Capítulo 11

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Lo que no podía saber Kate, es que por la mente de Richard, de la persona de la que parecía incapaz de despegarse era de ella. Desde que había vuelto de su viaje, se había sentido realmente a gusto a su lado, tanto que incluso le fastidiaba que se fuese a dormir tan pronto en vez de hablar con él un rato.

Para Kate, ese niño estaba ahondando fuerte en su corazón como pensaba que jamás nadie podría llegar a hacerlo desde hacía casi diez años y lejos de comprender la indirecta de Richard, pensó que a él le estaba pasando lo mismo y que si llegaban a juicio uno de los dos saldría perdiendo. Por no hablar de Robby. Por un momento pensó en llegar a un acuerdo con él en ese mismo momento, pero lo desestimó al darse cuenta que no conocía en absoluto al hombre que tenía enfrente mirándola atentamente mientras ella tomaba en sus brazos a Robby.

- Bueno... - dijo Richard señalando con el pulgar hacia detrás - Será mejor que baje y le acuestes.

- Sí. ¿Puedes apagar la luz cuando salgas por favor? - preguntó mientras encendía una pequeña lamparita infantil que Richard había comprado y que emitía una suave luz.

- Claro que si.

Antes de salir de la habitación Richard se giró para hablarla.

- Si necesitas algo... Estaré en mi despacho escribiendo.

- Gracias.

Richard cerró la puerta y Kate soltó el aire que estaba conteniendo. ¿Por qué su presencia la turbaba tanto?

Richard bajó al piso inferior y recogió los restos de la cena intentando no hacer ningún ruido que pudiese molestar a las tres personas que estaban arriba. Mientras recogía pensaba en el vuelco que había dado su vida en los últimos días. Había pasado de ser un hombre casado con una hija de catorce años y una representante estupenda, a de repente, quedarse sin representante, sin mujer, con un niño de pocos meses, con su madre que se mudaría con ellos y con una policía con la que tenía que ir a un juicio de custodia cuando en realidad lo que le gustaría era llevarla al juzgado pero para otra cosa.

Sacudiendo su cabeza, como queriendo que las ideas se despegaran de ella, se encaminó a su despacho y sin demasiadas ganas para escribir, decidió revisar sus contratos con Susan. Debía buscar otro representante. A su mente volvió el instante en el que recibió la llamada de Gina comunicándole que Susan había fallecido. Sonrió con tristeza recordándolo:

- Cariño, tendrás que buscar de inmediato otra persona para sustituirla y yo conozco al adecuado, mi amigo Harold, sin duda...

- Gina, no puedo pensar en eso ahora...

- ¿Cómo que no puedes pensar en tu carrera? Tienes que hacerlo de inmediato, hablaré con él.

- Haz lo que quieras...

Desde luego que jamás aceptaría tener como representante a un amigo o conocido de Gina. Bastante tenía ya con tenerla a ella como editora. Comenzó a leer los primeros contratos con Susan y al hacerlo, descubrió que al principio, Susan tenía un socio con el que nunca trató y que después se mudó a vivir a Seattle y dejaron de ser socios.

Buscó en internet su nombre. Si Susan había sido su socia, seguramente tendrían parecidas formas de trabajar. No tardó en encontrarle. Seguía en Seattle y seguía siendo representante. Tomó su teléfono y marcó su número.

Después de una breve conversación, en la que el hombre no paró de lamentarse por haberle sido imposible asistir al funeral de Susan, Richard le preguntó si podrían hablar de trabajo. Una vez más, volvió a excusarse, no tenía clientes al otro lado del país, en sus planes no entraban los viajes tan largos. Afortunadamente para él, le recomendó una representante en Nueva York a la que seguro le interesaba el trabajo y a la que Susan también conocía, Paula Hass. Le dio su teléfono móvil y Richard se despidió de él algo confuso.

La sentenciaWhere stories live. Discover now