Capítulo cuatro: los socios

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Lee

Después de la pequeña disputa con Avery y de que finalmente terminaran las clases del día, seguí al tumulto de estudiantes hasta la salida. Allí estaban algunos esparcidos en los grandes jardines que se extendían en torno a la inmensa edificación que se alzaba sobre ellos.

Llegué al aparcamiento y salí de ahí. Mi presteza para llegar a casa no era mucha, pero mientras pensaba en tomar un desvío hacia algún sitio, recibí una llamada de mi madre. Aparqué un momento en una calle cercana y contesté el celular:

Lee, necesito que llegues pronto a casa—dijo mamá.

—¿Está todo bien? ¿Te ha sucedido algo?—pregunté con preocupación.

No, no, descuida. Yo estoy perfectamente. Pero hace falta que regreses temprano, hoy vienen los nuevos socios a cenar y te requiero aquí lo más pronto posible.

A pesar de que a veces me disgustaban un poco todas esas cuestiones sociales, ya me había acostumbrado a ello. Desde niño veía cómo mis padres se ponían histéricos con la organización de cenas, reuniones y grandes eventos. Y cuando tuve edad suficiente, además de hacer presencia en las galas que ellos organizaban, también participaba en las que sus socios o personas de renombre brindaban. Luego de que fuese consciente de que en un futuro todo iba a quedarme encargado a mí, tuve que dejar de lado la irritación que me causaba estar en tales veladas y empezar a asimilar por completo que eso era lo que me correspondía. Así que ya no me molestaba asistir constantemente, en realidad, no generaba ni interés ni molestia en mí.

Colgué la llamada y tomé el camino a casa sin apuro. Sabía lo importante que era estar al volante y que debía conducir con mucha responsabilidad, por lo que iba a velocidad moderada. Llegué en unos veinte minutos y, efectivamente, encontré a mamá yendo de un lado a otro con Anna, nuestra ama de llaves. Las dos lucían atareadas ultimando los detalles de la velada de hoy. Las saludé mientras llegaba a la segunda planta y entraba a mi habitación. En cuanto estuve allí, dejé mis cosas en mi escritorio y me lancé a la cama.

Recuerdo haber revisado mi celular un rato y haberlo puesto a cargar para luego recostarme de nuevo. Pero no tengo idea de en qué momento me quedé dormido. Desperté gracias a los insistentes llamados de mamá diciéndome que tenía una hora para estar listo.

Eran casi las siete de la noche cuando me decidí a levantarme de la cama y tomar un baño. Me coloqué una camisa blanca manga larga, un pantalón negro y unos mocasines del mismo color. Alistarme tomó alrededor de veinte minutos, así que bajé faltando media hora para que los socios llegaran. Mi madre seguía en su habitación arreglándose mientras terminaban de poner la mesa. Al cabo de un cuarto de hora, mamá y yo estuvimos prestos a esperar lo que restaba para que nuestros invitados llegasen. Mientras usaba el móvil, percibí que ella no dejaba de mover las manos impacientemente. La observé un momento más antes de sonreír con diversión.

—Mamá—llamé su atención—¿Estás nerviosa?

—¿Nerviosa yo? Para nada—Respondió quitándole importancia al asunto y desviando la mirada. Enarqué las cejas y pregunté si estaba segura. Ella regresó la vista hacia mí y se levantó exclamando—¡Estoy nerviosa de los pies a la cabeza!

No pude evitar soltar una risotada que retumbó en toda la sala. Mamá me fulminaba con la mirada mientras yo estaba casi llorando de la risa. Tomé una gran respiración y por fin pude calmarme. Limpié una lagrimilla que se me había escapado y dejé la gran sonrisa en mis labios. Me puse de pie junto a ella y le tomé por los hombros para mirarle directamente a los ojos.

—Mamá, no tienes por qué estar nerviosa. Hoy va a ser una excelente noche y los socios van a quedar más que encantados de hacer negocios contigo. Créeme, la compañía está en unas maravillosas manos y no puedo sentirme más orgulloso de ti—dije. Ella me dio una amplia sonrisa y me estrujó entre sus brazos.

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