CAPÍTULO 2

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Eran las 4 de la tarde en punto, y un lujoso auto se dirigía con rumbo al aeropuerto. Los hermanos querían disfrutar de la llegada de su hermana, por eso hicieron algo que rara vez hacían: le pidieron al chofer que los llevara. Solo que en está ocasión, Johnny, como le decían los hermanos Cornwell, debido a haber sufrido hacía un mes un conato de infarto, no era quien los llevaba. Su "hijo" Albert, hacía de chofer principal. Sin embargo, un no muy feliz Albert, odiaba tener que manejar para alguien más que no fueran los patrones.

No es que los Cornwell fueran malas personas. No, lo que le disgustaba sobremanera al rubio de ojos azules, era la familiaridad con que los jóvenes lo trataban, le hablaban de tú a tú, Stear se sentaba en el lado del copiloto, mientras que Archie, en la parte trasera no paraba de preguntarle cosas de su vida privada. Gracias a Dios, al acercarse al aeropuerto, los hermanos cambiaron la conversación y empezaron a hablar de Candy.

Pero después de algunos minutos, no sabía que era preferible: seguirlos en su plática, o seguir escuchando de... Candy. Sí, ese nombre lo había escuchado hasta en sueños, y todo era sobre lo maravillosa, sencilla, educada y mil veces mejor persona que la señorita Elisa. Pero ahora era peor, sus hermanos al parecer, ¡la idolatraban! No paraban de resaltar su belleza e inteligencia y maldecir la hora en que decidió comprometerse con el imbécil de Neal.

Neal llegó el día anterior, de un viaje al que lo había mandado Stear, porque ahora, desde que habían tomado su lugar en la empresa familiar, Neal trabajaba para ellos. Y todavía los hermanos se preguntaban como rayos le había hecho, el imbécil, como le decían, para engatusar a su hermanita hasta el grado de casarse con él. Pero ya la harían entrar en razón, dijo Archie.

Por un momento Albert quiso ser sordo y no escuchar tanta estupidez. Sí, estupidez, por que habiendo tantos problemas en la vida, los riquillos se preocupaban por que la niña esa se casara, ¡con otro rico! Sin duda nunca los entendería, definitivamente, ya iba siendo hora que emprendiera el vuelo. No soportaba la actitud de los ricos y trabajaba para ellos, qué ironia!

Lo único que lo mantenía en ese lugar era que por primera vez en su vida, sentía que tenía una familia. La familia que siempre añoró y que le fue arrebatada. Decidió pensar en otra cosa, no era el momento de que se le cristalizara la mirada como siempre sucedía.

-Mientras te estacionas, iremos a revisar las llegadas de los vuelos, no hay problema, ¿verdad?

-Por supuesto que no, señor.

-Oh vamos Albert!- le reclamó Stear, con cierto fastidio- ya te hemos dicho miles de veces que nos hables de tú, ¡si hasta somos 4 años mayores!

-Pero no es propio, y no solo expongo mi trabajo sino también el mi padre.

-Pues ya te hemos explicado que no habría ningún problema, pero no insistiremos más. En un momento regresamos.

-Está bien.- Hizo el intento de bajarse para abrirles la puerta, pero como siempre los chicos lo hicieron por ellos mismos. Sin duda, ese par lo desconcertaban. Estaba acostumbrado a tratar con Elisa y Neal. Elisa, siempre soberbia, arrogante y altanera, delante de los otros claro, porque a solas se le caía la careta. Y Neal, bueno no es que lo hubiera tratado mucho, pues los Cornwell siempre lo mantenían lejos de casa, sin embargo, no era tan odioso como Elisa pero no era tan sencillo como los patrones.

OoOoOoOoOoO


En la sala de arribos tres jóvenes lloraban abrazados, aunque se veían con regularidad no era lo mismo que saber que se verían a diario.

-Los extrañé demasiado- dijo la rubia de ojos verdes como esmeraldas, ataviada con un traje de diseñador que hacía que su voluptuoso cuerpo, resaltara lo suficiente como para que todas las miradas masculinas de los alrededores estuvieran fijas en ella.

Del Brazo Y Por La Calle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora