Tiempo.

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Habían pasado tanto tiempo desde el día que desapareció, habían contactado a los mejores asesinos para investigar y buscar al pequeño. Giotto se sentía culpable. Tantos años buscando a su primo, aun recordaba las bellas sonrisas que este le brindaba cuando no lo odiaba, aún tenía aquella bella foto donde salían ellos dos. Estaban acostados en el patio trasero en el verde y suave césped, entre libros que él estudiaba para saber más del pasado de Vongola, con unos gatitos que le regaló, él menor dormía de forma tranquila y él miraba el cielo con sus lentes de lectura puestos, estaba feliz, Tsuna era tan tierno.
Ese día logro extorsionar a G para que se subiera hasta la copa del árbol para tomarles la foto juntos, aunque luego la rama dónde el chico estaba se rompió terminando con su guardián de la tormenta y mano derecha en el suelo, con una fractura en la muñeca que no le permitió moverla por más de un mes.

Acarició la foto de forma nostálgica, aun podía recordar la risa escandalosa que él menor le regalo aquel día que disfrutaban estando juntos. La acaricio con una mirada nostálgica y triste, desde la perdida del Tsuna él rubio no había vuelto a ser él mismo. Tatsunari era tomado como él gemelo menor de Tsuna, al rubio ya no le hacía mucha emoción pasar tiempo con él chico, ya que luego de meses sin ver a Tsuna noto que él menor no estaba ni triste, ahí entendió por que su primo le cerro su corazón y lo saco de él. Extrañaba a su primo y ninguno de sus guardianes lograba sacarlo de aquel inmenso dolor que ocupaba todo su pecho.

No sabía como explicar lo que él sentía, pero él dolor del menor era su dolor. Aunque estuvieran lejos, él siempre sentiría su dolor, su corazón era una piedra, no por que no sintiera nada, al contrario, era un piedra por que luego de Tsuna, ya no dejo que nadie mirara dentro de él, ni si quiera su pareja.
La pérdida causo que no pudiera seguir el ritmo del tiempo, que la velocidad con la que él distinguía su tiempo se le perdiera, él día que Tsuna se perdió, Giotto se perdió con el. Era como nadar en un mar inmenso del que no encontraba una salida.

Pero mientras el jefe Vongola se torturaba mentalmente, el mejor Hitman del mundo veía el tiempo de otra forma. Para el era una medida de los años que pasaba absolutamente rápido. Dejando atrás buenos recuerdos, situaciones que en su tiempo parecían odiosas y ahora lo hacían reír como nunca lo hubiera hecho antes de conocer a la bola de energía castaña.
Vaya que el tiempo avanzaba rápido, hace diez años no sabía como tratar al menor, hace diez años no sabía por que él chico le miraba con ternura cada que llegaba tarde a casa, hace diez años cuando apenas era un adolescente empezando la carrera de Hitman no entendía por que él chico era tan bueno con él. Hace diez años pudo haberlo dejo en aquellas calles solitarias y no estaría con él, su pecho no iría tan rápido al verlo. Pero no cambiaría nada de aquello, estaba feliz de haberlo recogido siendo apenas un crío con cinco años y él un adolescente de quince años. Estaba feliz de tenerlo en su vida, ahora con veinticinco y él chico de quince años. Era feliz, era él mejor asesino del mundo, tenía como familia a él niño Vongola, mejor que eso, tenía el tiempo suficiente y la vida suficiente para pasarlo a su lado.
Miro la foto que se había tomado con él hace poco, sus gestos eran lindos, esa estatura y el hecho de que tuviera que ponerse de puntillas para alcanzarlo le daba risa. Ese día se tomo la foto sólo por que él se lo pidió, era el recuerdo de que estuvieron todo un día juntos sin quejas o llamadas de su trabajo, más que recuerdo era un pedido especial que él chico le había exigido. No le molestaba aquello, era un vida linda a su lado, iban de viaje a donde él Hitman le solicitaran, estudiaba en casa, ese no era un problema, hablaba diferentes idiomas, pero ahora le tocaba estar en Italia, tendría que entrenar al siguiente heredero Vongola, se imaginaba que a lo mejor era un niño idiota de hecho no estaba tan equivocado en eso. Pero por lo que se había enterado sus guardianes no lo aceptaban ni el anillo lo hacía, los anillos de los guardianes se reusaban a ser útiles cuando se trataba de defenderlo, en efecto ni los guardianes lo querían, no era digno y él debía hacerlo digno.

—¡Nee Reborn que piensas!—preguntó Tsuna mientras lo abraza por la espalda.

—Pienso en el nuevo trabajo que me ha tocado.

—¿Qué es esta vez? ¿Roma, Rusia, Alemania o España?—preguntó curioso.

—Italia.

—¿Cavallone?—pregunto con una risa juguetona.

—Vongola—respondió con voz algo rara.

No podía mentirle a su niño, era tan bueno descubriendo mentiras y él era tan malo mintiendole a aquel pequeño. Tsuna se tenso, su mirada se perdió en un punto inexacto, estaba pensando en aquella información que se le acaba de brindar. Reborn miro a Tsuna de manera nerviosa, esperaba alguna reacción de su parte, aunque sea de disgusto.

—¿Te puedo acompañar?—preguntó mientras le daba un beso en la mejilla.

—Siempre haces lo que quieres—sonrió de lado.

—Si, pero esto es diferente—se separó del mayor.

Tsuna tomo asiento en la mesa, estaba esperando que él mayor le diera el desayuno, él era bueno cocinando pero acordaron que un día a la semana cocinaría él Hitman.

—Lo se, esta vez llevara más tiempo—dijo poniéndole a Tsuna su comida enfrente.

—¡Pero estaremos juntos!—dijo infantil con la boca llena.

—Traga antes de hablar.

Tsuna movió la cabeza de forma afirmativa muy energéticamente, estaba feliz, volvería a Italia, y en parte estaba listo para enfrentar su pasado. Estaba listo o eso era lo que eso demostraba con su semblante feliz. Volvería a ver a su abuelo y a Deamon-nii eso lo mantenía alucinando.

El tiempo es algo que no se puede controlar, las cosas suceden por algo, el tiempo que lo separo de a aquella familia que odio tanto lo volvería a unir sin importarle que ya tenía un lugar al que pertenecía.

—¿Por qué sonríes Tsuna?—pregunto él mayor tomando su café.

—Pobre de al que entrenes.

—¿Me estas diciendo espartano?—arqueo una ceja divertido.

—Sólo digo que entre Xanxus-nii, Squalo-nii, tu eres él peor a la hora de entrenar—le dijo divertido.

—Sólo fue un accidente—refuto comiendo—. Es tú culpa por ser un cobarde al principio.

—Sólo era un niño de cinco años.

—Eras un cobarde.

Con ese comentario dejo por zanjado el tema. Vaya que ellos no sabían lo que se les venía encima.

Él  cielo se tiñe de dolor(En edición) Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu