1: Adelise

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"Ella desea ser fuerte, pero aun así la maldad siempre acaba ganando."

—... ¿te ha quedado claro?

Parpadeo. El señor Clark está mirándome directamente, alza las cejas como preguntando algo. Rueda los ojos y suelta un bufido. No tengo idea de cuánto tiempo lleva hablándome, pero seguramente ha sido bastante.

—Enfócate, Adelise, o al menos aparenta que me prestas atención.

—Lo siento, señor. ¿Podría repetirme lo que desea?

Mi jefe vuelve a soltar aire exasperado.

—Solo haz tu magia, arregla esto —le da unos golpes a la computadora que dejó en mi escritorio—. Ya no tengo tiempo de volver a explicarte todo, solo arréglalo, presta atención o te verás en problemas.

—Por supuesto, señor.

Él asiente, da media vuelta y sale.

Me recargo nuevamente en mi silla, el acolchonado ya está desgastado por lo cual no resulta reconfortante, suelto aire pesadamente. Si sigo así de despistada tendré problemas, pero sencillamente no puedo concentrarme, el insomnio me causa unas jaquecas horribles que me desconectan de la realidad. Presiento a qué se debe, pero no deseo prestarle demasiada importancia porque eso significaría que se vuelva real. El doctor ha dicho que estoy perfectamente e incluso ha insinuado que todos mis malestares los provoco yo misma, que están en mi mente, me llamó hipocondriaca, poco le faltó para decirme loca. Sin embargo, el dolor es real, las sensaciones son reales... aunque lo que ocasiona eso no lo parezca del todo.

Miro con ternura mi pequeña maceta, las flores blancas ya desean salir, el olor de la albahaca se me antoja tranquilizador, inhalo y exhalo la fragancia. Bien, manos a la obra.

Tomo el ordenador con cuidado, aunque ciertamente ya está bastante maltratado, el señor Clark no es el mejor cuidando sus cosas; sino me creen, pregúntenle a su mecánico quien seguramente ahora se encuentra arreglando la abolladura de su flamante Lamborghini. Comienzo inspeccionando el aparato, ciertamente no me tardo mucho en encontrar el problema y eso se lo debo a mis buenos maestros y a mi propia inteligencia que me hicieron licenciarme con honores. Esto es algo que me gusta hacer, arreglar cosas, tal vez porque deseo que eso me dé la respuesta a cómo a arreglarme a mí misma, sé que algo anda mal, sólo me falta descubrir qué es.

Unas horas después el aparato está como nuevo, espero impaciente el ascensor moviendo arriba y abajo la punta de mi pie. Las puertas se abren y me adentro a la caja de metal abrazando el ordenador contra mi pecho, dos pisos más arriba y se abren en un pequeño vestíbulo. Le digo a la secretaria del señor Clark que me espera, ella me responde que aguarde un segundo para anunciarme, luego me dice que pase y me regala una falsa sonrisa. Incluso cuando le doy la espalda puedo sentir su mirada de desprecio detrás de mí. Recorriéndome desde mis zapatos bajos, hasta mis medias negras y un poco rasgadas, por mi falda café que me llega hasta las rodillas, por mí —viejo y favorito— suéter azul y terminando en mi nuca donde amarro mi cabello en una coleta baja. Me giro encarándola de nuevo, muy pronto para ella pues no puede poner una sonrisa —y ni siquiera lo intenta— hace un gesto de desagrado y luego centra su atención en su computadora. Podría ponerle un virus que la haga realizar su trabajo más lento a ver si para la próxima evita hacerme caras, pero luego recuerdo que a la que mandaran a arreglarlo es a mí y me deshago de la idea. De todas maneras la venganza no es buena.

Cuando entro el señor Clark está al teléfono, le dejo el aparato en el escritorio y sonrío. Él levanta el pulgar y me mira como si estuviera viendo el campeonato de su hijo pequeño y lo felicitara por su logro, articula un "puedes irte" y sigue con lo suyo ignorándome por completo. Asiento y salgo de la oficina mientras pienso en que cuando salga ignoraré por completo a la secretaria; sin embargo, cuando estoy fuera ella no está en su puesto. Esto de querer ser mala no se me da muy bien. Esta vez decido tomar las escaleras, he terminado mi trabajo del día, solo espero que no haya ningún problema desde ahora hasta mi horario de salida. Me paso el resto de mis horas laborales jugando un aburrido solitario, probablemente sea la única que en esta época aun juegue a esto, luego de unas horas al fin suena la alarma y me apresuro a abandonar la compañía.

Llego a casa una hora después, cuando abro la puerta, Bombón salta de la mesita al sillón y se hace una bola en una esquina.

—Arriba, dormilón, vamos, acompáñame a cenar —le digo a la bola de pelos mientras lo levanto y le rasco en medio de las orejas, ronronea con placer. Prendo la estufa, coloco un sartén y vierto una lata de sopa de elote. Lo bueno de vivir sola es que no tengo que compartir la comida, lo malo es que pocas veces me alimento con algo verdaderamente delicioso. Apago el fuego, coloco una porción en un plato hondo de sopa y en otro plato vacío una lata de comida para gato. Me siento a saborear mis alimentos mientras veo a Bombón atragantarse con su propia cena, lamiendo por ahí y por allá hasta que su plato metálico queda reluciente. Justo en mi último sorbo, algo se enreda en mi lengua, abro la boca y lo extraigo, un pelo color naranja. Escupo todo al plato. Lo negativo de tener un minino: el cinco por ciento de las cosas en tu casa serán pelo de gato. Lo miro con ojos acusadores y él me regala una mirada tierna, para luego restregarse en mi regazo como pidiendo disculpas.

—Es imposible enojarme contigo, eres demasiado hermoso —le susurro antes de estrujarlo junto a mí, a lo que el maúlla en protesta y salta de mi regazo.

Después de poner orden en la cocina y cambiar el arenero de Bombón apago las luces y me voy a la cama. El sueño no tarda mucho en acudir a mí, me hundo en la negrura lentamente, creyendo que esa noche tendré un sueño tranquilo, pero horas después, me doy cuenta que me he engañado a mí misma, esa sensación extraña me recorre el cuerpo, abro los ojos de golpe mientras la ansiedad y el miedo se apoderan de mí.

Letargo I: SOPORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora