Alioth lo interrumpió. —No creo que hayas fallado en tus obligaciones, Maximillian. Al contrario, mi esposa y yo no podemos estar más agradecidos contigo.

—Mi trabajo era cuidar a su hija.

—Cosa que hiciste muy bien. Aunque no sea lo único que hayas hecho —murmuró tratando de lucir lo más serio posible. Un año atrás quizás le habría molestado, se habría puesto furioso de saber que su hija menor se había involucrado con uno de sus guardaespaldas, pero sabiendo la historia completa, o gran parte de ella, se sentía más tranquilo y hasta aliviado.

Por mucho tiempo, Brianna y él habían creído que nadie lograría traspasar la muralla que Charlotte había construido a su alrededor.


Max tragó saliva y asintió. —Vengo a disculparme con usted por eso mismo, en parte, falté a mis responsabilidades. Pero señor, solo por eso voy a disculparme, no por querer a su hija, no podría hacerlo si quiero ser honesto con usted.

Alioth alzó las cejas. —Eres valiente.

—Si pudiera disculparme por quererla, entonces no podría decir que estoy enamorado de ella.

—¡Así que enamorado de ella! —Exclamó Alioth sin poder dejar a un lado su vena de padre protector.

Max habría preferido que la reina Brianna estuviera allí también, sin dudas una mujer en medio serviría para suavizar las cosas. La situación era muy incómoda de por sí y el Rey no estaba ayudando con sus exclamaciones inteligentes que parecían dirigidas a incordiarlo aún más.

Pero se mantuvo firme. Si había podido contra una bala y sobrevivido a varias puñaladas por parte de una loca vengativa, tenía que superar también esa prueba.

—Sí, señor. Ella es inteligente, valiente y hermosa. Tiene un gran corazón aunque se esfuerza por ocultarlo, y me considero afortunado de que me haya permitido verlo.

Al rey le gustó la forma en la que él la describió. Incluso había escogido el correcto orden de las palabras y eso le daba puntos extras.

—Y lo eres —le apuntó y se permitió sonreír—. Muy afortunado.


***


A los oídos de Charlotte llegó la noticia de que Maximillian estaba en el palacio, posiblemente para una audiencia privada con el rey.

—¿Estás segura de que era él? —Le preguntó a una de sus empleadas. ¿Qué haría ella sin sus informantes? Nadie se dignaba a contarle las cosas importantes que sucedían en esa casa.

—Sí, princesa. Era él, estoy segura. Todos lo comentan.

De golpe, se puso de pie y sobresaltó a su madre que estaba intentando leer un libro de autoayuda para superar la pérdida de un ser querido. Un desesperado intento más para sacar a Robert de la depresión en la que estaba sumido.

—¡Charlie! —Exclamó asustada—. ¿Qué sucede?

Como de costumbre, su hija la ignoró. —¿Cómo puede ser tan egoísta? ¡Max apenas se está recuperando, no puede hacerlo venir!

—¿Quién lo hizo venir? —Volvió a preguntar Brianna, insistente.

—Padre, por supuesto. ¡Y no pretendas que no lo sabías! —Le apuntó de forma acusadora.

La reina dejó el libro a un lado y se puso de pie con calma y lentitud. —Tu padre no llamó a nadie, fue el propio Max quien solicitó una audiencia. ¿No lo sabías?

Un corazón roto (Descontrol en la realeza 3.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora