Capítulo 6

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Lou no volteó la mirada, pero una chica cabello corto, lacio y castaño oscuro caminó hacia el escritorio con el sonido claqué de sus tacones de plataforma. La chica traía un pantalón de cuero negro y una camisa blanca holgada. 
Lí presionaba sus manos contra su rostro. 
La chica se sentó piernas cruzadas sobre el escritorio.
—¿A quién estás castigando, Lí? —dijo ella echando un vistazo a los papeles frente a él.
Lou entrecerró los ojos hasta que pudo reconocer a la chica de la foto, la que Jared cargaba en sus piernas y besaba con tanta confianza. Cher.
La chica alzó la vista hacia Lou y frunció sus labios rosas llenos de brillo labial. Luego, soltó una sonrisa simpática hacia Lou, alzó una de sus finas cejas negras y volteó de nuevo a Lí. El silencio que habitaba en esa oficina hacía presión en los oídos de Lou.
—Hola, soy Cher…tú debes ser Lou —le extendió la mano.
Lou miró hacia la mano de Cher, ella tenía una manicura perfecta color rosa y unos dedos finos, largos y manos cuidadas. Lou estrechó su mano, y miró el contraste de las manos angelicales de Cher y sus descuidadas manos. 
—Así es —susurró Lou tímidamente.
—¿No se suponía que vendrías hasta el otro mes? —dijo Lí entre dientes.
—Jared me llamó, quiso que viniera a acompañar a Lou —se encogió de hombros.
Lou estaba confundida. ¿Qué tenía que ver Cher con Jared? Y ahora con ella. 
Lí estaba con un punto de fastidio, sabía que Cher no era la indicada para tratar un caso tan especial como lo era Lou, pero gracias a su hijo, la tendría aquí durante seis meses.
—Es un placer, Cher —sonrió Lou.
Cher examinó con la mirada a Lou. 
—Traes la ropa de Jane —masculló.
Lí se levantó impacientado y abrió la puerta. Lou quiso meter la cabeza en la tierra como una avestruz.
—Es mejor que vayas a clases, Cher.
—No te apenes, Lou; te queda muy bien —se levantó también—. Nos vemos luego —dijo mientras salía.
—Creo que yo también me voy —murmuró Lou levantándose.
Cher ya se había ido. Lou se dirigió hacia la cocina, esperando que Lila por primera vez en dos meses no le pidiera ir a dejar el almuerzo de Marco. Ella no podría lidiar con ello, se derrumbaría al instante. Sentirse ultrajada y despreciada no era algo nuevo en su vida, pero serlo por la persona que amaba, eso añadía dolor al asunto.
—Buenos días, Lou. Puedes tomar la bandeja que está en la mesa y la vas a dejar al jardín —ordenó Lila inocentemente.
Lou sintió que la tierra se abría y se la tragaba hasta el inframundo. Ella suspiró ante sus piernas temblorosas y caminó hacia la mesa. Miró la bandeja llena de comida y decorada sofisticadamente. No quería hacerlo, realmente no, pero no iba a lloriquear y quejarse de todo. Ella no quería ser una cobarde de tal magnitud, y ya demasiados problemas le había dado al director y a su hijo. Le apenaba que el cuñado de Marco supiera que se había acostado con él, pero gracias a Jared, el buen hijo, tuvo que contárselo todo a su padre.
Lou tomó la bandeja entre sus manos sudadas y la presionó con fuerza para que esta no resbalara. Se encaminó hacia el jardín y se quitó los zapatos antes de entrar al pasto. Examinó los alrededores, temerosa. El olor a lluvia inundaba el lugar, más que nunca. Era indiscutible que Marco se encontraba ahí. Ella trataba de no desmayarse ante él, pero no estaba segura de poder lograrlo.
Marco se sentaba de espaldas a ella en una banqueta de cemento al estilo griego. Vestía su camisa negra cuello v y sus pantalones azul oscuro.
Lou se aclaró la garganta suavemente sin acercarse mucho, tenía miedo.
Marco no volteó la vista, pero alzó la mano y flexionó su dedo, llamando a Lou con él. Ella miró hacia todos lados y se animó a dar un par de pasos hacia él.
—¿Por qué te fuiste con Jared al claro? —masculló con voz serena y ronca—. Y traes la ropa de mi hermana.
Lou tomó una bocanada de aire antes de contestar.
—Marco, quiero pedirte disculpas por lo que pasó anoche…
Marco se levantó y encaró a Lou con su mirada gris y penetrante. Ella se quedó sin habla antes de terminar sus disculpas. Su presencia la derretía al punto que los doce grados del ambiente natural no perjudicaba lo que su corazón latía. Él la miraba apacible, sin rastro de humildad ni remordimiento por su comportamiento, todo lo contrario; más firme que nunca, y hasta con una pizca de furia.
