CAPITULO 1

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Mi nombre es Shayla, pero todos me conocen por Shai. Vivo en lo que queda de Chernóbyl, la ciudad que fue arrasada por la explosión de uno de los reactores de la antigua central nuclear. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Nadie, absolutamente nadie sabe que estamos aquí, salvo los Irkuts. Además, después de llevar años viviendo en este infierno hemos logrado desarrollar una protección contra la radiación que impregna el aire, la cual no nos afecta en ninguno de los sentidos, por lo que podemos decir que somos inmunes a esta afección.

Y lo que es más importante. No podemos salir de esta ciudad. Alrededor de ella, a muchos kilómetros de mi aldea, se dice que existe una valla que separa el mundo exterior del nuestro. Y que si te acercas estás muerto. Los hechiceros de Rodhark, los únicos que nos cuentan tales historias, puesto que los demás se muestran indiferentes a lo de alrededor, relatan de vez en cuando a los más pequeños anécdotas de personas valientes que lo intentaron pero no lo consiguieron.

Recuerdo una que hablaba de un señor mayor, ya harto de tanta ocultación, se decidió a aproximarse a unos metros de la valla y en una ráfaga de segundos, desapareció sin dejar rastro.

Yo, pese a mi intriga y mi valentía jamás me acerqué. Aunque en el fondo pensara que la única valla que separaba al resto de la humanidad-si es que quedaba alguien ahí fuera- de nosotros, era nuestra mente cerrada y rudimentaria.

Otra posibilidad que barajaba era la de ser los únicos supervivientes de la masacre; algo muy lógico debido al desastre que provocó.

Sin embargo, ese día pasé por alto todas mis especulaciones y me centré en mi destino.

-¡Shay! ¡Shay! ¿Por qué no vienes a jugar con nosotros?-preguntaba a lo lejos un niño de facciones claras.

-No puedo Liam. Te lo he dicho mil veces. Además tú tampoco deberías. Apuesto a que ya mismo aparecen los Irkuts.

Los Irkuts es la palabra que utilizamos para definir a los científicos encapuchados que vienen cada semana, el mismo día y a la misma hora a investigar el lugar. Por eso nos escondemos. Creemos que si nos ven nos llevarán a un lugar desconocido, lejos de nuestras familias, con máquinas que nos harán sufrir. Al menos eso es lo que cuentan los hechiceros de Rodhark, ya que nadie ha estado con un Irkut en su vida. Solo ellos creen conocerlos. Por eso me he propuesto hacer lo que los Irkuts hacen con nosotros. Investigarlos.

Pero me arriesgo a mucho, puesto que el castigo que los Jueces me podrían poner sería suficiente para que negara este cometido. Sin embargo, desde que mi padre murió a manos de estos seres malignos, que me capturen y me metan en una de esas habitaciones de barrotes a las que llaman cárceles no me importa demasiado en estas fechas ni en estos lugares. Tenía que comprender al menos por qué lo asesinaron. Sí. Porque no se marchó ni desapareció por arte de magia. Yo lo vi con mis propios ojos. A pesar de mi corta edad, lo entendí a la perfección, y nadie va a negarme lo que mis ojos vieron.

Ya nada es como antes, ni siquiera recuerdo lo bien que se sentía la luz del sol, cálida y acogedora. Todo cambió desde aquel día, aquel fatídico día que, a pesar de no haberlo vivido, las historias de los hechiceros de Rodhark me sigue provocando pesadillas. Pesadillas que no cesan y cada vez se cuelan más en mis sueños.

No era justo que tuviéramos que vivir en esa hostilidad. Las calles adoptaron ese ambiente, grises, desoladas, sombrías. Ya apenas nadie quedaba allí. Las pocas familias que continuaban residiendo allí vivían en la oscuridad, escondidas, en la intimidad de sus hogares. Todas compartían un sentimiento que les hizo y les sigue haciendo sobrevivir día a día, la desconfianza y la necesidad de sobrellevar sus vidas cueste lo que cueste. Todos los restaurantes, tiendas o empresas que antaño había quedaron abandonadas; algunas de ellas dominadas por bandas callejeras que se dedicaban a saquear lo poco que quedaba de ellas. En busca de algún punto a lo que agarrarse. Mi calle, más bien, callejón, no era una excepción. Rodeada de casas abandonadas, tenebrosas y oscuras donde antes seguro que reinaba la alegría familiar y la paz; y en frente un bosque frío con señales de haber tenido una florecida vegetación, pero estéril ahora, donde reinaba la naturaleza, la melodía de las aves y el aire puro y fresco del ambiente. Todo había cambiado.

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