Sus padres estaban desolados y llenos de odio, matarían a cualquier McCabe que pisase sus tierras.

El abuelo se disculpó de mil maneras diferentes y les entregó el pergamino con la cesión de parte de sus tierras. Pero estaba seguro de que eso no bastaría para aplacar la ira de su lord. ¡Por amor de dios, había perdido a su hija!

Regresó a su castillo y explicó lo ocurrido. Tendrían que reforzar la vigilancia, sus muros, estar alerta. Esperaban un ataque. Pero no fue así. La madre de la chica enfermó y falleció al poco de tristeza.

El Lord se quedó sólo con su hija pequeña Cara, había perdido las ganas de luchar, de mandar. 

Era Cara quien con siete años se ocupaba de todo, los campesinos le preguntaban cuándo plantar, acudían a ella, pues era muy buena sanadora, conocía los secretos de las hierbas y los usaba para ayudar a su gente.

La respetaban.

El Lord cada vez estaba más débil, su hija tenía que darle la comida como si de un bebé se tratase ¡Su padre que había sido un magnífico guerrero...ahora era un niño en sus manos!

Pasaban los años y el rencor de Cara aumentaba, crecía en su interior un odio hacia los Mcabe irrefrenable. ¡Algún día! Estaba segura de que se vengaría algún día.

Llegó la primavera y Lucan como cada año iba al pueblo más cercano a disfrutar de la fiesta de la cosecha, venían todo tipo de personajes, había comidas de otros lugares, vinos de otras tierras, pieles, joyas, artesanos de muchos lugares se congregaban allí. Nadie de los alrededores se quería perder la fiesta.

La fiesta estaba en su mayor apogeo. Luncan había bebido bastante cuando la vio.

Una hermosísima muchacha de cabellos negros como la noche, sus labios incitaban al pecado. Le estaba mirando con aquellos preciosos y rasgados ojos color azabache.

Se acercó a ella, le habló al oído y decidieron buscar un lugar más íntimo donde conocerse mejor.

 Él siguió a la chica a lo alto de una colina, se besaban, se acariciaban y  reían. Cuando estaban en la cima miraron el paisaje que tenían a su alrededor. Era hermoso, desde allí se podía ver parte del castillo de Luncan, pero a él ahora mismo le interesaba más su compañera de juegos.

Hicieron el amor toda la noche, varias veces. Estaban los dos exhaustos. Se quedaron dormidos. Pero algo despertó a Luncan. 

Un resplandor en la lejanía.

No podía creer lo que estaba viendo. Su castillo estaba en llamas.

Se levantó rápidamente y buscó con la vista a su dulce compañera. Ella le miraba, pero no como anoche, se reía, disfrutaba viendo la angustia en su rostro.

_No te molestes en ir, estarán todos muertos.

Luncan no podía hablar, su corazón se rompía a pedazos y una opresión en su pecho le había paralizado.

_Toda tu gente está envenenada, esta tarde cuando saliste hacia aquí, me introduje en tu castillo, envenené el vino de los soldados y el agua de las tinajas. Cuando estuviesen todos débiles, mis hombres atacarían tu hogar y no dejarían vivo ni un sólo Mcabe en la tierra, sólo quedas tú.

_¿Por qué, quién eres?_ Las lágrimas surcaban el rostro de Luncan, lo había perdido todo.

_Cara Mcdonald. Vosotros matasteis lentamente a mi familia, yo hago lo mismo con la tuya.

Luncan cayó al suelo, derrotado, toda su gente muerta, por su culpa, había caído en una trampa...merecía la muerte. Vio a Cara acercarse con una daga en sus manos, no pensaba ofrecerle resistencia. Se lo merecía¡¡¡ Cerró los ojos para no ver el rostro de la mujer que había terminado con todo lo que amaba.

 Y esperó su final.

Pero Cara no pudo matar aquel hombre, ya estaba muerto. Ella le había arrebatado todo, su honor, su pueblo. Dudó y tiró la daga al suelo.

Lucan gritó al cielo: _¡Dioses y antepasados venid a mí¡

Volvió a gritar con toda su rabia: _¡ Dioses, yo Luncan Mccabe, he cometido el peor de los pecados, necesito que escuchéis mi última voluntad!

Cara estaba asustada, el cielo comenzó a volverse de un color violeta, empezó a llover violentamente. Los rayos iluminaban la noche.

Parecía que los dioses estaban realmente enfurecidos.

Luncan seguía arrodillado, la fuerte lluvia hacía que el verde prado en el hace unos minutos yacían juntos, se convirtiese en un lodazal.

Sus piernas se enterraban cada vez más en la tierra. Miró con sus ojos vacíos ya de toda esperanza al cielo al que estaba implorando. Sabía que le escucharían.

_¡Yo, Luncan Mccabe, os entrego mi vida voluntariamente, para que dispongáis de mí como lo deseéis. ¡Mi alma a cambio de un hijo!

Miró a Cara con odio, volvió a clavar sus ojos al cielo : _!Os ruego que dentro de nueve lunas nazca de mi simiente un hijo varón!

Cara estaba aterrada  ¿un hijo de él? ella se había entregado a ese hombre como venganza, para que su humillación aún fuese mayor al enterarse que había sido ella la que le había arrebatado todo. Pero él no podía querer tener un hijo con ella.

Luncan se dirigió a ella, sus ojos estaban enrojecidos de ira y dolor: _Tendrás a mi hijo, que llevará mi  nombre y apellido. Ese niño será el dueño de los dos clanes, será fuerte e inteligente y hará de nuestras tierras las más prósperas de todas la Higlanders. Le querrás, amarás a ese niño más que a tu propia vida.

Cara miraba a Luncan con horror, había cogido la daga del suelo y apuntaba a su corazón.

Luncan pronunció sus últimas palabras: _ Pido perdón a mi pueblo_ clavó la daga de una sola estocada.

A lo lejos se oyó un fuerte aullido, Cara miró de dónde provenía el aterrador sonido. No podía creer lo que veía, era Cú Síth, una bestia que recoge las almas de los muertos hacia al más allá. Vio como el Cú Síth agarró al guerrero y lo subió a su lomo. Con sus últimas fuerzas, Luncan  se aferró al pelaje del animal.

Desaparecieron entre los páramos .

Cara supo que los dioses habían concedido a Luncan su última voluntad.

Llorando sujetó su vientre con las manos. 

                           FIN

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                           FIN

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