—Me vas a decir todo, con lujo de detalles lo que hablaron, ¿entiendes? —susurró a centímetros de sus labios. 
Lou asintió perdida en el rojo de sus carnosos y fino labios carmesí. Aparentemente, a él era inmune a las sensaciones que corrían es espiral alrededor de ellos.
—Jared me ha ofrecido el apartamento de su padre y yo he aceptado. Viviré con una chica llamada Cher…
—¿Cher? —jadeó—. ¡Agh!
—¿Qué tiene? ¿Quién es?
—Joder. ¡No me interrogues! —gruñó Marco volteándose y dando un puñetazos al aire.
Lou dio un paso hacia atrás y su respiración se quedó quieta mientras sus músculos se tensaban.
—Perdona. ¿Estás enojado conmigo?
—Mira, Blou, Liu, Lou. ¡Cómo te llames! ¡Sal de mi vida! ¿Me entiendes? ¡Has venido a ponerla de cabeza! Y no permitiré que una mugrienta menesterosa lavaplatos se involucre conmigo —bufó disgustado.
Los ojos de Lou comenzaron a llenarse de agua, la bandeja amenazaba con resbalarse de sus manos. Ni siquiera estaba segura si ella podría mantenerse en pie un segundo más. Las palabras de Marco le ardían como jugo de limón y vinagre en una llaga abierta en su corazón. Cuanto hubiese dado ella por una sola caricia cariñosa de parte de Marco, pero ni siquiera la noche anterior la había recibido. De él sólo podía esperar reclamos, furia, gritos y golpes. Claro que, ayer en su tortura física la llevó al paraíso. Pero ella, por primera vez quería sentir amor…lento, suave, sensible. La llaga se abrió aún más al darse cuenta que eso sólo podría recibirlo del chico que no amaba: Jared.
—Está bien —musitó en voz baja, casi inaudible; el nudo de su garganta impedía el paso del aire hacia sus cuerdas vocales. Sus ojos ardían, al punto que no pudo evitar parpadear y que sus saladas lágrimas brotaran de sus ojos y cayeran de sus mejillas como cataratas indetenibles.
Marco miró por el rabillo del ojo el llanto de Lou. Empuñó sus manos y se tornó colorado. Se dio la vuelta tan fuerte que de un manotazo botó la bandeja de las manos de Lou y regó por el piso toda la comida y los platos. 
Lou jadeó aterrorizada. Marco tenía la respiración agitada de la furia.
—¡Mierda! ¡No llores! ¡No tolero que llores! ¡Me fastidia! —la vociferó.
Lou se quedó pausada en un sollozo. Sus manos comenzaron a temblar y sus ojos se ampliaron al ver el panorama de Marco en posición de ataque, y lo único malo es que era hacia ella.
Se sintió desdichada, como de costumbre. No esperaba nada más de él. Se culpaba por todo lo que había pasado. Sintió que si ella no hubiese permito llegar a tal punto anoche, él no estaría tan furioso. No le importaba que su alma estuviera hecha trizas, a eso ya se había acostumbrado. Lo que desdichaba su existencia era la culpa por poner a Marco en esa situación.
Lou dio media vuelta y salió corriendo dentro de la cocina. Chocó con Dana, pero no se detuvo y continuó corriendo por los pasillos pulidos de la universidad. Había un par de chicos por ahí que la miraron raro, pero ella seguía con la vista nublada por el desconsuelo.
Se tiró bajo un árbol en la entrada de la universidad; dentro de los alrededores, pero fuera de la edificación. Se echó a llorar a mares escondida entre sus rodillas, sollozaba como llora un doliente a su muerto y el dolor de su pecho se ramificaba por su cabeza y sus extremidades, al punto de que su pena se expandía hacia el exterior. El dolor era casi palpable.
—Joder. Mataré a ese hijo de puta —bromeó una voz femenina.
Lou levantó la cabeza: sus ojos estaban colorados, sus párpados hinchados y pesados y su cara más mojada que la lluvia. Lo único que pudo ver en su nublada vista a través de sus húmedas pestañas fue un diseño de corazón rojo con ramas y hojas entrelazadas en la piel de la chica; una camiseta roja de absurdas mangas cortas y un leggings negro con diseño floreado. Miró el rostro de la chica, sus labios rojos carmesí se fruncían al igual que su ceño bajo su cerquillo negro: Lenny. Lou simplemente suspiró, no podían mantener la mirada fija y la agachó como un perrito humillado. 
