Capitulo 1: El espadachín nocturno

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Los sueños siempre eran tranquilos y llenos de color, en ellos me veía corriendo por los infinitos pasajes del templo, con la tenue luz del amanecer entrando por los vitrales y llenando todo de colores mágicos. A veces volaba o simplemente tenía conversaciones disparatadas con los sacerdotes o incluso con los ratones que solían correr de ahí para allá en los pasajes más oscuros. Las suaves voces de Nancy y Delia me llamaban para que despertara, sus manos me mecían suavemente como las caricias de una madre.

Abrí mis ojos encandilándome con la claridad de la pulcra habitación, las cortinas de seda traslucida bailaban con el frío aire de comienzos de invierno. Nancy era una mujer regordeta y de rostro amable, ya comenzaba a tener canas en su negro cabello, Delia por otro lado tenía su pelo igual de blanco que un copo de nieve, recuerdo cuando su cabellera era rojiza cual llamas de fuego. Los ojos de ambas poseían ese brillo indescriptible que te hace sentir un cariño infinito por alguien, yo sentía un cariño infinito por las dos mujeres.

―Permítame su santidad ― Dijo Delia mientras me ayudaba a levantarme y me ponía una gruesa bata de lana celeste sobre el pijama.

Nancy movía las brasas de la estufa dejando todo el lugar cálido y acogedor. Con cuidado me puse las pantuflas calentadas anteriormente, y en compañía de las dos sacerdotisas salí al frío pasillo repleto de sacerdotes corriendo de aquí para allá por la visita de Aris Serux. Al verme pasar todos agachaban la cabeza y me saludaban con un "Buenos días su santidad" cosa que aún me molestaba, todos aquí me habían conocido desde siempre.

Caminé por los aún oscuros pasillos iluminados por la luz de las velas a punto de ser consumidas, cuando pequeño me daba miedo pasar por aquellos corredores, imaginaba que la luz de las velas podían ser espíritus malignos que me comerían. Aún ahora seguía temiéndole a la oscuridad y todos los secretos que esta ocultaba, pero nadie debía saberlo.

A lo lejos podía oler como el desayuno estaba siendo preparado, el pan aquí siempre era delicioso y es que Aaron Marsh, el regordete cocinero, le ponía todo su cariño a cada cosa que preparaba, su hábito siempre estaba cubierto de harina o sucio con alguna salsa. Aaron me decía que los alimentos eran sagrados y debíamos compartirlo con los más necesitados por eso solíamos bajar a las criptas a dejarle las sobras a los ratoncitos o algún gato que por ahí merodeara, aunque por lo general no había muchas sobras y Aaron aun así bajaba a dejar pedacitos de pan que guardaba de su comida.

Los baños ya estaban calientes y el agua despedía vapor y un aroma delicioso por las hierbas aromáticas que las criadas le habían puesto al agua. Nancy y Delia siempre me ayudaban a darme un baño y aunque ya era bastante grande para hacerlo solo, nunca me dejaron. El agua estaba muy caliente y mi piel enseguida se volvió rojiza por el contacto, aun así, no me quejaba por la temperatura del agua, hace unas semanas por las heladas y mi pereza había tenido que bañarme con agua completamente fría, Nancy estuvo hablando de eso cada que no quería salir de la cálida y suave cama.

Ya completamente sumergido Delia con delicadeza comenzaba a soltar la larga trenza que solía llevar, dejando los cabellos blancos reposar en la gran tina. Todos en el templo me decían que el sumo sacerdote debía llevar el cabello largo y nunca cortarlo, a excepción de la primera luna llena del invierno donde solo cortaban lo suficiente para no tener que estar pisando mi cabello. Recuerdo cuando una vez se me metió la trenza en un bote con cola para pegar y todos hacían un alboroto tan grande por eso.

Me tapé la nariz al sentir como el agua de los jarrones de porcelana caía sobre mi cabeza y con fuerza Delia comenzaba a fregar mi cabello y desenredarlo, sus cansados y viejos brazos le debían doler por el esfuerzo. Cada una ya estaba bordeando los ochentaicinco años y aun así hacían todo por mí.

Nancy fregaba mis piernas con una esponja áspera y cuando llegó a mis pies no pude evitar reír por las cosquillas, siempre fregaba más ahí solo para hacerme reír a carcajadas. Mire mis rodillas y estaban completamente rojas por el roce con la esponja.

Sacrifice [edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora