La victoria

11.5K 978 248
                                    

La calma precede siempre a la tempestad, como un solitario testigo que causa una paz perecedera, pero en el reino dorado es diferente, las tormentas se vuelven más intensas y no existe una calma, ni siquiera de modo aparente. Hace mucho que se vive caos en la casa real de Asgard, era predecible, Odín y Frigga dejaron como heredero a un chico insolente, aunque buen guerrero, incapaz de la sabiduría necesaria para desempeñarse como soberano. Una bestia que tomaba todo aquello que deseaba por la fuerza sin medir las consecuencias, porque los débiles no tienen cabida en ninguno de los nueve reinos, a su punto de vista debe predominar la ley del más fuerte.

Aquella tarde, volvía victorioso del campo de batalla, lo envolvía el clamor del pueblo, la devota admiración de los guerreros; sin embargo, lo que más deseaba era lo único que no poseía.

Sus pesados pasos lo llevaron a recorrer los pasillos interiores, haciéndole mantener el gesto serio hasta que detuvo su marcha frente a esa habitación, las puertas brillaban en tonos rojos y verdes entremezclados, eran sellos de magia muy antigua, un lugar especial para prisioneros que no podían ser llevados a las celdas comunes.

— ¡Abran, enseguida!

Los custodios llevaron el puño de la mano derecha hacia el pecho, reverenciando a su rey, conscientes del peligro que corrían, estaban para cumplir la voluntad del monarca, desenvainaron sus espadas cuyo filo brillaba con antiguos símbolos usados antaño por Odín, las encajaron en ranuras al lado de la puerta al mismo tiempo, esta se abrió durante un breve instante, cerrándose con un sonido seco al dejarlo pasar. 

Ese lugar era bastante peculiar, los muebles finamente decorados tenían piedras preciosas incrustadas, cortinas de finas sedas volaban vaporosas, desde el más nimio de los detalles era de un gusto exquisito; copas de fino cristal relucían con la luz proveniente del techo, amplios estantes llenos de libros tapizaban las paredes junto con cuadros de paisajes coloridos traídos de otros mundos, innumerables joyas guardadas en elegantes cofres, túnicas hermosas, pieles finas, todo tipo de tesoros para mantener al prisionero en una confortable ostentación.

—He vuelto.

El joven estaba sentado de espaldas, como si sus ojos verdes trataran de observar a través de las ventanas inexistentes, tenía la costumbre de acomodar detrás de la oreja los mechones rebeldes de su oscuro cabello, no le apetecía demasiado hablar con el recién llegado.

—No tienes que venir a informármelo, la multitud lo hizo por ti hace mucho rato, he de suponer que obtuviste la victoria, seguro que tendrás una gran fiesta, ¿así es como llaman el embrutecerse hasta perder la consciencia no es verdad?.

El rubio avanzó hasta tomarlo de los hombros, obligándole a girar para poder contemplarle, un gesto de molestia se dibujó en su rostro al verlo vestido con una camisa sencilla, unas alpargatas y los pies desnudos.

—Mis hombres han sido valientes, merecen celebrar de la forma que deseen, no puedes juzgarlos, te he dicho que no me gusta que lo hagas y tampoco que te vistas de este modo, eres mi esposo.

El moreno le vio con desprecio, removiéndose para tratar de soltarse, deseaba evitar cualquier contacto con él, tanto como le fuera posible.

—Yo no recuerdo una ceremonia de bodas, entonces...

El dios del trueno le vió, con la intensidad que poseían sus ojos azules.

—Conoces la ley, quien sea tu primero, a ese hombre le perteneces—le declaración realmente lograba exasperarlo.

—No pienso acatar esas absurdas leyes, solo porque me violaste no te voy a rendir pleitesía...en primer lugar yo no soy un asgardiano, no tengo porque.

Jaula Dorada [Thorki]Where stories live. Discover now