—Claro que sí.

—Entonces —Odín se tronó los dedos de las manos, como si estuviera a punto de golpear salvajemente a alguien—, cállate y observa.

—Entonces —Odín se tronó los dedos de las manos, como si estuviera a punto de golpear salvajemente a alguien—, cállate y observa

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—Liebre, no ardilla —dijo Odín, tendiéndole el animal, sin pelo, clavado en una rama. El olor de la carne cocida era tentador, pero Calipso frunció la nariz al ver los ojos blancos del conejo.

—Ugh —gimió, con deseos de vomitar.

—¿Ugh? No es una ardilla —soltó él, confundido.

—Los ojos —contestó Calipso, tapándose la boca con las manos.

Él alzó las cejas y retiró el conejo de su alcance.

—No tienes nada qué vomitar, pero si no quieres los sabrosos ojos asados —susurró, zarandeando el animal— me los comeré yo.

Calipso se alejó y cerró los ojos cuando Odín metió los dedos en la cavidad de la liebre. El sonido no fue repugnante y mucoso, como ella esperaba. Sonó a algo crujiente.

—Es asqueroso —murmuró, abriendo los ojos, pero aún con la mano en los labios.

—Delicioso —Odín se chupó los dedos y Calipso tuvo arcadas.

—Oh, ya basta —pidió.

Odín se carcajeó en voz alta. El sonido se expandió en el bosque solitario. El pequeño claro donde estaban apenas dejaba pasar la luz de sol y las ramas de los árboles altos y semi tropicales eran perfectas para ocultar el humo del fuego.

Él le tendió la pata de la liebre, ignorando sus gestos.

—Sin ojos —prometió.

Ella se miró las manos, un poco sucias, y se las pasó por el vestido, ya lleno de tierra por haber dormido en medio de las plantas. Tomó la pata con la punta de los dedos y la miró por todos lados.

—¿Es que vas a buscarle la quinta pata al conejo? —preguntó Odín—. Ya comételo.

Alzando ambas cejas, Calipso se llevó la carne a los dientes. Mordió con cuidado, sintiendo el sabroso calor entre los labios. Masticó con cuidado y cuando tragó, el alivio se notó en la boca de su estómago.

Nunca había experimentado el hambre. Quién sabía si alguna vez, antes de convertirse en Calipso, había sentido algo así. Dejó de masticar cuando se dio cuenta de que no lo recordaba y que tal vez algo en sus primeros años era lo que estaba buscando.

Algo en ella le decía que esa voz pertenecía a otra diosa, a una de sus renombradas hermanas. A cuál de las otras ocho, no tenía idea. Aunque conocía sus leyendas y las historias, pues lo había aprendido en el templo durante su infancia, su conocimiento sobre sus hermanas tenía un límite. En su pequeño mundo solo se nombraba a una única diosa, a ella.

Destinos de Agharta 1, CalipsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora