Habían pasado dos semanas desde el incidente en el cumpleaños de Mègane. No la he dejado sola ni un segundo. La seguridad ha aumentado en nuestra casa. La reacción del señor Styles fue muy violenta cuando Mèg le comentó lo sucedido. La niña no entendía mucho, y no hablaba mucho. Tampoco podíamos presionarla para que nos explicara las cosas con palabras que no conocía. Apenas si llegaba a decir palabras básicas como para pedirle detalles. El señor Styles comenzó una investigación, pero no fue necesaria, porque a los tres días estábamos recibiendo una visita inesperada.
Yo estaba peinando a Mèg cuando la puerta sonó. Jared insistió en que no me levantase, él se decidió a abrir y ambos quedamos atónitos al ver a la mujer de cabello negro con la que hablaba Mèg el día de su cumpleaños. 
Sus ojos se plantaron en Jared y tuvo la misma expresión de asombro que nosotros, pero rápidamente arrastró su vista hacia mí.
─Hola ─susurró al verme.
Jared palpó su bolsillo trasero. Estaba segura de que planeaba llamar a la policía, pero algo me dijo que debíamos escucharla primero.
─Hola ─me levanté del sofá.
─¡Rosty! ─dijo Mèg señalando a la chica.
Las comisuras de los labios de la chica se estiraron, pero no alcanzó sus ojos, todo lo contrario, estos se miraban apagados y carbonizados por el dolor. Me recordó tanto a mí cuando vivía en Uxbridge. Era como ver una personificación de mi pasado.
─¿Quién eres? ─gruñó Jared.
─Marco me ha enviado ─dijo entrando a la casa. Se dirigió hacia mí de inmediato.
Mis pulmones se contrajeron y mi respiración se paralizó.
─Llamaré a la policía ─advirtió Jared.
─Jared, no ─le pedí─. Por favor, llévate a MJ. Déjame hablar con ella a solas.
Jared negó con la cabeza, tomó a Mèg entre sus brazos y caminó escaleras arriba refunfuñando algo inentendible.
Regresé mis ojos hacia la chica explorándola detenidamente. 
Traía unas botas sucias y desgastadas, sus jeans estaban desteñidos por el paso del tiempo y su camiseta color marino era posiblemente de hombre. Su cabello estaba enmarañado, largo, negro y sin lustre alguno. Sus ojos estaban apagados entre ese tono cobre que coloreaba su iris. Sus labios resecos y su sonrisa rota.
─Hola, me llamo…
─Lou. Lo sé ─me interrumpió─. Sé más de ti que de cualquier persona en el mundo ─se cruzó de brazos y se los frotó.
─¿Tienes frío? ─le pregunté.
Estábamos en pleno otoño y los vientos eran estremecedores. 
─Bastante ─admitió.
─Acompáñame ─le pedí.
Me siguió hasta la cocina donde preparé café caliente y nos serví un par de tazas. Ella la tomó con desesperación. Podía jurar que el líquido estaba hirviendo, pero ella se lo tomó sin emitir quejido alguno, como si el dolor y la quemazón fuesen algo a lo que ella ya estuviera acostumbrada.
No dejé de observarla a detalle. Era espeluznante verla.
─Dime, ¿dónde está Marco? ─le pregunté con un tono desesperado.
─Está aquí, en Londres. Pero, quiso asegurarse de muchas cosas antes de venir, por eso me mandó a mí; soy su conejillo de indias ─reveló con dolor en su voz─. Mi nombre es Rose Mary Pages. Conocí a Marco hace un año y medio. Soy su criada, esclava, oprimida, mandadera, pera de boxeo y prostituta de turno completo ─masculló entre dientes con ojos hundidos.
Me quedé fría ante el catálogo de papeles que decía empeñar para Marco.
─¿Qué vienes a decirme? ─musité impaciente.
─Marco quiere que le des a la niña ─dijo después de tragarse su cuarta taza de café.
El pecho se me rompió inmediatamente y el instinto de una tigresa parida se me prendió al imaginarme que apartarían a mi cachorra lejos de mí.
─¿Está loco? ─jadeé.
─Por completo ─aseguró─. Dice que si no se la das por las buenas, no tendrá más alternativa que raptarla.
─¡Sobre mi cadáver! ─di un golpe en la mesa.
─Me mandará a mí a robarla, yo lo sé ─rodó sus ojos como hastiada de la vida.
─Ni tú, ni él, ni nadie va a tocar a mi hija, y mucho menos alejarla de mí, ¿me entendiste? ─la amenacé.
─Puedo darle tu recado, pero no puedo doblegarme ante él ─se encogió de hombros.
─¿Cómo qué no? ¿Por qué haces esto, Rose?
