Los hermanos Baker se lanzan en una discusión infantil llena de sobrenombres y cojines volando de un lado a otro con Leah tratando inútilmente de calmar los ánimos. No es una pelea real, nunca los he visto pelear de verdad. Ellos se llevan bien incluso en sus peores momentos.

Entiendo eso, aunque a medias. Mis hermanas son pequeñas. Sus rostros caben en la palma de mi mano y aparte de unos empujones cuando mis padres no están mirando, no hay mucho que pueda hacer. No hay luchas ni nada por el estilo, porque ellas juegan en equipo y se lanzan contra mí dejándome reducido en cosa de segundos.

Las extraño. Un montón. Un motivo más para desear que el día de mañana llegue lo antes posible. He planeado un viaje por carretera hacia Boston con paradas alternativas que nos harán pasar a Amanda y a mí, horas en la confinación del carro, enfrentados a la nieve copiosa que no ha cesado de caer.

Será una hermosa —y con suerte candente— historia clásica de navidad.

En las películas parece funcionar, ¿por qué a mí no?

—Medianoche, —Rick llama la atención de todos con unas palmadas. —intercambio de regalos.

Mi parte favorita de la velada.

Dos cajas de color rojo y azul de parte de Alice y de Leah respectivamente son extendidas hacia mí y otra negra de parte de Efren. Las meto entre mis piernas, emocionado cual niño chiquito. No me culpen. Todos aman la navidad. Eddie me alcanza un paquete alargado que no me contengo de sacudir.

—No le hagas eso, lo dañarás —Me regaña cuando resuena algo bailando en su interior.

—Lo siento. —Rick me da un paquete mal envuelto en papel marrón que me hace sonreír. —Que feo, ni siquiera yo fui tan memo al envolver las cosas. Les pagué a unos niños a las afueras del centro comercial para que lo hicieran por mí.

Él me enseña el dedo medio.

Todos recibimos nuestros regalos y los apilamos a nuestros pies. El compromiso es aguantar hasta la mañana misma de navidad, lo que me supone una gran tarea, la paciencia no es lo que se dice lo mío. Como yo seré el último en ver a Amanda, recibo una pequeña montaña de regalos para ella con la misión de cuidarlos con mi vida hasta hacérselos llegar.

—Guárdalos, no lo fastidies para ella. —Comienza Eddie mirándome con ojo crítico. La primera espina pica en mí. En verdad, odio cuando me dicen eso. —Debes saber que si Mandy ha aceptado ir contigo no es para que la molestes.

—Está reticente a la idea, así que sé amable —acota Leah.

—Y bajo ningún punto comiences con tus bromas idiotas. —Sigue Eddie.

Se supone que estos tipos son mis amigos, pero en ocasiones, realmente no actúan como tal.

—Claro, como si yo fuese el único al que le gusta decirle cosas al otro —Me quejo y me arrepiento al instante al escuchar el suspiro colectivo. Okey, está bien. Eso no aboga a mi causa.

—No seas estúpido, ¿no estás tendiéndole una mano a Mandy? Déjala en paz por unos días, lleva los regalos para ella y sé bueno. Incluso un idiota como tu puede con eso. —Rick niega.

—Vamos Trev, presta atención, sabes a lo que nos referimos. —Llama Efren. Él es el único que se mantiene al margen en esto y eso está bien.

Los chicos solo deben tener un poco más de fe en mí.

Amanda es una chica grande, no necesita de nadie saltando en su defensa; estoy completamente seguro de que si ella se encontrara presente hubiese dicho algo parecido, a su manera. Bajo ningún punto permitiendo que todo suene como si la estuviese dirigiendo a días de tortura.

Fin del juego AmandaWhere stories live. Discover now