mi indecisión era la que conducía por mí.

Ese día había amanecido lloviendo. Resoplé mientras recostaba mi cabeza sobre el volante y sin querer pité. Todos detrás comenzaron a hacer lo mismo, incluso el conductor de adelante sacó su cabeza por la ventanilla y me gritaba furioso algo que no lograba descifrar. Seguramente trataba de explicarme amablemente que el atasco no era algo que él hubiera creado.

Bajé la ventanilla con delicadeza sacando mi mano izquierda al exterior y le enseñé mi dedo corazón decorado con los tres anillos que portaba. Tras hacerle un acto de paz al conductor que me precedía con el brazo mojado por la torrencial lluvia, lo metí de nuevo y me sacudí con aspereza. Volví a subir la ventanilla del coche, pero, quedando aún un tercio para que terminara de cerrarse, se atascó.

«Genial, ahora comenzarán a llover golosinas» pensé.

Puse mi total insistencia en cerrarla pero todo esfuerzo resultó inútil. Entonces recordé ese dicho que mi abuela repetía tanto:

«Si ofreces mierda a los de tu alrededor, probablemente tú recibas lo mismo de peor manera»

Sí, yo había pensado muchas veces que la palabra favorita de mi abuela Florence era mierda.

En ese momento el frío se coló en el coche y ni la calefacción combatía contra él. Me maldije interiormente, culpándome de no haber cogido el v40 Cross Country de tío Shepard. Pero claro, mi plan era muy exhaustivo; estaba claro que yo, tanto para él como para el abuelo, era más bien un grano en el culo y mí huida además de alegría y satisfacción, no les habría proporcionado nada –a excepción de mi regalito de despedida–. Pero en cambio, si yo me hubiera llevado el gran v40, mi tío hubiera enloquecido y seguramente ya tendría a la policía tras de mí por robo. Por eso decidí coger el Opel KARL color mierda del abuelo –parecía haber heredado de mi abuela además de la alergia al moho, ese extraño gusto por aquella palabra–, que, además de no ser usado desde hacía mucho tiempo, faltaba muy poco para que tuviera que ser conducido como en los Picapiedra.

Realmente, que se rompiera la ventanilla era lo mejor que me podría haber pasado.

Parecía que el atasco se había deshecho y los coches por fin comenzaron a circular con lentitud. Hacía frío, en ese momento más, y sentí como los huesos comenzaban a entumecérseme. ¿Cuántas horas llevaba ahí metida? Parecía que llevaba años en ese coche cuando seguramente solo habrían pasado unas cuantas horas desde mi última parada.

En un desvío decidí extraviarme y acabar con ese maltrato en forma de atasco que llevaba sufriendo unas cuantas horas. Ir sin rumbo resultaba ser una de mis ventajas. Conduje un rato largo más, la noche volvía a caer y yo no quería volver a dormir en el coche. Lo incómodo que resultaba el interior no era nada en comparación al frío y la humedad que habría esa noche.

Bordeando la costa, entré en un pueblo pequeño de gran pendiente ascendente que rodeaba un largo y ancho río. Circulé con cuidado por la desgastada calzada mientras observaba las bonitas fachadas de las casas que me rodeaban. Avancé un poco más hasta que llegué a la pintoresca plaza donde aún había gente caminando aprovechando los últimos minutos del sol y sonreí. Aquel lugar me inspiraba calidez. Tras rebasarla continué deambulando con el coche por el interior del pueblo. Era realmente atractivo y llamativo. Al estar todo el pueblo algo inclinado hacía que el coche tirara con mucho esfuerzo y con lentitud.

Aún lates, TravisWhere stories live. Discover now