─¿Por qué? ─jadeó─. ¿Sino qué más puedo hacer? Soy la mierda que él caga.
Di un paso hacia atrás. Deseaba que Jared llegara y llamara a la policía.
─Aparte no se va a poner feliz por la presencia del chico que se llevó a la niña.
─¡Dime dónde está Marco! ─le exigí.
─Ay, Lou; tú no me das ni la décima parte de miedo de lo que me da Marco ─se levantó.
─¿Sabes qué? Dile a Marco que lo estoy esperando, que dé la cara de una maldita vez, y asegúrate de decirle que la pendeja que dejó se acabó a partir de ahora. ¡Qué venga! ¡Que lo intente! 
Rose cerró sus ojos y suspiró. Me asusté un segundo cuando la puerta dio un portazo. 
Estuve a punto de desmayarme cuando vi a Marco entrando a la cocina. Traía el pelo largo, negro, la barba nacida y estaba más alto y recio que nunca. En sus ojos se reflejaba el odio y el dominio que poseía o creía poseer sobre su alrededor. 
Quise sentir miedo, pero no pude lograrlo. El Marco que me atemorizaba, por el que caía rendida y obedecía sobre todo se había ido junto con la estúpida Lou. Esa estúpida que había sido yo hasta que él se atrevió a meterse con mi hija. 
Marco era lo segundo más sagrado para mí, pero Mègane era para mí como el dios para un religioso. Me sentía totalmente protectora, e iba a cuidar de mi hija con uñas y dientes si hubiese sido necesario. Porque ya nadie, ni siquiera Marco significaba más para mí que Mègane. 
Marco traía la mandíbula presionada y la respiración refunfuñada. Rose comenzó a temblar en el momento. Yo, todo lo contrario, me cuadré frente a él y lo miré retándolo.
─Te dignaste a aparecer ─mascullé entre dientes.
La expresión del rostro de Marco se vio sorprendida por mis palabras. Seguro esperaba alguna ovación o una reverencia. Todos los recuerdos de estos últimos dos años me cayeron en picada sobre el corazón, calándolo profundamente. Ese hombre me había dejado a mí, a mi hija, me golpeó, me ultrajó, me humilló y estuvo a punto de matarme a mí y a mi pequeña niña, y ahora pretende quitarme lo que más amo. No lo iba a permitir de ninguna manera.
─Tú ─señaló a Rose─. ¡Lárgate! ¡No te quiero ver aquí!
─Sí ─susurró levantándose.
─¡Apresúrate! ─le gritó en el oído cuando pasaba a su lado.
La chica salió cabizbaja.
Marco regresó la vista hacia mí.
─¿Cómo estás? ─me preguntó en un tono más suave.
─Si te digo que me llevan los demonios de la rabia, te mentiría; no hay suficientes demonios para arrastrar el coraje que siento.
Marco dio un par de pasos hacia mí e intentó tocarme. Yo me aparté.
─¿Qué quieres?
─Quiero ver a la niña.
─¿La niña? ¿Sabes si quiera cómo se llama?
─Sí. Y sé que lleva mi apellido. Es mi hija; quiero verla.
─No nació de dos años, así que si no fue tu hija estos últimos dos años, no necesita serlo el resto de su vida.
─Déjame verla, maldita sea ─gruñó.
─¡No! ¡Lárgate! ¡Yo tampoco te quiero ver! ¿Recuerdas lo que me dijiste hace más de dos años?... Que mi presencia te hastiaba ¡Pues eres ahora tú quien me hastía! ¡Lárgate o te clavo un cuchillo entre pecho y espalda! 
Los ojos de Marco aumentaron de tamaño en un doscientos por ciento. Dio un par de pasos en reversa y gritó.
─¡Rose! ¡¡Rose!! ¡Maldita seas, Rose Mary, qué vengas aquí ahora! ─voceó.
La puerta se abrió y Rose entró como perrito con el rabo entre las piernas.
─¿Qué no oías que te estaba llamando? ─la tomó del cabello, la zarandeó y la estampó contra el suelo.
Rose sólo se echó a llorar.
─¡Cállate, tus chillidos me fastidian!
─¡Lárguense! ¡Lárguense ambos! ─les ordené.
─¿De dónde, Lou? ¿De mi casa? ─Marco alzó una ceja.
─¿Qué son esos gritos? ─entró Jared con Mègane en brazos.
Marco estalló al ver a Jared, pero su temperamento descendió al ver a la niña.
Corrí hacia ellos y tomé a Mègane entre mis brazos con posesividad.
─Déjame… ─pidió Marco acercándose a nosotras.
─¡No, aléjate!
─¿Marco? ─jadeó Jared─. ¡Qué horrible estás!
─Rose, deshazte del polizonte ─le indicó Marco a la chica tirada en el suelo.
