Epílogo

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–12 AÑOS MÁS TARDE –

Charlie estaba ansioso. Más que ansioso, terriblemente nervioso sería lo correcto. Mucho más nervioso y ansioso que yo, eso seguro. Y que Edward y yo juntos, también.

Hoy nos casábamos legalmente, ésta vez sin trampas, con la familia presente y todos nuestros testigos mayores edad. Había preocupado a Charlie y mucho saber que nuestro testigo había sido Jacob Black, ya que si bien mi padre intentaba mantener una mentalidad abierta y no estancarse en el tiempo, tras haber caído en la cuenta que la boda entre Edward y yo era algo un tanto turbio, empezó a mirar mi alianza con cierto recelo. Guardián de la ley como era, el que alguien burlara las leyes de esa manera no le parecía correcto.

Por eso, y para darles a él y Reneé la oportunidad de despedirse de mí sabiendo que todo estaría bien, habíamos decidido trasladarnos a Fairbanks, en Alaska, para celebrar la nueva boda, no por un capricho por lo exótico, sino para no darle el gusto a los chismosos de Forks de saber que técnicamente nuestro matrimonio no había sido válido hasta ese momento. Nos llevamos, eso sí, a Ángela, a marido Ben y los tres niños que tenían para ese entonces. Ángela volvía a ser nuestro testigo, algo que la divertía y emocionaba mucho. También Jake, ahora mayor de edad sin falsificar documentos, era nuestro testigo, y viajó junto a su esposa Kerstin.

La historia de amor de Jacob había sido tan extraña que parecía sacada de una telenovela, no sonaba como algo propio de la vida real. Por empezar, estaba el hecho que Kerstin, la esposa de Jake, era sueca.

Jake trabajaba como mecánico de automóviles en Port Angels cuando una tarde lo llamaron de emergencia. Un bus lleno de turistas suecos que habían venido a conocer la tierra de los dibujos animados Disney, la Coca-Cola y las papas fritas industriales, y venían de visitar Washington DC, estaba roto y varado junto a la ruta, para gran indignación de los suecos, que tenía intenciones de ir a divertirse a Port Angels esa noche, que era la última que pasaban en los Estados Unidos antes de regresar a Suecia a la mañana siguiente.

Jake se dirigió al lugar con su caja de herramientas y un puñado de repuestos, y ahí se encontró nada menos que con Kerstin Lindgren, la guía turística del grupo y la única cuyo acento al hablar inglés era mínimo. Kerstin tenía veintiséis años, uno menos que Jake; era rubia, escultural, de ojos azules y curvas generosas. Jake arregló el vehículo con rapidez, no era una reparación difícil, e invitó a Kerstin a salir con él esa noche. Kerstin lo miró de arriba abajo, y debió gustarle lo que vio: un muchacho musculoso, moreno, de cabello oscuro y largo recogido en una coleta, ojos negros y brillantes y sonrisa fácil. Ella aceptó. Salieron esa noche, bailaron y bebieron (sospecho que más de lo recomendable) y acabaron en el departamento de Jake, donde tras una apasionada noche las sábanas quedaron tan arrugadas que nunca más hubo forma de quitarles los dobleces.

A la mañana siguiente, Kerstin se dio una ducha, se volvió a vestir y le dio un largo beso de despedida a Jacob antes de ir a reunirse con los suyos para abordar el avión que la llevaría de regreso a su país natal. Jacob se quedó en su departamento, se bañó, comió algo, vio televisión, ordenó un poco, pero la sensación de vacío no se iba. Le llevó casi seis horas comprender que estaba rotundamente enamorado. Enamorado de una mujer que había conocido la tarde anterior, de la que no sabía más que su nombre y apellido, y que a esas alturas debía estar volando de regreso a Suecia, si intenciones de regresar a éste país. No tenía ni un teléfono, ni una dirección.

Jacob lo pensó un rato largo, y entonces hizo, en sus propias palabras, "lo único que tenía sentido". Vendió su automóvil, la moto que había pagado trabajando para los Cullen hacía casi diez años y que era una pieza de colección muy preciada a esas alturas, el casco y algunas herramientas. Pidió prestado a algunos amigos, sin decirles para qué exactamente. Juntó al fin lo suficiente como para ir a Suecia, aunque sólo le alcanzó para pagar el boleto de ida del avión.

El jardín de senderos que se bifurcanWhere stories live. Discover now