Lenny flexionó sus rodillas y quedó en cuclillas frente a Lou, se acercó a su rostro y la tomó de la barbilla. El tacto de Lenny hizo a Lou estremecerse, sus dedos estaban fríos.
—Te enamoraste del tipo, equivocado, cariño —susurró negando con la cabeza.
—Has hablado con Jared, ¿cierto? —susurró Lou entre sollozos.
Lenny se encogió de hombros en señal de asentimiento. Lou resopló, su vida se hacía y deshacía entre la boca de Jared.
—Tu alma es demasiado limpia, Lou… —resopló—. Perdóname. Si yo no te hubiera dejado ayer, nada de esto estaría pasando.
—No es tu culpa. Fui yo quien hizo enojar a Marco.
—O sea que, lo que te agobia es que Marco esté enojado y no las cosas que te hace —bufó incrédula—. Ven —sujetó a Lou del brazo y la ayudó a ponerse de pie.
Lou y Lenny caminaron hasta la oficina de Lí. Lou conoció a Adilane oficialmente. Ella era muy sexy y provocativa, pero cuando Lí entró a la oficina toda su sensualidad quedaba en segundo plano aplastada por el respeto y la cordialidad que presentaba ante él. Él hacía lo mismo, era autoritario y firme. 
Lou no entendía como alguien tan inmutable e imperioso podía conmoverse con una, según ella, insignificante o como Marco la había llamado: menesterosa chica encontrada en la calle.
Lou y Lenny se sentaron frente al enorme escritorio del director. Inmediatamente su semblante cambió. Su rostro se relajó y su ceño fruncido se relajó hasta estirar una sonrisa de oreja a oreja hacia las chicas. Esto espantó un poco a Lou.
—¿Cómo lo hace? —susurró Lou para sí misma.
—¿Cómo dices? —preguntó Lí.
—Nada —sacudió Lou su cabeza apenada.
—Anda, Lou, dime —le sonrió con más confianza.
—Es que… es impresionante como puede ser tan intimidante y luego tan sensible —masculló.
—No me creas hipócrita o doble cara, Lou. Sólo que tengo una versión de mí con cada persona y en cada situación —encogió sus hombros—. Con Adilane debo ser firme, como el director que soy, fuera somos amigos y podemos salir a tomar un café. Jared en la universidad es mi alumno, y fuera de ella mi hijo. Circunstancias, Lou.
—Pero la excepción a todo es Jane —aclaró Lenny—. Con ella es faje en la casa, oficina, cine, calle, convento…
—Lenny —la interrumpió Lí con inquietud.
—¿Fa… —Lou no pudo terminar la palabra cuando Lí interrumpió de nuevo.
—Creo que deberías ir a acompañar a Lou al apartamento. Cher ya está allá; yo tengo mucho trabajo y no podré ir.
Lou estaba atónita. ¿Cómo era que todos se daban cuenta de lo que le pasaba a Lou, las decisiones y todo lo demás? Era como si todos estuviesen conectados.
—Con gusto. Vamos, Lou —Lenny se levantó despreocupada.
Ambas salieron de la oficina de Lí. Tomaron el auto de Lenny, un descapotable negro con diseño de llamas azules y rojas. Salieron a toda velocidad y en menos de quince minutos llegaron a un enorme edificio lleno de vidrio azul que brillaba a contra luz. Lenny picó en interfono y una voz chillona y fina contestó.
—Hola, soy Lenny —dijo con una sonrisa.
—Uhm —dudó Cher.
—Traigo a Lou —añadió Lenny.
La puerta se abrió de inmediato y ambas chicas entraron al edificio y luego al ascensor. Cuando llegaron al piso doce, Cher esperaba en la puerta con una sonrisa hacia Lou que se disipó al ver a Lenny.
—Hola Cher —saludó Lenny con los ojos brillosos y la sonrisa tierna.
Cher empalideció, pero trató de fingir una sonrisa hacia Lou, dispersando de su cabeza a Lenny.
—Bienvenida, Lou, entra —murmuró.
Lou y Lenny entraron. Lou quedó pasmada ante el monstruo de vidrio que se abría ante sus ojos. Todo estaba hecho de mármol, cristal y alfombra cara. Era un mini palacio, al punto que le daba miedo tocar cualquier cosa y que esta se rompiera en pedacitos. Todo se miraba demasiado delicado para sus torpes y duras manos mal cuidadas. 
—¿Aquí viviré yo? —susurró Lou embelesada.
—Sí —susurró una voz lenta, masculina y abrazadora detrás de su oreja al tiempo que la abrazaban por la espalda con un par de brazos fuertes y firmes.
Lou sonrió ante el tacto.

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