Esta se levantó y golpeó a Jared sacándolo de la cocina.
Marco volvió en marcha hacia nosotros con sus brazos extendidos.
─Déjame cargarla ─flexionó sus manos.
─¡Déjanos en paz!
Marco me ignoró.
─Hola, Mègane. Soy yo, tu papá ─le habló en un tono dulce.
Me dio coraje ver cuán cínico se comportaba.
─Tú no eres nadie ─gruñí.
Él volvió a ignorarme.
─Ven, bebé. Ven con tu papi ─nos siguió acechando─. Lou ─dijo finalmente─. Déjame cargarla ─rogó y su voz se quebró.
─No confío en ti ─admití.
─Si me dejas tenerla un par de minutos ahora, te prometo que no me la llevaré.
─Uh uh. No te creo ─apreté aún con más fuerza a la niña contra mí.
─Te juro que no lo haré. Te lo ruego; déjame tenerla entre mis brazos.
Mi mente decía que Marco sólo estaba actuando, pero el deseo que se reflejaba en su rostro hacía que la tonta Lou apareciera y deseara cederle sus deseos.
Marco se fue acercando y rodeó a la niña con sus brazos. Yo fui suavizando los míos hasta que la solté. Él sostuvo a la bebé en sus brazos y la presionó contra su pecho. Respiró profundamente su olor y cerró sus ojos. Luego de unos segundos, la sentó sobre el desayunador y la exploró. Palpó sus bracitos regordetes y sus mejillas iguales. Rozó su cabello y quedó viéndola fijamente a los ojos.
─Tiene ojos Styles ─dijo al ver el verde de los ojos de su padre.
La niña lo miraba con los ojos abiertos y espantados, pero luego de que Marco hundiera su boca en la barriga de la niña para hacerle cosquillas, se la ganó en diez segundos lo que perdió en dos años. La nena comenzó a reír a carcajadas, y Marco se le unía a sus risas.
La niña enterró sus dedos en el cabello negro de su padre y este cerró sus ojos disfrutando de su masaje. Luego, acarició su barba ahora crecida e hizo un gesto de dolor al sentir como su barba la había pinchado. Marco presionó la nariz de la niña con dulzura y ella le hizo lo mismo, a lo que ambos correspondieron una sonrisa.
Mèg me miró y sonrió. Señaló al tipo que tenía en frente con su dedito y me preguntó con su voz aguda de niña:
─¿Tete papi? 
Los ojos de Marco se iluminaron. Yo crucé mis brazos y suspiré.
─Si, mi amor; él es tu papi.
─¿Tú papi? ─le preguntó con él mismo tono a él.
─Sí, yo soy tu papá ─le susurró uniendo sus frentes.
Maldita escena conmovedora, dije en mis adentros.
Marco plantó un beso en la mejilla de la niña y esta tomó de las orejas a Marco y lo trajo hacia ella cuando este se despegaba. Ella también planto un beso en la mejilla de Marco.
Creí ver una lágrima brotando de los ojos de Marco, pero Jared entró a la cocina rabiando.
─¡Tío JJ, tete papi! ─le dijo Mèg a Jared señalando a Marco.
Jared parecía haber visto un muerto y se puso colorado de inmediato.
─¡Tú! ─le gritó.
─Jared, no enfrente de la niña ─le pedí.
Jared suspiró y asintió.
─Espero que cumplas tu promesa, Marco ─le dije tomando a la niña.
Él persiguió el rostro de la bebé con su mirada como deseando más de su compañía.
─Quiero verla todos los días ─me pidió.
─¡Já! ─se burló Jared.
Marco y yo lo fulminamos con la mirada.
─No puedes aparecer así como así y venir pidiendo derechos cuando no aceptaste responsabilidades ─le dije.
─No me obligues a apartarme de ella ─me suplicó.
─Tú fuiste quien decidió apartarse de ella.
─Déjame venir mañana ─rogó.
─No. Lárgate ─mascullé entre dientes.
Marco dio media vuelta y caminó hacia la puerta.
─¡No! ¡Papi no va! ─chilló Mègane.
Eso me destrozó por completo.
─¡Marco! ─lo llamé.
Él dio media vuelta. Jared negó con la cabeza, sabía lo que iba a hacer.
─Puedes venir mañana si quieres, o quedarte más tiempo ahora ─le ofrecí.
La sonrisa blanca de Marco relució en su rostro.
─¡Rose! ─gritó.
Rose entró aún más desastrosa que antes.
─Volveré en una hora. No quiero que mi niña me vea tan asqueroso como me veo ahora ─se acercó le dio un beso a Mèg y salió por la puerta.
─¡Qué mierdas has hecho! ─gritó Jared en cuanto Marco se fue.

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