Una noche en vela

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Karen salió de un agradable sueño por unos bruscos zarandeos, ¿qué estaba pasando? Por un momento no recordó donde estaba. Fijó la mirada y frente a ella se encontró a Ed con un candil en la mano y el rostro preocupado.

—¿Qué sucede? —alcanzó a preguntar ella sobresaltada mientras se incorporaba en la cama.

—Ha de venir conmigo, su hermano la necesita —Ed le alargaba una chaqueta de lana.

—¿Qué? ¿Ahora? ¿Qué ocurre?

Ed le acercó las botas y ella se las comenzó a colocar.

—¿Qué hora es? —preguntó aturdida.

—Acaban de dar las tres.

—¿George está bien?

—Sí, pero mejor será que coja su botiquín.

—¿Está herido? —casi gritó ella.

—No, el señorito George está bien, pero su amigo no.

—¿Qué amigo?

—Karen ¡No hay tiempo! ¡Vamos! —le apremió Ed.

Karen tomó el botiquín y también cogió unas toallas. Aquello comenzaba a volverse preocupante.

Llegaron a la casa de piedra de tres habitaciones donde vivían Ed y su tío Shepherd. En una de las alcobas estaba George con aspecto preocupado mirando a otra persona que yacía sobre una cama. Karen se aproximó a su hermano y le preguntó:

—¿Quién es?

George lanzó una mirada entre aturdida y pesarosa, y se pasó una mano por los cabellos.

—¡No lo sé!

Karen se aproximó al desconocido, se trataba de un hombre de unos treinta años, de cabellos cortos y lisos color arena.

—Tiene un disparo —constató Karen al abrir la camisa y ver una herida abierta y sangrante cerca del omóplato —. Hay que llamar al doctor Rockwell.

—No está disponible. Antes de traerlo aquí pasé por su casa, y su esposa me dijo que estaba atendiendo un parto de gemelos en Puerto Este. En cuanto acabe se pasará.

Karen dio por sentado que su hermano pretendía que fuera ella la que se encargara del herido. Deseaba preguntar de dónde había salido ese hombre y que hacía allí, pero se dio cuenta de que mejor sería primero actuar y luego hacer las preguntas.

—George, yo no soy médico.

—Te he visto curar heridas peores en animales.

Karen no lo creía, pero hasta Ed la miraba con ojos suplicantes. El tema era de vida o muerte así que Karen sacó fuerzas y comenzó a intentar arreglar aquel desastre.

—Está bien, ¡a por ello!

Después de más de una hora de intervención, Karen pudo hacerse con la bala, limpiar la herida y coserla. Estaba satisfecha con el resultado, no podía hacerlo mejor, pero no tenía la certeza de que aquello fuera a funcionar. Sólo deseaba que llegara el doctor y viera al herido.

Salió al exterior de la casa, estaba a punto de amanecer, la claridad rosa comenzaba a apartar las tinieblas de aquella larga noche. Vio a Ed apoyado contra la pared de piedra fumando y se acercó a él.

—Lo ha hecho bien señorita Karen —le dijo él sonriente.

—Eso espero —contestó ella demandándole con un gesto su cigarrillo. Él se lo pasó.

—Me alegra tenerla cerca, si sufro una herida sé que me podrá atender —le explicó él con cortesía.

—Me agrada que te alegre tenerme cerca —le contestó Karen —. También a mi me gusta tu compañía.

Tras decir esto, Karen se acercó al joven y lo besó en los labios. Saboreó la calidez de sus labios fusionada con el sabor del tabaco. Fue un beso breve pero intenso. Se apartaron justo a tiempo y no fueron descubiertos por Shepherd, que salía de la casa.

—Señorita, ¿preparo algo para cuando llegue el doctor? —preguntó el tío de Ed.

—Ahora voy —le contestó ella. Le devolvió el cigarrillo a Ed y entró en la casa.

George estaba sentado en el suelo, con la cabeza y la espalda apoyadas contra la pared. El herido seguía inconsciente.

—¿Se va a poner bien? —preguntó George.

—No lo sé, eso espero.

Karen se acercó a su hermano y se sentó a su lado sobre el frío suelo.

—¿Quien es, George? ¿Por qué está aquí?

George esperó a contestar, meditaba su respuesta o simplemente aún estaba aturdido.

—No lo había visto nunca. Yo llegué a la posada de Mayo después de cenar, estaba disgustado por la discusión que habíamos tenido, y allí había un par de hombres también disgustados ni sé por qué. Estaban muy borrachos y con ganas de pelea, comenzaron a hablar de política y yo me enzarcé en una discusión con ellos, la cosa se fue calentando y nos peleamos —al decir eso George, Karen se dio cuenta del golpe que el chico llevaba en la cara, —. Eran los dos contra mi, uno de ellos sacó una pistola y este tipo —señaló al herido— , intervino y fue él quien se llevó el disparo. Él y el otro agresor cayeron por la ventana. Yo salí a la calle a buscarlo, estaba allí solo, mal herido, los otros habían huído. Lo cargué en mi carro y lo llevé al doctor, pero estaba atendiendo una urgencia y no tuve más remedio que traerlo aquí. Lo siento.

—Hiciste bien. Era la solución menos mala —tras decir esto apoyó su mano en el hombro de su hermano.

ENTRE EL AMOR Y LA TORMENTAWhere stories live. Discover now