10.- Una de cal y otra de arena

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Apreté los puños con fuerzas y sin darme cuenta arrugue la nota que Silvia había dejado en mi puerta.
-Lárgate -dije entre dientes.
-Ana, estas... precio...
No le deje acabar y con un tono de voz aún más elevado se lo repetí.
-¡Qué te largues!
-Por favor, solo quiero hablar contigo -dijo mientras se acercaba a mi.
Reculé de manera inmediata hasta que choqué contra la puerta.
-No quiero hablar contigo David.
-Pero Ana...
-¡Pero nada, joder! ¡Vete de aquí! ¡Déjame en paz! Ya me hiciste suficiente daño hace 16 años.
Su cara se empezaba a poner roja, llena de furia e ira y por unos segundos tuve miedo.
-¿Qué yo te hice daño? -dijo en un tono preocupantemente bajo- ¡Serás zorra! ¡Tú hiciste que mi mujer me dejara! -sus gritos resonaban en todo el rellano.
Mis lágrimas comenzaban a brotar y el pasado se me venía encima.
-David... Tú eras el casado, te lo recuerdo.
-Y tú eres una maldita zorra, nunca lo olvides. Puta.
Se giró y desapareció escaleras abajo. Mi cuerpo se relajo, había estado tensa todo el tiempo. Me deslice por la puerta hasta sentarme en el suelo. Cubrí mi cara con las manos y empecé a llorar como una cría. Me pareció escuchar el ascensor e intenté limpiarme las lágrimas lo más rápido posible y levantarme pero, para mí sorpresa, cuando se abrió la puerta apareció por ella Silvia. Yo estaba a medio levantarme y volví a sentarme. Su bolso se le cayó al suelo al ver mi imagen. Corrió hacia mí y me abrazo y allí, sin mediar palabras, me consoló con su calor.
Pasaron unos minutos y levante la cabeza de su pecho y la miré a los ojos. Me sonrió y limpió los rastos de lágrima que recorrían mis mejillas.
-¿Entras? -me preguntó.
-Entramos.
Nos levantamos, recogimos nuestras cosas y nos adentramos en la casa.
-¿Quieres un café?
-Silvia, es mi casa -sonreí- Debería ofrecértelo yo.
-Tú siéntete y relájate.
Nos sonreímos y antes de que entrara a la cocina la llamé.
-¡Silvia!
Se giró y me miró.
-Dime.
-¿No quieres saber por qué estaba así?
-¿Quieres contármelo?
Sonreí. Sonreí porque admiraba como respetaba mi silencio. Era fantástica.
-Quizás más tarde -le dije.
-Perfecto entonces.
Me senté en el sofá y mi mente comenzó a dar vueltas y vueltas y de pronto apareció Silvia con una taza en la mano.
-Que te me empanas.
Reí y cogí la taza de su mano.
-Gracias -le dije.
-¿Gracias? ¿Por qué?
-No lo sé, simplemente gracias.
La miré. y me miró. Llevo su mano hacía la mía que sujetaba la taza; la quitó de mi mano y la depositó en la mesa. Acercó su cuerpo a mí y colocó su mano derecha en mi mejilla. Se acercó lentamente y cuando ya estaba a punto de chocar nuestros labios me hizo la pregunta más encantadora del mundo.
-Ana... ¿Te puedo besar?
Sonreí y solo supe responder con otra pregunta.
-Silvia... ¿A qué esperas?
Ahora ambas sonreímos y juntamos nuestros labios para pedernos en aquel beso.

Nuestra esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora