Capítulo uno.

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Nota:  Hay algunos términos - que eh marcado- que tal vez no se entiendan, en ese caso las referencias están al final. C:

~

Ochenta y dos, ochenta y tres, ochenta y cuatro.

¡Plic! ¡Plic! ¡Ploc!

Ni siquiera quiero saber qué mierda ha sido eso. Ochenta y cinco... mierda, ¿era noventa y cinco? ¡Hijo de puta! Uno, dos, tres...

Lee DongHae estaba aburrido. Y tenía frío. Siempre le pasaba lo mismo cuando sentía dolor, las sacudidas empezaban casi al mismo tiempo que su cuerpo detectaba el dolor. Lo había mantenido a raya, al borde de la conciencia, concentrándose en llenar sus pulmones de humo. Ya había acabado con un paquete de cigarrillos y contado las viejas placas del cielorraso tres veces. Pero todavía no había decidido si la rota del borde contaba como dos.

Sacudió la ceniza de su cigarrillo, evitando mirar el charco rojo extendiéndose a sus pies. El zumbido de las luces fluorescentes sobre él era el único sonido aparte del continuo plic, plic, que estaba tratando de ignorar.

Había pasado mucho tiempo en habitaciones como ésa. Pequeñas, sucias, desalentadoras. Al menos ésta no tenía una mancha de vómito cuajado en la pared como la última. Pero los mugrientos bloques frente a él tenían sus propios y repugnantes secretos. Marcas de piernas debatiéndose y brazos forcejeando, escupitajos secos que habían fallado su objetivo, antiguas manchas marrones que le recordaban a DongHae que no era el primer hombre en derramar sangre tras esas paredes. El familiar olor a desesperación se filtraba lentamente, un veneno mortal que hacía mella en los hombres que daban a parar ahí.

Última oportunidad, última parada.

DongHae mordió el filtro, el castañeteo de sus dientes sonando como hielo tintineando en un vaso medio lleno. Se atrevió a echar un vistazo al charco de sangre creciendo cada vez más gota a gota. Unos cuantos trozos de un rojo oscuro flotaban en la sopa, la fuente del misterioso Ploc.

Hora de irse. Dejen pasar a los payasos[1]

DongHae se levantó precariamente, pasándose una mano por su sudoroso cabello. Se acercó al espejo grasiento de la pared del fondo y lo golpeó con fuerza con los nudillos.

—¡Hey, hijos de puta! ¿Qué están esperando?, ¿Una invitación impresa?

Silencio. Pero DongHae sabía que lo observaban, le era demasiado conocida la sensación de unos ojos juiciosos examinándole. Encendió su último cigarrillo con su mechero reluciente de plata. Dio una larga pitada antes de agarrar su camiseta blanca y quitársela, sin poder evitar una mueca de dolor cuando el material se pegó a la sangre coagulada debajo del lado izquierdo de su pecho.

— ¿Ven esto? Creo que quizás podría serme de utilidad una puta venda. - Intentó evitarlo, pero su vista captó el destello de un hueso asomándose por el corte—. Joder, - masculló—. O podrían tan sólo arrojar una aguja e hilo, -sugirió, mirando el espejo. —Me conseguiré una quilting bee.[2] - Ninguna respuesta. Dejó caer su camiseta, produciendo un sonido húmedo. Después extendió la mano y golpeó la ensangrentada palma contra el cristal. Un recuerdo para el pobre imbécil que fuese el siguiente en ser atrapado en el infierno.

Los dos hombres tras el espejo veían a Lee sin decir palabra. El más alto dio un paso adelante para ver mejor. Hasta ese momento, tan sólo había visto a Lee DongHae en fotografías o a través de la mira de unos prismáticos. Se fijó en el grueso cabello negro de húmedos mechones en punta, el rostro pálido por una combinación de dolor y mala iluminación, la barba de un par de días perfilando una sonrisa estúpida, los enormes ojos rodeados de oscuras pestañas, el brillo del pequeño aro plateado de la oreja izquierda de Lee.

Tonos Grises [EunHae]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora